Esa noche que no te apetece salir resulta ser la mejor. A veces los momentos que no planeas son realmente mágicos. El pasado viernes salí de trabajar a eso de las tres y media, sin ningún plan a la vista. Solo sabía que no quería ir a casa. Llamé a un amigo para comer, complicado que a esas horas ya no tuviera plan, pero hubo suerte y no solo disfrutamos de un rico almuerzo mientras charlábamos, sino que luego me descubrió algo genial. Tras toda una vida admirando un edificio de mi ciudad, esa tarde, quién me lo iba a decir, podría entrar, visitar cada uno de sus rincones y devorarlos con la vista, y también a través de la cámara.
Había fotografiado el Quetgles decenas de veces, siempre desde su exterior. Este palacio modernista de 1900 atrae la mirada de todo el que pasa por la calle Pérez Galdós. Buceando en busca de información, he descubierto que este hermoso edificio guarda también una hermosa historia de amor. Domingo Rodríguez Quetgles encargó su construcción como regalo a la que sería su esposa. Prometió a la joven que le iba a construir la casa más bonita de la ciudad. Leyendo esta historia no he podido dejar de pensar en que el amor ha creado en realidad los edificios más bellos del mundo. Por ejemplo, el Taj Mahal, en la India, que el emperador Sha Sahan encargó como ofrenda póstuma a su amada esposa, o el Paladio Da Pena, en Sintra, un obsequio de el rey Fernando II a su mujer. Ambas construcciones, realmente bellísimas.