Ya hemos contado antes (https://pedsocial.wordpress.com/2015/11/23/multiculturalidad-emigraciones-y-refugiados/) que para los niños, eso de la diferencias raciales asociadas al color de la piel es algo que no forma parte de sus conocimientos hasta que alguien se lo enseña. Y que ese concepto de “raza” es una patraña decimonónica de la época de los imperios coloniales. Aún recuerdo que en mi libro escolar de geografía, editado en la primera mitad del siglo XX se describían cinco razas: blanca, negra, amarilla, “cobriza” y “aceitunada”. El entecomillado es mío y sirve para resaltar la escasa habilidad cromática de los autores que adscribían a los aborigenes americanos un color semejante al cobre, y a los sudasiáticos el color de las aceitunas, supuestamente las verdes, porque en este país de olivos, las aceitunas pueden tener una gran variedad de colores (mís favoritas son la negras “mortas” de Aragón). Majadería sublime. Recuerdo aquí que, los indígenas (indígena es una mala palabra, por la manía de confundir las Indias con la India) nortemericanos se dieron en llamar “pielrojas” no precisamente por el color de su piel, sinó por los tintes y pinturas con que se decoraban más comúnmente piel y ropa. Esa peculiaridad fue asumida por muchas tribus con orgullo: el estado de Oklahoma ostenta su nombre que, en cherokee, quiere decir “país de los hombres rojos”.
El libro de geografía de mi hermana ya había ampliado las “razas” a 8, añadiendo hindú, esquimal y oceania u oceánica. En los años setenta lo extendieron aún más, incorporando eslavos, árabes, nórdicos, mongoles separados de los chinos, mediterráneos para griegos, sicilianos y probablemente los de aquí que sean morenos (!), afroamericanos y una docena más. Y luego entraron ya en la categorización de las etnias. Los norteamericanos, que en esto de diferenciar a la gente por su pinta son muy suyos, en los censos del 1995 y del 2000 ofrecieron a la gente la posibilidad de asignarse una etnia, con lo que se generó un considerable confusión porque mucha gente no se reconocía en ninguna: aún no distinguen entre “americano” que pueden serlo todos y “native American“, para los que reconozcan en sus ancestros algún “pielroja”. En los censos siguientes ofrecieron hasta dos posibilidades y de ahí salieron esos “afroamericanos”, “mexican-american”, “judios europeos” y muchas otras combinaciones, hasta que en los últimos censos han renunciado a esas calificacions.
Los antropólogos han identificado unas 600 etnias y eso se basa en que cada una de ellas, o sus miembros, se reconozcan como tales. Como etnia se entiende no unos rasgos físicos, sino culturales, entre los que se incluye la herencia familiar. En este país se han dicho muchas tonterias con las minorías étnicas, especialmente con los gitanos. Pero tambén con los agotes, “los vascos y las vascas” o, últimamente, los catalanes.
Raza, lo que se dice raza, sólo hay una: la raza humana. También somos el género humano, aunque algunos taxonomistas, en particular paleoatropólogos como Eudald Carbonell, sostienen que aún no somos “especie”.
Los pediatras deben familiarizarse con los distintos colores de la piel sobre todo por la diferencia que pueden representarse en la patología dermatológica. Y huír de cualquier consideración calificativa discriminatoria. No vale decir que las “tiritas” que se emplean para pequeñas heridas o pinchazos tienen “color carne”, por favor. (Ni siquiera la carne tiene “color carne”). Si no se sabe distinguir un exantema en una piel más oscura, pues hay que aprenderlo. O enviar el paciente a otro facultativo más experto.
X. Allué (Editor)
(Suponemos que a la firma Benetton no le importará la publicidad gratuita)