Marta de Florian fue una actriz de teatro francesa de principios del siglo XX que vivió en el París de la Belle Epoque y los años veinte. Llegaría a conocer al pintor Giovanni Boldini (1842-1931), el cual la retrataría como a otras tantas amantes antes y después de a ella. A finales de los años treinta, antes de que la guerra llegara a París, decidió marcharse al sur de Francia y no regresar jamás. Allí viviría hasta su muerte, a mediados del siglo XX. Cuando se marchó, sola, cerraría definitivamente su piso parisino, dejando dentro de él todos sus recuerdos, objetos, muebles, cartas, cuadros y retratos. Así se mantuvo el inmueble, cerrado y sin vida, durante los casi setenta años que nadie logró ver su interior, olvidado como estaba desde que ella, su dueña, se alejara para siempre.
En junio de 2010 unos empleados de una casa de subastas lograron abrir por fin el viejo apartamento parisino, cargado de recuerdos y guardando en él una obra de Arte desconocida de Boldini. Era el retrato de Marta, pintado hacia 1898 cuando ella tendría veinticuatro años. Alojaba el cerrado lugar recuerdos de una vida alocada y llena de remitentes perdidos entres sus cartas de amor resguardadas. No existían referencias, sin embargo, de la obra de Boldini, nunca se habría mencionado este retrato. Se mantuvo inexistente, tan sólo olvidado -con vida extinguida- por su modelo, la cual lo dejaría junto a miles de otras existencias pasadas, que poco o nada quiso recordar llevándoselas consigo. Fue subastado -vuelto a recordar- el cuadro del retrato de la antigua dueña, llegándose a cotizar en más de dos millones de euros por uno de los pujadores.
El Arte fue desarrollado realmente por los antiguos griegos. Ellos le dieron el sentido de belleza resguardada, de memoria de lo bello. También el sentido de grandeza, que quisieron eternizar en tanto valor sin embargo efímero como albergara la vida. La mitología fue su sostén literario, los poetas y los pintores eran los primeros que ellos -los griegos- dejaron divagar por sus lugares. Esos mismos lugares bellos que ellos quisieron recordar para siempre. Y así fue como descubrieron la memoria. Y así fue como quisieron glorificarla. La ensalzaron, la cubrieron de pasión, de emoción, de subyugantes efluvios divinos. Dionisos, el dios de los placeres, el dios de los momentos a recordar, era el símbolo entonces de sus creaciones. Así surgieron las obras, los relatos, las leyendas y sus imágenes, así sus recuerdos. Orfeo sería uno de los personajes de aquella mitología inicial. Él consagraría su vida a su pasión, a sus deseosos momentos de gozo y de éxtasis.
Pero también fue Orfeo quien olvidó pronto su recuerdo -Eurídice-, asombrado por lo visto en su delirio. Ahora, olvidaría a Dionisos para adorar a Apolo, el dios de la luz que todo lo asombra. Las Ménades, aquellas muchachas alegres dionisíacas que bailaban enamoradas de su música, desataron un día la furia hacia su héroe al verse despreciadas por él. Orfeo acabaría decapitado por ellas, como todas las ofrendas que acababan así sumidas en las bacanales fiestas de sus bailes. En el cuadro de Gustave Moreau, aparece la cabeza degollada de Orfeo en manos de una joven asombrada. La imagen melancólica enfrenta ahora las miradas de ambos personajes, uno destruído, olvidado, otro que recuerda y que acontece, ¿querría la joven con su gesto bondadoso hacer olvidar así las locuras de Las Ménades?
El filósofo griego Platón escribiría sobre la magia del Arte y sus sobrecogedores efectos en el alma del espectador. Acusaría de magos a todos los creadores de imágenes, tanto poetas como pintores. Todos ellos atraerían -según él- los ojos de los Hombres hacia imágenes fulgurantes antes que hacia el fulgor de la verdad. Pero, entonces, ¿es lícito recordar con la memoria del Arte todo lo que queramos recordar, o sólo aquello que verdaderamente lo merezca? Otro griego que vivió años después, Plutarco, escribiría sobre el recuerdo: La memoria es para nosotros la visión de las cosas para las cuales estamos normalmente cegados.
¿Qué nos puede decir, entonces, el Arte? Porque, ¿qué es lo que nos trae entonces, una imagen retratada, un presente permanente, un pasado inspirador o un eterno sin tiempo que permanece siempre vívido y recordado? ¿Basta, además, una imagen para ello, o siempre habrá nuevas imágenes que vuelvan a hacernos olvidar las anteriores? Un gran escritor francés, Marcel Proust, nos dejaría una cita de su gran obra En busca del tiempo perdido: Este falso efecto que me acercaba un momento del pasado incompatible con el presente, este falso efecto, no duraba. Esta contemplación, aunque de eternidad, era fugitiva.
(Óleo El beso, 1925, Franz Helbing; Retrato de Marta de Florian, 1898, Giovanni Boldini; Óleo Contemplación, siglo XIX, del pintor británico Thomas Benjamin Kennington; Cuadro Orfeo, 1865, Gustave Moreau, Museo de Orsay, París; Relieve romano Baile de las Ménades, 140 d.C., copia de una obra griega del siglo V a.C., Museo del Prado, Madrid.)