Abunda en la corteza de las glándulas suprarrenales; de ella se esparce por todo el organismo y también, abundantemente, en el hígado, en los riñones y en las glándulas genitales. En la sangre arterial encontramos el azufre en una proporción de 15 miligramos por centímetro cúbico.
El azufre toma parte en la reparación y la construcción de los tejidos, ejerce una función plástica. Representa un papel importante en las transformaciones orgánicas, ya que interviene poderosamente en la división celular.
Entra en la constitución de la cistina, un ácido aminado, creador del núcleo sulfurado de las proteínas. Forma parte de la insulina, necesaria en el metabolismo de los nutrientes. El azufre contribuye a la estructura de la molécula de la vitamina B. Actúa como desinfectante ayudando a combatir, en el organismo, a los microbios y a los propios parásitos, como la tenia y la lombriz, que tratan de invadir nuestros intestinos.
Uno de los vegetales ricos en azufre es la cebolla. De ahí, la necesidad de consumir este vegetal crudo en todas las edades, desde la infancia. Los niños son a menudo atacados por vermes intestinales. Para aprovechar bien el azufre de las frutas debemos consumirlas crudas. El germen de trigo, las judías y las lentejas, la avena, las almendras, el arroz, la coliflor, el trigo, la col y las castañas son también, por este orden, alimentos ricos en azufre.
Los síntomas que produce la falta de azufre son: ardor en la garganta, astenia, depresión nerviosa, entorpecimiento mental, histerismo, intumescencia del hígado, bazo y útero, neuritis, saliva fétida y sensación de ardor en el abdomen.