Cuando capturé éste atardecer de fuego, en la ciudad de La Plata, estaba feliz de poder tener la posibilidad de ver como la naturaleza me brindaba una obra de arte, de su arte tan especial, ese que te hace pensar que el día se va marchando, pero que... mañana surgirán en tu vida nuevas luces encendidas,..., el sol se va alejando, llenando el cielo de fuego y después vendrá la noche, pero después surgirá un nuevo día con resplandecientes posibilidades y, la vida será una eterna sinfonía, de atardeceres y amaneceres que se sucederán a lo largo de tus días, colmandote de felicidad; es lo yo que pensaba cuando traté de registrar este momento en que el que mi mundo era armónico y feliz.
Hoy escribo, un mes después y, la vida, esa vida que siempre te sorprende, a veces te premia, otras te castiga, a veces te llena de gozo, otras de penas,... ya no tiene esos matices resplandecientes en mis cielos, porque aquel que llorando, con los ojos abiertos buscando la luz, descubriendo un mundo nuevo, llegó hace ya 34, pronto 35 años, a mi vida, hoy tiene sus ojos llenos de llanto y, afortunadamente es así, porque estuvo muy cercano el momento en que sus párpados no se abrieran y sus brazos no me rodearan con ese calor tan propio de él.
El cielo era puro fuego, hace un mes atrás, hoy ya no tengo tiempo de verlo, solo puedo estar sosteniendo la mano de mi hijo que me dice: que le prometa que va a volver a casa...
Los cielos siguen brillando, la vida no se detiene, así fue y será siempre, pero mirar este cielo me recuerda los sueños que tuve y, que, como el atardecer se fueron,... y no sé... si volverán algún día...