El camino de Lao Tse

Por Ktikaa @XKRedes






Existe algo, un todo indiferenciado, que antes de los cielos y la tierra.
Sólo tiene imágenes abs­tractas, ninguna forma concreta. Es profundo, oscuro, silencioso, indefinido; no oímos su voz. Asignándole un nombre, lo llamo el Camino.

El Camino es infinitamente elevado, insondable­mente profundo. 

Abarcando el cielo y la tierra, reci­biendo de lo que no tiene forma, produce una corrien­te que fluye intensa y ampliamente sin desbordarse. 



Opaco, se sirve de una clarificación gradual mediante la calma. 
Cuando se aplica, es infinito y no tiene día ni noche; pero cuando es representado, ni siquiera llena la mano.

Es reducido, pero puede expandirse; 
es oscuro, pero puede iluminar; es flexible, pero puede ser firme.

Absorbe lo negativo y emite lo positivo,



manifestando así las luces del sol,



la luna y las estrellas.

Gracias a él son altas las montañas, 



son profundos los océanos, corren los animales, 



vuelan los pájaros.
Gracias a él vagan los unicornios, remontan el vuelo los fénix,

siguen su curso las estrellas. 



Garantiza la supervivencia mediante la destrucción, la nobleza mediante la bajeza, y el avance mediante la retirada. 



En la antigüedad, los Tres Augustos alcanzaron el orden unificador del Camino y permanecieron en el centro; 

sus espíritus vagaron con la Creación, y así reconfortaban a todo el mundo en los cuatro cuadrantes.

De esta manera, el Camino produce el movimien­to de los cielos 

y la estabilidad de la tierra, 



girando incesantemente como una rueda, 



fluyendo sin cesar como el agua. 

El Camino se encuentra en el principio y en el fin de las cosas: 

cuando se levanta el viento,

se condensan las nubes, ruge el trueno y cae la lluvia, res­ponde 

como un concierto sin fin.