Egoismo, egocentrismo: subjetividad

Por Gonzalo

Desde el momento del nacimiento, y con todas las limitaciones propias de esa etapa evolutiva, el sujeto, datado de los reflejos de prender y succionar, divide los objetos de la realidad en dos conjuntos: los que puede poseer y los que no puede poseer. No es exacto que el niño haga una preliminar taxonomía entre objetos amados y odiados, porque ambos son de por sí interesantes para el sujeto, sino entre objetos del propio campo perceptorrepresentativo que puede o no puede hacer suyos. Los objetos desechados han sido suyos de antemano y no deben identificarse con objetos odiados.

Posteriormente, selecciona entre los objetos que desea retener y los que desea rechazar. El sistema tan en esbozo aún del sujeto -el protosujeto- ha procedido a esta rudimentaria organización de la realidad en virtud de un preliminar proceso cognitivo básico: saber que el objeto existe para su prensión; y una vez poseído, si quiere retenerlo o rechazarlo. Los objetos que no desea “no existen” como componentes de su mundo simbólico.

Como puede deducirse, los objetos son aprehendidos y valorados por el sujeto, que se situa a sí mismo en una posición central desde la que obtiene la única perspectiva posible del entorno. Y de entre todos los objetos hay uno por el que el sujeto se interesará de manera constante y privilegiada: él mismo, incuido el propio cuerpo en tanto que su soporte. La prueba de ello es que pospone todos los demás objetos a él, los supedia a él, y, al mismo tiempo, él, como objeto, se adjudica el centro, desde el que contempla el entorno.

Así pues, el protosujeto que es el recién nacido viene dotado de un programa de selección egotista de la realidad (todo para la satisfacción de mi deseo), y de una perspectiva egocéntrica. Lo egotista concierne al sistema afectivosentimental o desiderativo; lo egocéntrico, al cognitivo. Ambos convergen recíprocamente en dotar al sujeto de una consideración subjetiva del entorno, con la que opera y operará en sus relaciones con los objetos que lo integran. El hombre es el centro congnitivoemocional de “su” universo y es inútil tratar de colocarse fuera de él: lleva el centro consigo. El sujeto, desde su nacimiento hasta el fin de sus días, cuenta con la posibilidad de hacer a los objetos centrípetos o centrífugos respecto de él: ése es el poder -y la servidumbre- de la subjetividad. Hay por parte de todo sujeto una ilusión de objetividad a través de su ilusoria (imaginada) dejación de sí como centro desde donde visualizarse él y visualizar la realidad.

Las consecuencias de que estemos programados -en esto no parece existir diferencia con otras especies animales- para ocupar el centro de  nuestro entorno son las siguientes:  La subordinación de la realidad; La ordenación de los objetos; La construcción del hábitat; La construcción de un orden en una realidad compartida; La distorsión de la realidad.

Fuente: Teoría de los sentimientos  (Carlos Castilla del pino)