Es verdad que quizás peco de creer en una utopía, donde lo importante son las personas en cualquier momento de sus vidas, y principalmente en su infancia, donde lo fundamental es dotar a los más pequeños de competencias personales y profesionales que les ayuden a potenciar su satisfacción con la vida y su felicidad. Pero nos encontramos con un sistema educativo a la baja, es decir, basado en la optimización económica, lo que amplía las diferencias entre las personas, pero no solo de oportunidades profesionales, sino de potencialidades vitales. Así han dirigido todos los esfuerzos a quedar bien con PISA, centrándose en los conocimientos y la información, pero además, los estudios demuestran que 85% de los contenidos se olvidan en un corto espacio de tiempo, y no ponemos énfasis en educar para la vida en general. Parece que a nadie le interesa potenciar personas con las habilidades y recursos que potencien el optimismo, que gestionen adecuadamente las crisis personales y sociales, que encuentren sentido a lo que realizan o que dediquen sus esfuerzos a potenciar su bienestar personal, es decir, a ser más felices. Claro que esto implicaría un cambio estructural en la educación, pero a diferentes niveles, en primer lugar tendría que haber un interés claro desde las administraciones por la educación, y no un interés político, además de una apuesta entre padres, profesores y alumnos, por una educación de personas y para personas. *Psicólogo y miembro de la Sociedad Española de Psicología Positiva
@jriveroperez