El Bento Japonés

Por Deandarporcasas

Descubrí este restaurante un día de regreso a casa. Aún estaba en obras. Recuerdo que pegué mi chata nariz a su cristal y había una joven dentro. Salió para atenderme y me contó que iban a abrir un restaurante japonés. Pasé alguna vez más antes de la apertura, siempre preguntando cuándo abrían hasta que por fin hubo fecha. Abrieron un martes, y justo una semana después ya lo estaba probando con unos amigos. Nos apuntamos a la aventura omakase, una palabra japonesa que significa confiar o ponerse en las manos del chef. En este caso de la chef, Teresa. Ella solo recuerda de ese día que una mujer algo alocada no paraba de hacer fotos a ella y a su comida. Debo ser rara vista desde fuera. Bueno, para no engañarnos, desde dentro también. A esa primera vez sucedieron muchas más, eso que El Bento solo lleva abierto desde el 1 de diciembre de 2020 y, cosas de la pandemia, mucho de ese tiempo ha permanecido cerrado. Si pasan por la ‘casa’ de Teresa y Rohit, no solo encontrarán una comida extraordinaria, sino también un trato exquisito y amable. El local es pequeño, apenas cuatro mesas, y su decoración, sencilla y delicada.

“E hice las maletas”, quizá esa fue la frase que más pronunció Teresa cuando la entrevistaba para este post. Una vida viajera por medio mundo con regreso al punto de partida, Las Palmas de Gran Canaria. De ascendencia coreana, aquí vivió los 17 primeros años de su vida y aquí vive ahora, pero hubo otros 17 años por diferentes ciudades del mundo. Iremos hablando de ellas mientras recorremos algunos de los episodios de su vida.

La historia de Teresa con la cocina es una historia de amor y desamor. Le gustaba cocinar desde muy pequeña, pero cuando llegó la hora de decidir qué estudiar se decantó por otra opción. A los 17 años hizo esas primeras maletas en solitario para viajar a Seúl a estudiar literatura inglesa. Hablaba varios idiomas y parecía una opción coherente, pero cuando ya llevaba algunos años estudiando decidió que no era lo suyo y que lo que realmente deseaba era cocinar. Pensaba en recetas y hasta soñaba con ellas y las escribía en un papel al despertar. Llegaba de nuevo el momento de empaquetar sus cosas hacia un nuevo destino. Si quería formarse en cocina, quería hacerlo en el mejor lugar, y optó por Cordon Bleu, en París. Tras año y medio obtuvo el grand diplome, que incluye cocina y pastelería. Estudios terminados, ¿qué tocaba? Pues sí, hacer el equipaje de nuevo. Esta vez rumbo a Londres donde trabajó de chef en el restaurante Galvin at Windows en el hotel Hilton de Park Lane. “Eran 30 chefs, 28 hombres enormes”, relata ella, “y dos mujeres”. El trabajo en una gran cocina, con jornadas de 16 horas diarias y un ritmo frenético, acabó pasando factura en la salud de una cada vez más delgada Teresa. Así que tras seis meses lo dejó. Recogió sus cuchillos y abandonó llorando esa vida. Una decisión que supuso una ruptura con la cocina que le ha costado mucho superar. Lo compara con una separación matrimonial. Fue muy doloroso, veía una revista de gastronomía y para ella era como ver una foto de su ex. Apartó la cocina de su vida porque dolía demasiado. Ahora, regresa con su proyecto propio, El Bento Japones, y es como comenzar con una nueva pareja, “como conocerse de nuevo, como volver a cogerse de la mano”, así lo describe y escuchándola se nota que aún la herida no ha acabado de cicatrizar pero está en proceso. Lo que cocina es tan excepcional que ese amor tenía irremediablemente que renacer.

Les he contado la ruptura y esa segunda oportunidad que ambas, cocina y chef, se han dado, pero hasta llegar aquí no ha estado quieta, ni mucho menos. Tras dejar el Hilton, se quedó un tiempo en Londres en la Maison du Chocolat de los famosos almacenes Harrods. Un lugar donde el chocolate es un artículo de lujo que se vende por gramos como el oro. Estuvo un año y luego quiso volver a estudiar. Hasta ahora conocía el mundo de un restaurante desde la cocina, pero quería saber lo que pasaba también en sala. Tras hacer de nuevo las maletas, estudió dirección hotelera en la escuela suiza Les Roches en su delegación en Marbella. Allí estuvo tres años. Las prácticas en Barcelona, nuevo viaje, nueva ciudad. En esta ocasión en el hotel Arts y Mandarin Oriental. Le ofrecieron trabajar de bartender. Ya ha pasado tiempo, más que suficiente como para confesar que no tenía ni idea de la profesión cuando recibió la oferta. Eso no la amedrentó. Compró una decena de libros de coctelería en la Fnac, se empapó de ellos y acudió al trabajo. Las lecturas y sus conocimientos de cocina hicieron que su carrera ascendiera con rapidez. La profesión le gustó más de lo que imaginaba. Las mezclas le recordaban mucho a cocinar. De pronto le llegaron dos ofertas a la vez. Una en España y otra en Hong Kong. Se decidió por esta última y maletas mediante again, acabó trabajando en el bar más alto del mundo, en la planta 118 del ICC Tower. En el Ozone Bar conoció a su actual pareja, Rohit, un gran coctelero con el que ha creado El Bento japonés. Tras un tiempo en Macao y otro más en Hong Kong decidieron venirse a Las Palmas de Gran Canaria. Jay, su hijo, ya había nacido y era un buen momento para volver con la familia. Querían tener su propio proyecto. Tras una breve experiencia en el mundo de los accesorios para teléfonos móviles, llegó la pandemia, cerraron y hubo que volver a pensar qué hacer. Esta vez, con el corazón ya más recuperado de aquella ruptura con la cocina en Londres, decidió que era el momento de cerrar las heridas y retomar su pasión. “Creo que es el momento de hacer lo que sabemos hacer”, se dijo, y tras vencer los miedos iniciales nació su primer restaurante, su proyecto más personal.

Perdón, me he saltado un paso. Tras la decisión hubo que encontrar el local. Buscó por varias zonas, pero ninguna opción le convencía. Un día, por casualidad (como llegan a veces las mejores cosas de la vida) decidió acortar camino por una calle que conocía bien, Isla de Cuba, y se encontró con un local vacío. En un cartel se leía como una premonición “Se alquila restaurante japonés”. No fue difícil fijarse en él. Era un día soleado y estaba totalmente iluminado. Y de nuevo otra señal, estaba justo frente al colegio Santa Catalina, donde ella acudía de pequeña los sábados por la mañana para aprender a escribir en coreano. Así que ese debía ser el lugar. Quería un restaurante japonés, adora su cocina y conoce bien el país que ha visitado muchas veces, pero pretendía ofrecer algo diferente y trajo a la isla el omakase. También cuenta con una pequeña carta, pero su idea es centrarse en ese concepto que permite ofrecer lo mejor, lo más fresco y de temporada que tienen cada día. Abrió un 1 de diciembre a la 1 del mediodía y tan solo 1 minuto después ya tenía los primeros clientes. Desde entonces esa puerta no ha dejado de sonar. No son tiempos fáciles para la hostelería, pero auguro los mejores éxitos a esta pareja. Ya han tenido que cerrar varias veces por las restricciones actuales, pero se plantean cada cierre como una oportunidad para pensar y hacerlo mejor.

La cocina de Teresa es una cocina muy personal repleta de memorias. El pulpo, por ejemplo, le recuerda a su padre (con empresas en el sector); el yuzu, a su abuela; el melocotón, a su madre, y el cilantro es influencia de Rohit, nacido en Nepal. Asegura que no cocina con el paladar, sino con la cabeza, que alberga toda la paleta de sabores de su vida. Sus platos vienen bien acompañados por la diversión de los cócteles de Rohit. Una alianza perfecta que hace de la experiencia Bento algo imposible de olvidar. Gracias, pareja, por tanto amor.