El Clasicismo francés transformó una vez la tragedia clásica en una inspiración romántica y benéfica.

Por Artepoesia

Los griegos definieron ya claramente la tragedia. El desenlace debía ser, necesariamente, fatal. No podía ser de otro modo, ¿cómo, si no, tendría ya sentido su significado catártico, su enseñanza moral? El héroe, el que fuese, debía perecer siempre bajo la pesada carga que las cosas o los dioses habrían ya conspirado contra él. Así se desarrollaron las tragedias más clásicas, donde los antiguos mostraban a todos, primeramente, las aspiraciones que los personajes épicos más atrevidos se permitirían llegar a tener frente al destino y el designio más omnipotente y definitivo. Como consecuencia, el trágico final se llevaba a cabo casi siempre luego, para mostrar así a todos que las cosas nunca se deberían llevar tan lejos. Sobre todo tanto como para retar a los dioses, y también que nunca, además, la vida no supusiera ya lo mismo para todos, héroes o no, postrados ahora así todos ya bajo la inevitable losa ciega del poderoso piélago Universo.
El clasicismo trágico de Grecia terminó con Eurípides, el gran poeta trágico griego. Esto sucedió mucho antes de la muerte de Alejandro Magno (323 a.C.). Tras su muerte se pudieron vivir ya historias y leyendas que contar y mostrar con personajes, pero nunca con el sesgo trágico de entonces. El helenismo, un periodo que empezó a la muerte del conquistador más grande y terminó prácticamente con el nacimiento de Jesucristo, glosó por entonces más la escultura, la poesía o la pintura que otra cosa. Así que la tragedia reposaría el sueño más injusto hasta que Shakespeare la retomase mucho más tarde con un brío más moderno y más humano. Y luego llegó el Barroco, y el teatro se hizo más cómico que dramático. Tuvo que renacer el clasicismo a mediados del siglo XVIII para recuperarlo, ahora con una Francia muy clasicista sobre todo que impulsaría ya lo que debían ser las verdaderas formas clásicas, aquellas heredadas ya de las maneras griegas que determinaban, correctamente, cómo debían ser siempre comunicadas las cosas a los hombres.
Pero hubo una leyenda del helenismo basada en una historia real de aquellos generales griegos que sucedieron a Alejandro Magno en su enorme imperio. Una leyenda que contaba la historia de la vida de uno de ellos, de uno de los más importantes sucesores de Alejandro. Seleuco (ca. 358 a.C.- 281 a.C.) fue un macedonio que luchó siempre en todas las batallas que libró el gran conquistador griego. A la muerte de éste, sus generales se repartieron el extenso imperio conquistado por él. Seleuco obtendría Babilonia como reino. Aun así, lucharon todos entre todos, y Seleuco obtuvo luego más reinos hacia el este, hacia Persia y la India. Fue, sin embargo, un gobernante moderado, algo sabio y prudente. En el año 300 a.C. se volvió a casar con una muy joven princesa macedonia, Estratónice, cuyos cuarenta años de diferencia entre ambos no eran ningún obstáculo por entonces. De su anterior esposa, Apame, una princesa sogdiana del Asia central, tuvo a su único hijo Antíoco. En aquellos años, los reinos se perdían o ganaban tanto en batallas abiertas como en intrigas palaciegas. Así que Seleuco, unos ocho años después de su boda, designaría a su hijo Antíoco corregente de su extenso y poderoso reino.
Pero le ofrecería además entonces, en el 292 a.C., algo más a su hijo..., a su propia esposa Estratónice y la gobernación de uno de sus reinos. Las razones fueron tal vez estratégicas, al parecer, necesitaría Seleuco la ayuda decidida y muy leal de su hijo Antíoco para gobernar con tranquilidad su extenso y deseado reino. Sin embargo, los escritores helenísticos posteriores, como Plutarco (50-120), difundieron luego otra historia, un relato de separación provocada que tendría más una causa de amor que de otra cosa. En las antiguas tragedias griegas el amor, los celos, las traiciones y los engaños eran los elementos propios que asolarían ya de sangre, dolor y muerte las leyendas narradas por sus bardos clásicos. Así que la historia helenística tendría ya siglos después, en pleno momento neoclásico (siglo XVIII), un motivo extraordinariamente justificado para componer así una tragedia. Y, como una Tristán e Isolda anticipada, llevarla además al teatro representado más moderno y clásico por entonces, la ópera y sus alardes musicales tan melodramáticos.
Los compositores franceses del momento, como lo fue Etienne Méhul (1763-1817), asumieron el reto de crear un drama musical basado en la historia de Estratónice. Méhul lo llevará a cabo en 1792, en el momento más cumbre del Neoclasicismo francés. En un escrito basado en el relato de Plutarco, recreará la leyenda de Antíoco y Estratónice con los elementos propios de una historia de amor. El relato ahora contaba cómo Antíoco se habría enamorado secretamente de su madrastra. Pero, como no podía defraudar a su padre, enfermaría Antíoco tanto que Seleuco buscaría la ayuda de uno de los mejores médicos griegos de entonces, Erasístrato. Este galeno griego descubriría el sentimiento que se ocultaba ya detrás de los síntomas de Antíoco, ahora gracias a sus sabias observaciones cada vez que Estratónice entraba en la alcoba donde el enfermo reposaba. Entonces, veía como Antíoco emperoraba aún más en su presencia, se alteraba su pulso, palpitaba su pecho...; y, así, decidido ya un día, delante de todos, el médico la señalaría a ella como la causa segura de su terrible enfermedad.
Los pintores habían creado desde mucho antes, por ejemplo el pintor barroco-rococó italiano Antonio Bellucci en 1700, algunas obras con el instante del descubrimiento del motivo de la enfermedad de Antíoco. Pero fue el Neoclasicismo el estilo que mejor llevaría la historia clásica a su representación más elogiosa. Dos pintores neoclásicos franceses, David y su discípulo Ingres, compondrán sus obras Antíoco y Estratónice en 1774 y 1840, respectivamente. Y con esa magistral forma de hacerlo que llevará de relatar una historia clásica a ser representada como la más romántica de todas. Ahora ya no era realmente una tragedia, ahora para nada la traición, ni la ofensa, ni el engaño, ni la muerte. Al conocer por su médico la causa de la enfermedad de su hijo, Seleuco entregaría su esposa a su hijo para salvarle la vida a él. Pero, sin embargo, todo fue ya inventado en la leyenda, porque ni su hijo enfermó en el palacio de su padre, ni enfermó de amor, ni Erasístrato lo pudo atender por entonces (292 a.C.) ya que éste tendría trece años solo (había nacido el médico en 305 a.C.). Así que, más de veinte siglos después, el final imposible de una tragedia griega, esa representación ya fatídica y mortal, se habría convertido en posible, en real, en benéfica, aunque algo ficticia, gracias al neoclasicismo francés de aquellos años y a su sin querer forma romántica de hacerlo.
(Óleo Antíoco y Estratónice, 1774, de Jacques Louis David, Museo de Bellas Artes de París, Francia; Lienzo Antíoco y Estratónice, 1840, Jean-Auguste Dominique Ingres, 1840, Museo Condé, Francia; Cuadro barroco Antíoco y Estratónice, 1700, Antonio Bellucci, Kassel, Alemania.)