Hoy me está vibrando y pitando el teléfono sin parar, y soy incapaz ya de dar las gracias, puntualizar algún comentario, rebatir o siquiera mirar las notificaciones. Estoy desbordado.
Las reacciones son extremas: Unos me llaman genio y otros idiota. No soy ni una cosa ni otra, pero estoy bastante más cerca de lo segundo; y no lo digo por falsa modestia, sino porque la idiotez es muchísimo más fácil y más frecuente que la genialidad, y sé positivamente que jamás llegaré ni siquiera a asomarme a nada genial, mientras que una o dos idioteces sí que hago o digo cada día.
Soy idiota, por ejemplo, porque estoy a punto de lanzar esta entrada -que pasa a limpio aquel hilo tuitero- al proceloso mundo de internet, y sé que estaría mucho más tranquilo y cómodo si no lo hiciera, pero creo que debemos decir algo ante el panorama que nos rodea, y necesito decirlo.
Soy como el alacrán del conocido cuento, que supongo que conoceréis casi todos, pero que resumo para quien no lo sepa:
Un alacrán tenía la imperiosa necesidad de cruzar un río, pero no podía hacerlo porque le era imposible nadar. Le pidió a una rana que iba a cruzar que lo montara a su lomo y lo llevara de pasajero. La rana dijo que no, que le daba miedo porque la picaría y la mataría con su veneno. Él la convenció: ¿Cómo te voy a picar? ¿No comprendes que si lo hago y mueres yo me ahogo? Al anfibio ese razonamiento le pareció irreprochable y consintió en montarlo a su espalda.
Cuando estaban en medio del río el alacrán le pegó un aguijonazo a la rana. Esta, sintiéndose morir, le preguntó asombrada por qué lo había hecho, y el alacrán, ahogándose y a punto también de expirar, le contestó: "No pude evitarlo: Es mi carácter".
Pues eso: Se ve que yo también soy un alacrán y no puedo evitarlo. La tentación es más fuerte que mi instinto de conservación. Que sea lo que Dios quiera.
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Me pregunto si me gusta este belén que acaba de montar el ayuntamiento de Barcelona en la plaza de Sant Jaume:
Me lo pregunto y en seguida me respondo que qué más da si me gusta o no. Que me guste o no me guste es completamente irrelevante; solo tiene interés para mí. En mis gustos soy soberano y, por eso mismo, nadie es quién para decirme qué me tiene que gustar y qué no. Pero, también por eso, yo tampoco soy nadie para proclamar mi gusto con afán de proselitismo ni de provocación.
Por lo tanto, como digo, que me guste no tiene ninguna importancia para nadie. Que me pregunte si me gusta creo que sí la tiene. Quiero decir: que nos estemos planteando ahora todos si nos gusta o no nos gusta tiene una importancia capital, independientemente de lo que cada uno responda. (En esto, como digo, cada uno es dueño y señor de sí mismo). Y por eso precisamente sí que me gusta, sí.
El debate, la cuestión de que esto esté coleando por ahí y haya llegado hasta mi blog es porque el ayuntamiento de Madrid ha inaugurado el otro día su belén "tradicional" en su sede de Cibeles, y los políticos de los diversos partidos se han felicitado por lo bonito que ha quedado. Pero uno de ellos, patoso por demás, ha declarado que le gusta mucho porque es "tradicional", como tiene que ser, y no como ese tan horroroso de Barcelona, que es tan feo como su alcaldesa.
Eso de que uno solo sea capaz de alabar una cosa poniendo a parir otra (y de paso el aspecto físico de alguien porque sí) dice mucho de su catadura moral y de su profundidad intelectual.
El belén de Barcelona me gusta porque hay gente que dice cosas solemnes sobre asuntos que no le interesan un pimiento y de los que no tienen ni puñetera idea, ni ganas de tenerla, y encima quieren sentar cátedra y exigirnos a los demás cómo tenemos que comportarnos y qué tenemos que sentir. ¿Se ha parado alguna vez este hombre a pensar en arte, en estética, en diseño? ¿Le importan algo? Y sin embargo, no dudaría en legislar para exigirme o prohibirme cualquier cosa. (El otro día lo vimos en Jávea). Estoy seguro de que nunca se ha planteado nada en absoluto sobre estos temas, pero juraría que es de los que proclaman que la pintura ha de ser figurativa, que la poesía debe rimar y que la música tiene que tener melodía y tonalidad. En definitiva, está convencido de que lo tradicional es lo bueno, y de que todo lo que es bueno lo es por ser tradicional. Pero de lo tradicional tampoco sabe nada. ¿Sabe por qué los belenes son así? ¿Sabe o le interesa algo el barroco, por ejemplo, y la revolución que supuso? ¿Le importa? Nada. No va a perder el tiempo con estas tonterías. Pero te dice a ti y me dice a mí qué es lo que vale y qué es lo que no vale. No dice que ese belén le gusta y el de Barcelona no (eso sería aceptable e indiscutible como mero gusto personal). No: Dice que el de Madrid es correcto y decente, tradicional, y el de Barcelona es un adefesio como su alcaldesa. (El odio, la rabia, la chulería). Y, sobre todo, se siente ultrajado. Quien piensa como él protesta ante lo que considera un insulto a la Navidad, un insulto a los valores, un insulto a las familias cristianas y un insulto al mismísimo Cristo.
Pantallazo tomado de El Periódico
Las cosas son así, como las digo yo. Y quien piense otra cosa es un desviado, un enemigo. Pero es que además su formación es tan escasa que no acierta a defender esas cosas que le gustan y que propugna con otra razón que la de que son tradicionales. Son buenas porque han sido buenas toda la vida. Y todo lo demás es error, es maldad, es vicio.
A esta gente la conocí de niño. Eran la gente bien, los decentes. Eran la gente "de derechas" cuando eso quería decir "como Dios manda". Lo que se salía de ahí era anarquía y mal vivir. Y te machacaban con su desprecio, con su admonición o con su burla si te separabas un milímetro de lo que esperaban de ti.
Los conocí, los viví durante toda mi infancia y mi adolescencia. Yo mismo era un poco así, un niño bueno, un muchacho obediente y bien educado que cuando tenía una opinión propia (o ajena: ay, las malas lecturas, las malas compañías) se la callaba. Los conocí, pero creía que habían desaparecido. No era cierto. Estaban agazapados. Esperaban su momento. Huelen a rancio, a naftalina, a cerrado, y quieren que todos olamos así. No soportan que corra el aire, ni que la gente baile a su aire, fuera de compás.
Por lo tanto, y según lo que digo, ¿a quién le importa que a mí me guste o me deje de gustar el belén de Barcelona? Eso es anecdótico y no tiene ninguna importancia. Lo que sí la tiene, y mucha, es que se pueda hacer un belén como ese(1), que corra el aire, que la gente se pregunte por qué, que dude, que se sienta insegura y ligeramente desequilibrada y mareada (tampoco mucho).
Ese belén es necesario(2), como lo son los versos que no riman y las esculturas abstractas. Como lo es la música "rara" y las novelas que no tienen planteamiento, nudo y desenlace. Ese belén es ahora más necesario que nunca. Es necesario porque la gente que quiere que nos metamos la camisa por dentro, que nos atemos los cordones de los zapatos, que nos portemos bien y que nos cortemos el pelo y lo llevemos con la raya a un lado está muy segura, demasiado segura, cada vez más segura, y se siente con la desfachatez suficiente para llevarnos a rastras y cortarnos el pelo -y las alas- a la fuerza.
Este belén es tan necesario porque nos sirve de legítima defensa. Es necesario para restregárselo por la cara y por la boca a estos señores tan seguros.
----------------------------------------- (1).- Otra cuestión, seguramente pertinente, es si un ayuntamiento debe gastar parte de sus fondos en estas cosas. Estos días se está hablando simultáneamente de que ante el mal tiempo muchos indigentes tienen que dormir a la intemperie porque los centros para acogerlos están saturados, son escasos, no tienen recursos, y que la iluminación navideña ha costado no sé cuántos millones de euros. Es un debate más que pertinente, y nada obvio. Hay muchos argumentos en ambos sentidos. Pero es curioso que la cuestión se suscite con más agudeza y más pasión ante belenes conceptuales que ante los tradicionales.
(2).- Es obra de la escenógrafa gerundense Paula Bosch, que ha dicho que ha querido evocar el montaje de los belenes en las casas, cuando todo se llena de cajas con las figuras, guardadas todo el año, y se produce ese caos feliz.