Había una vez un árbol que amaba a un pequeño niño.
y comía manzanas.
Y el niño amaba al árbol…
Y el niño creció.
“Ven, Niño, súbete a mi tronco
y mécete en mis ramas y come mis manzanas
y juega bajo mi sombra y sé feliz”.
“Ya soy muy grande para trepar y jugar,” dijo él.
“Yo quiero comprar cosas y divertirme.
Necesito dinero.
¿Podrías dármelo?”
“Lo siento”, dijo el árbol, “pero yo no tengo dinero.
Sólo tengo hojas y manzanas.
Coge mis manzanas y véndelas en la ciudad.
Así tendrás dinero y serás feliz”.
y su niño no volvía…
y el árbol estaba triste.
Y entonces, un día, regresó
y el árbol se agitó alegremente
y le dijo, “Ven, Niño,
súbete a mi tronco,
mécete en mis ramas
y sé feliz”.
“Estoy muy ocupado para trepar árboles”, dijo él.
“Necesito una casa que me sirva de abrigo”.
“Quiero una esposa y unos niños,
y por eso quiero una casa.
¿Puedes tú dármela?”
“Yo no tengo casa”, dijo el árbol,
“El bosque es mi hogar,
pero tú puedes cortar mis ramas
y hacerte una casa.
Entonces serás feliz”.
Pero pasó mucho tiempo y su niño no volvía.
Y cuando regresó,
el árbol estaba tan feliz
que apenas pudo hablar.
“Ven, Niño”, susurró.
“Ven y juega”.
“Estoy muy viejo y triste para jugar”, dijo él.
“Quiero un bote que me lleve lejos de aquí.
¿Puedes tú dármelo?”
“Corta mi tronco
y hazte un bote”, dijo el árbol.
“Entonces podrás navegar lejos…
y serás feliz”.
Y así él cortó el tronco
y se hizo un bote y navegó lejos.
su niño volvió nuevamente.
“Lo siento, Niño”,
dijo el árbol, “pero ya no tengo
nada para darte.
Ya no me quedan manzanas”.
“Mis dientes son muy débiles
para comer manzanas”, le contestó.
“Ya no me quedan ramas”, dijo el árbol.
“Tú ya no puedes mecerte en ellas”.
“Estoy muy viejo para columpiarme
en las ramas”, respondió él.
“Ya no tengo tronco” dijo el árbol.
“Tú ya no puedes trepar”.
“Estoy muy cansado para trepar” le contestó.
“Lo siento” se lamentó el árbol
“Quisiera poder darte algo…
pero ya no me queda nada. Soy solo
un viejo tocón. Lo siento…”