Tal y como él mismo me describía... - esta actividad, bajo el epígrafe "El Café de los Vinos", la iniciamos en Mayo de 2013 en esta USMC como una actividad semanal, encaminada a abrir una nueva vía de atención a un grupo concreto de personas a las que tratamos desde hace años: personas con patología psicótica crónica activa, a las que los abordajes tradicionales no acaban de ayudar a mejorar, manteniendo alteraciones sensoperceptivas y del pensamiento con repercusión afectivo-conductual de manera habitual, aislamiento social marcado y deterioro cognitivo progresivo a pesar de la utilización de las distintas alternativas terapéuticas de las que disponemos actualmente.De esta realidad descrita nace esta iniciativa. El objetivo es explorar otras vías de atención que mejoren la calidad de vida, las habilidades sociales y cognitivas y en definitiva la denominada rehabilitación psicosocial de estas personas. Para ello, entendemos que es posible aprovechar la ya establecida relación terapéutica que mantenemos desde hace años desde la USMC. Debemos acercarnos a su entorno comunitario y trabajar estas habilidades desde lo cotidiano y trivial hasta ir paso a paso facilitando que mejoren su día a día.
- ¿A qué personas va dirigida esta actividad?
Está enfocada a la atención de casos de patología mental grave con evolución tórpida y sintomatología psicótica activa e invalidante. Personas que a pesar de múltiples cambios de tratamiento farmacológico, derivaciones a recursos de rehabilitación psicosocial (T.Ocupacionales, CRPS, ECA…) y otros abordajes terapéuticos no conseguimos que mejoren su calidad de vida.
- ¿Qué profesional interviene en la actividad?
Esta iniciativa propuesta por enfermería al equipo de la USMC, será llevada a cabo en primera persona por el Enfermero Especialista en S.M. de la unidad en coordinación con el resto del equipo, sin que esto excluya la intervención activa de cualquier otro miembro.
- ¿En qué consiste?
Se trata de reunir un grupo de 3 ó 4 personas con el perfil definido anteriormente. Y, como habíamos comentado, aprovechar la relación terapéutica que mantienen con nosotros para realizar actividades cotidianas como: salir de casa a tomar un café en los alrededores, compartir con otras personas esta actividad, que inicien relaciones sociales de esta manera, que visiten zonas de su entorno a las que hace años que no acuden por su aislamiento y por su clínica activa, que propongan actividades de su interés, fomentar que en un futuro realicen actividades similares con su familia o por iniciativa propia. Las actividades se adecuarán al grupo en cuestión y deben ser dinámicas, teniendo en cuenta que son sólo un marco para contribuir a mejorar la calidad de vida de estas personas. La evolución propia de cada grupo establecerá la posibilidad de introducir otras actividades de ocio relacionadas con el ejercicio físico y actividades al aire libre.
- ¿Cuándo y cómo?
Inicialmente estableceremos 1 ó 2 días semanales para esta actividad, con una duración aproximada de 2 horas c/día. Nos acercaremos a los domicilios en principio para posteriormente establecer lugares de encuentro que fomenten la independencia y el vínculo de las personas con la actividad. Será preceptivo explicar a la persona y a su familia la actividad y sus objetivos y que éstos acepten participar en ella.
Esta actividad ya ha empezado a caminar y Nico nos relata cómo se está desarrollando la experiencia:
La última campana del mediodía toca a mi paso por la Plaza de la Pila. Este tramo empedrado de la ciudad del Drago me lleva directo a casa de Rafa. Me espera en el quicio de la puerta, sentado, como siempre. Adivino en su semblante, que hoy está abotargado. Sorprende su vestimenta, exageradamente abrigada para el día de solajero que nos acompaña. Rafa empuja su cuerpo hacia mi coche y aquel le sigue con ligera torpeza. A pesar de sus ganas de estar “in”, su todo, hoy, está “out”. Por un momento temo que sea la angustia psicótica habitual, debida a la maquinaria productiva inagotable que parece sostener sobre los hombros. Pero, tras un intercambio de frases sueltas observo una diáfana atadura química en el aura de mi copiloto. Bajamos calle del Amparo abajo por la pronunciada pendiente. Pendiente, que meses atrás calibró con precisión matemática el propio Rafa en su rostro. Tras un pase de balón al pie en medio de la calle, la gravedad lo catapultó de bruces contra el suelo. Él aún lo recuerda con una risilla entre vergonzosa y erosiva. Yo reflexiono con la idea de que si ya es difícil golpear un balón en una calle con un desnivel del 15%, hacerlo encima con el tratamiento neuroléptico en las piernas se convierte en un deporte de riesgo.
Llegamos a la encrucijada del Downtown icodense, donde la calle San Agustín, cual 5ª avenida neoyorquina, desemboca a los pies del ayuntamiento, dejando al sur la calle San Sebastián. Continuamos dirección noroeste, recorriendo Key Muñóz. A estas alturas, la latencia de respuesta de Rafa confirma que sus andares hoy son a cámara lenta. Mantiene una batalla, en franca desventaja, por permanecer alerta y resultar buen interlocutor. Pero cada cierto tiempo, los párpados vencen irremediablemente su voluntad, y permanece unos segundos adormecido. El bullicio del Calvario lo rescata de una de sus minisiestas. Y, como el Rey cuando se duerme en el desfile de las fuerzas armadas, quiere aparentar total atención a lo que ocurre a su alrededor.Atravesamos el barrio de La Centinela, para bajar el Camino Real, donde con impaciencia y curiosa predisposición nos espera Carlitos. Su habitual discurso atropellado y farfullante, repleto de interpretaciones paranoides y autorreferenciales de difícil seguimiento, se torna, desde el principio, en un entusiasta relato del itinerario. Con minuciosa claridad, nomina cada barrio que pasamos, decorando con anécdotas de juventud y travesuras varias su locución. El Carlitos retraído, distante, semimutista y visiblemente tenso en la relación con otras personas que conocía, nos regala una arista cordial, comunicativa, afable y hasta divertida que nos impacta a modo de sorpresa. Bajando hacia San Marcos nos detenemos un segundo en casa de Lolo y Paco para invitarlos a sumarse al café costero, pero declinan la propuesta. La próxima quizá.
Por fin se avista San Marcos, su muelle, su acantilado, sus pequeños locales junto a la playa y su remanso de paz entre olas que arrastran al que no conoce el baño de norte. La tertulia, sentados a pie del muelle, es el rato con el que me quedo. En ella, Carlitos se suelta aún más, se le ve cómodo. Impresiona su comentario de que hace unos 20 años que no bajaba a la playa de San Marcos. Impresiona mucho más la frescura con la que cuenta episodios pasados en este escenario. Diría que son de ayer mismo. Hace hincapié en su condición pasada de buen nadador. Por otro lado, Rafa, más pescador que nadador y que, en comparación con Carlitos, habitualmente es ameno, empático y mantiene un contacto más fluido con la gente en la calle, hoy está absolutamente atado farmacológicamente. Intenta soltarse cuando reiteradamente le pregunto si se encuentra bien. Creo que es uno de esos días en los que los titulares son del tipo:
“…es que no puedo levantarme… me encuentro aturdido… me olvido lo que me dicen… me cuesta atender…no tengo fuerzas, estoy flojo…”. Pero, a duras penas consigue seguir la conversación.
Buen rato para todos, nos hemos vestido de diario para tomar un café y ver el mar. Hasta ahora cada encuentro requería ropa de domingo de misa, y, esto a veces condiciona y limita. Coño, 20 años sin ver la playa de tu pueblo, ¡qué fuerte!
Nico Florido Medina (Enfermero especialista de Salud Mental)