Georges Méliès estuvo presente en la exhibición que los hermanos Lumière hicieron de su cinematógrafo. Ellos se dedicaban a rodar escenas cotidianas y estaban convencidos de que el cine sería una moda pasajera que se olvidaría en unos 18 meses. Méliès, en cambio, supo ver el potencial que tenía este invento para crear historias y se aferró a la idea de llevarlas a cabo. Quiso comprarles la máquina, pero los Lumière se negaron a venderla. Esto no detuvo a Méliès que se hizo con una y comenzó a rodar sus películas que exhibía en un teatro que había comprado.
Esta última parte de su vida es narrada (como tema secundario) en la magnífica película La invención de Hugo (2011), donde el protagonista conoce a Méliès en la tienda de juguetes.