El caso de los bio-vándalos despistados

Por F.guiral - S.pérez

El turismo llamado activo está de moda. Todo sea por sacar provecho a esas merecidas vacaciones. Colaborar con la reconstrucción de un pueblo abandonado, irse de voluntario a algún país en desarrollo… Sin embargo, parece ser que la última moda es organizar una acampada “antitransgénica” con la destrucción de un campo de cultivo como actividad estrella. Por aquello de ejercer una saludable terapia anti-estrés.

Esto debieron pensar los Facheurs Volontaires, un grupo francés que decidió cruzar la frontera hace unos días para exportar a España su particular saber hacer en materia de bio vandalismo, eso sí, con mucho charme, como debe ser. Y todo muy  poético-festivo, como se puede apreciar en su cartel.

 Lástima que  se hubieran dejado en casa el GPS antitransgénico porque el campo que atacaron pertenecía a un agricultor particular y estaba sembrado con maíz tradicional. Sin embargo, nada difícil hubiera sido que les hubiera dado por atacar sin saberlo un campo con maíz Bt de carácter comercial,  cuya presencia es muy significativa en el Bajo Ampurdán de Girona. Claro, es lo que tiene la “equivalencia sustancial”, que si no haces un análisis PCR a pie de campo puedes tirarte a una piscina… de lo más convencional.

 Sin embargo, los Facheurs Volontiers no atacaron este campo de forma aleatoria, sino que lo eligieron basándose en datos (provisionales), ahí está el quid de la cuestión, sobre ensayos de campo facilitados por el MARM a Ecologistas en Acción hace unos meses.

 Ignoro si el Ministerio dio esta información por voluntad propia o por imperativo legal, pero lo cierto es que quizás debería replantearse un nuevo escenario, reconociendo el derecho que tienen los agricultores a que sean protegidas sus propiedades y la libre elección de su modelo productivo, como cualquier otro ciudadano en un Estado democrático.  

 Es una lástima que en un país sumido en la peor crisis económica de las últimas décadas, cuya tabla de salvación debería ser la I+D+I y el crecimiento de un tejido productivo cualificado, se permita por dejadez, pereza o simple imagen frente a ciertos colectivos, que ataques como estos sucedan. Paul Christou y Teresa Capell, dos prestigiosos investigadores de la Universidad de Lleida ya optaron por llevarse sus ensayos con maíz transgénico al otro lado del Atlántico hace unos meses. Ellos si tenían GPS, pero anti-biovándalos, y hasta una bola de cristal, diría yo. ¿Hasta qué punto podemos permitirnos esta fuga de tecnología e investigación? ¿Cuál será el precio a pagar?

Accede al artículo de JAL sobre la nueva normativa de transgénicos en Bio (Ciencia+Tecnología)