La luz solar de esa mañana era deslumbrante ya cuando Borja Benítez llegó, por fin, a su domicilio. Había salido la noche anterior para acudir, como muchos jóvenes aficionados, al concierto festival ComeBack de música electrónica, que se celebró en el gran estadio sevillano de la Cartuja, durante gran parte de esa madrugada. Todo como casi siempre, como cuando otras tantas veces salía con sus amigos a divertirse. A sus veintitrés años, Borja era un joven normal. Con su interés en equipos de vídeo y televisión, había trabajado como montador de cámaras y, días antes, incluso llevó a cabo un reportaje videográfico sobre la fiesta tradicional del Corpus Christi para una televisión local. Pero, sin embargo, esta vez algo falló, algo no fue igual. Posiblemente no había sido la primera vez que, cuando salía a celebraciones parecidas, tomase alguna droga habitual en esos entornos. Es seguro que así fue otras veces, que no pasó nada, sin embargo ésta, esta vez, no.
Los setenta y ocho años de Efigenia Gómez los disimulaba bastante bien gracias a su enjuta, delgada y baja figura. Esa mañana, nada temprano sin embargo, el destino -¿el azar?- le llevó a cruzarse en el camino de su joven vecino Borja. La maldad desaforada, incomprensible, oscura, psicótica, espantosa se descubrió, desenfadada, sin sentido, en esa tranquila mañana. En algún momento de ese encuentro casual Borja empujó, obligó o persuadió a Efigenia, que vivía sola, hasta la puerta de su piso, y entraron. Lo que sucedió entre ese instante y el hecho posterior, sólo el asesino lo sabe. La atacó, la agredió, la violó y la acuchilló en veintiuna ocasiones, hasta morir. Luego, después de deshacerse del arma blanca en un contenedor de basura cercano, subió a su vivienda, se desnudó y se acostó, como siempre hacía cuando regresaba tarde de sus correrías juveniles.
Ante la juez de instrucción juró que no recordaba nada de lo que había sucedido. Sólo que por la tarde ya, cuando se despertó como siempre en esos casos, se sorprendió esta vez de las manchas de sangre que cubrían ahora sus piernas. Se duchó entonces y se volvió a dormir. Fue su padre, al llegar poco más tarde a la casa, el que le obligó a ir a denunciar el hecho a la policía, casi doce horas después de haberse producido. Hoy, un año después, la fiscalía mantiene la acusación de asesinato y violación. Los forenses médicos aseguran que Borja es perfectamente normal en su psiquismo, y que su consumo tanto de drogas como de alcohol, aquella fatídica noche, no son ningún atenuante, ni motivo impune para no asumir la responsabilidad autónoma de sus actos.
Según el filósofo alemán Friedrich Schelling (1775-1884), idealista convencido, "el mal es un principio independiente de Dios -del Principio, del Cosmos, de la Naturaleza-, y está dentro de todos nosotros. Ninguna otra criatura de la Naturaleza reúne en sí a la luz y a la oscuridad, al fundamento y a la existencia, afirmaba. En el Hombre está todo el principio oscuro y, a la vez, toda la fuerza de la luz. En él están el abismo más profundo y el cielo más elevado, o ambos lugares". Continúa el filósofo alemán: Cuando el Hombre deja de ser un instrumento de la voluntad universal es cuando surge el mal. Aquí se contrapone la volunta individual con la universal, ésto explica el mal como un intento de la voluntad individual de alejarse del centro.
Por fin, y para entender algo más, nos dice el filósofo español actual José Antonio Marina: la Humanidad tuvo un momento decisivo en la Grecia de los siglos VII a III a.C., época Axial. La figura aterradora del poder -el Dios, los dioses, la deidad- se concibió como buena. Sin comprender lo que esto supuso para la Humanidad, seremos injustos con las religiones. Dios era una utopía, y el papel de las utopías no es prometer un mundo mejor, sino afirmar que el presente puede mejorar. Lo que supone la fe en Jesús, lo que me hace sentir cristiano, es sólo una afirmación optimista, y contra toda lógica y toda experiencia: el bien es más poderoso que el mal. Una confesión humilde, trágica, precaria y esperanzadora, cuya verdad depende de mí.
(Cuadro del pintor Edvard Munch, El asesino, 1919, Noruega; Óleo del pintor Vermeer, Joven interrumpida en su música, 1660.)