El cehomo

Por Arquitectamos

En mi pueblo, a alguien que va sucio, estropeado y desharrapado, siempre se le ha llamado cehomo. Mi madre, como todas, me lo dijo a mí, como a todos: "Pero mira cómo vienes; estás hecho un cehomo". Es (o era, porque ya se pierden los modismos y las particularidades del habla) un acortamiento de Ecce homo, que es lo que Poncio Pilatos dijo ("Eh aquí al hombre") cuando presentó a Jesús, flagelado, lastimado, ensangrentado y coronado de espinas, a la multitud. Y todos los muchachos que veníamos a casa después de jugar un partido o de corretear por la calle estábamos en un estado, si no tan lamentable como el de Cristo en esa tesitura, muy lejos del del niño peinadito y limpito al que nuestras madres aspiraban.

Veo que el diccionario de la RAE no contempla cehomo, y por lo tanto es una palabra que yo solo he oído, pero no puedo acudir a autoridad, por lo que no puedo asegurar que tenga la hache intercalada que le pongo. Sí recoge eccehomo, con la doble acepción de la imagen de Jesucristo como Pilatos la presentó al pueblo y también la de "persona lacerada, rota, de lastimoso aspecto".

Esa imagen de Cristo doliente es tan potente que ha sido un tema habitual en la historia de la pintura occidental, y todos los grandes pintores la han hecho. Sin embargo, desde el año 2012, para todos nosotros ya solo hay un Ecce Homo: el del Santuario de la Misericordia de Borja (Zaragoza).

En ese santuario había un pequeño Ecce Homo mural del pintor Elías García Martínez (1858-1934), natural de Requena (Valencia): un buen profesional, competente y muy correcto, pero ya casi completamente olvidado. (Ay, qué cantidad de buenos pintores, escultores, músicos, poetas... hay, y se acaban yendo por el sumidero del olvido porque, sencillamente, fueron buenos, o incluso muy buenos, sin más).

El Ecce Homo de Borja estaba bastante estropeado, y en vez de llamar a un restaurador competente, una feligresa, Cecilia Giménez Zueco, pésima pintora aficionada y muy audaz, y que por entonces tenía ochenta y un años de edad, se ofreció a restaurarla. El sacerdote responsable de la iglesia le dijo que bueno, y la buena mujer, con su mejor intención y una falta absoluta no solo de conocimientos y de técnica, sino de criterio y de sentido de la realidad, se embarcó en perpetrar uno de los adefesios más notables de la historia del arte español.

En muy poco tiempo fue la irrisión del planeta. Salió en programas de televisión de todo el mundo, en internet, en todas partes. Se hicieron memes, camisetas, muñecos... de todo. Las risas eran mundiales. Y qué hay mejor que la risa.

De repente Borja empezó a recibir avalanchas de turistas que querían ver el Ecce Homo. Y se quedaban a comer y a dormir en el pueblo, y pagaban la entrada que se puso desde ese momento. Y empezaron a hacer fluir el dinero por allí, y a poner a Borja en el mapa.

Y la desgracia del Ecce Homo se convirtió en una bendición. La buena Cecilia pasó, de la noche a la mañana, de estar avergonzadísima de su salvajada, a ser vitoreada, aclamada, invitada a todas partes, y a sentirse orgullosa de su hazaña. 



Hoy Cecilia ha muerto a los noventa y cuatro años, y España (y el mundo entero) está de luto. En palabras de Fran Riolobos (@franxurio.bsky.social) en la red Bluesky -palabras que comparto- "DEP Cecilia, autora de la pintura española más relevante del siglo XXI"). 

Y ahora viene la pregunta: ¿Por qué un buen pintor, profesor, académico e hijo predilecto de Requena se queda en nada y una malísima e incompetente aficionada, sin criterio ni talento alguno, salta a la gloria? ¿Todo es porque ya estamos completamente locos, no entendemos nada y el arte está definitivamente muerto? Puede ser. Y porque desde hace muchas décadas hemos asumido que el arte es el espectador. La obra está abierta y quien la interpreta le da su dimensión. (Por cierto, ¿qué habría dicho Umberto Eco del Ecce Homo de Borja? ¿O qué dijo? Porque murió cuatro años después y es muy probable que tuviera noticia de él. Yo creo que le habría resultado muy interesante no la obra pictórica en sí, sino lo que suscitó).

Creo que sin duda podríamos considerar el Ecce Homo una obra de arte si hubiera sido hecha a propósito, con una intención crítica, de relectura y reconsideración de principios. Pero fue una mera casualidad, una torpeza, una cosa horrible sin más. Solo suscitó la burla y la diversión. ¿La diversión lo vale todo? Yo no sé si todo, pero bastante sí.

Para colmo, el hecho de que el mamarracho de Borja se reprodujera en tantos objetos y lugares le valió a Cecilia muy pingües ingresos por derechos de imagen. Los donó todos para apoyar a los pacientes que sufren la misma enfermedad que su hijo, y eso nos la terminó de meter en nuestros corazones.

Ahora, sin mayores disquisiciones semióticas ni críticas, y constatando una vez más que el mundo es una puñetera locura, solo espero que quienes estén a cargo de las próximas ediciones actualizadas del Gombrich incluyan a nuestro Santo Ecce Homo de Borja, y nos vuelvan a poner en la elevada órbita en la que alguna vez estuvimos.

Ernst. H. GombrichLa historia del arte16ª edición (que creo que es la última por ahora)