El anacrónico Romanticismo de la vida humana, o la constatación palpable de una imposibilidad.

Por Artepoesia

Cuando en la navidad de 1913 desapareció de la Iglesia de la Santa Cruz, de la población riojana de Nájera, el Tríptico de la Lamentación del pintor renacentista flamenco de origen italiano Ambrosius Benson (1490-1550), el mundo aún dispensaba sobre sí un halo de aquel Romanticismo que el anterior siglo XIX había llevado a su máximo esplendor. Los ladrones tendrían muy claro, como su conciencia heredada ya les señalaba en su avaricia, que el Arte seguía siendo y teniendo un valor incuestionable y muy decidido socialmente, y ello a pesar de los posibles avatares que el tiempo -podría tardarse en venderse la obra- y unos compradores alejados del lugar pudieran ocasionar además en tan arriesgada tarea delictiva. 
Ese Tríptico de Benson, que representaba a Cristo yacente ante su madre, a San Pedro y a Santa Ana, tenía unas dimensiones de casi dos metros de anchura por 1,4 metros de alto, todo ello además con un peso de 140 kilos aproximadamente el conjunto artístico. Es decir, que el botín artístico suponía un considerable esfuerzo romántico, teniendo en cuenta que los posibles compradores se encontrarían además fuera de España, y que éstos deberían verlo en las mejores condiciones posibles para poder adquirirlo. El Arte por entonces dispondría, todavía, de esa clandestina forma de mercado que el fervor de un mundo por poseerlo, y el tesón de otro por esperar a obtener su beneficio, hacían de su arriesgado robo, y del tráfico posterior, una forma de entender aún la vida y la Belleza, y los valores en los que se sustentaban ambos conceptos.
El pasado 31 de agosto se denunció a la policía el robo en una iglesia de la ciudad de Sevilla, la Iglesia del Santo Ángel, de varias piezas de orfebrería y otros objetos de valor depositados y custodiados en esa iglesia sevillana. Durante el pasado mes de agosto, mes que se encontraba cerrada la iglesia al público, se llevaron los ladrones varios elementos decorativos de metales nobles, correspondientes al patrimonio del ajuar de la Virgen del Carmen, imagen venerada en la iglesia sevillana desde el siglo XVII, así como otros objetos crematísticos de valor. Pero, y así consta en la noticia publicada en los periódicos de la ciudad, no se habrían llevado ninguna obra de Arte, de las muchas que la Iglesia del Santo Ángel dispone en cantidad, Pinturas y Esculturas artísticas, obras maestras del barroco y, por lo tanto, de una antigüedad y valor artístico considerables.
Hace unos meses conocimos la lamentable noticia de la destrucción de algunos monumentos artísticos e históricos de la antigua ciudad de Palmira en Siria. Y la vergonzosa noticia, hace solo dos días, de la terrible muerte de unos niños sirios en la costa turca, cuando su familia trataba de embarcar, cruzando el Mediterráneo, con destino a un lugar mejor donde vivir, un lugar donde poder vivir en paz, muy lejos de la guerra, del horror y del fanatismo religioso. ¿Qué tienen que ver hoy el valor de las cosas ávidas, tanto de poseer como de admirar, con lo que tenían que ver esas mismas cosas hace tan solo cien años? ¿Qué tiene que ver ese fanatismo religioso islámico hoy, que sucede y está sucediendo en Siria, con la espiritualidad mahometana que un día prosperase y brillase, por ejemplo, en la Córdoba medieval? Nada. Absolutamente nada.
Cuando el mundo quiso constatar, a finales del siglo XVIII, un fenómeno muy humano que debía ser traducido en Belleza, surgió el Romanticismo de los rincones más profundos del alma humana. Y ese Romanticismo -que hoy sigue traducido y adulterado en muchas cosas mundanas y atávicas de entender la sociedad occidental- tuvo así su manifestación en la Literatura, en la Música, en la Pintura, y, posteriormente, hasta en el Cine. Sirvió luego para sostener una sociedad que se despeñaría a finales del siglo XIX, y comienzos del XX, por la senda de un fatalismo inevitable. Pero que terminaría acabando a comienzos de los años treinta definitivamente. Y nunca más volvió a resurgir, sino como un decorado nostálgico para embellecer, parcialmente, las confusas miradas de un existencialismo y de una posmodernidad ya superadas incluso.
En la Literatura hubo un autor norteamericano que quiso reivindicar ese Romanticismo, Scott Fiztgerald (1896-1940); y otro, Hemingway (1899-1961), que certificó su defunción para siempre. En aquellos difíciles años veinte y treinta -pronto hará cien años de aquello- el mundo cambió por completo y del todo. El primero quiso seguir comprendiendo la vida desde el sentido romántico por excelencia: todo podía justificarse por amor, "cuando oscurece -escribiría- siempre se necesita a alguien". El segundo alcanzaría a buscar un sentido a la vida desde el incipiente compromiso social, y, finalmente, desde un existencialismo apesadumbrado constatado así en la más completa soledad humana. Ambos, probablemente, buscaron lo mismo, pero la Historia les subsumió en el más terrible de los abismos. Scott Fiztgeral terminaría falleciendo a los cuarenta y cuatro años decepcionado y abatido; Hemingway acabaría quitándose la vida, con algunos años más, del mismo modo desolado que su compatriota.
(Tríptico de La Lamentación, primera mitad del siglo XVI, del pintor renacentista flamenco Ambrosius Benson, colección particular desconocida, una obra de Arte robada de una iglesia española en La Rioja, Nájera, en la Navidad de 1913; Fotografía de la Iglesia del Santo Ángel, ciudad de Sevilla, 2015; Imagen fotográfica de una procesión de la Virgen del Carmen, imagen consagrada y venerada en la Iglesia del Santo Ángel, donde se aprecian los objetos de valor de orfebrería que han podido ser sustraídos en el robo de agosto de 2015, Sevilla; Fotografía de un agente de policía turco llevando en brazos el cadáver de un niño sirio ahogado en las costas turcas, cuando trataba de embarcar con destino a Grecia, Septiembre de 2015.)