Este podría ser uno de los monólogos que, en la película, en forma de versos (los del propio Gil de Biedma), nos iluminan esa especie de oscuridad y tinieblas en las que se desarrolló la vida del poeta catalán con profundas raíces castellanas. Es en esa soledad de la noche, donde Jaime Gil de Biedma explora la vida, y donde también, es consciente que LA VIDA IBA EN SERIO, a pesar de que él nos diga que lo empezó a comprender tarde, demasiado tarde, cabría añadir, porque El cónsul de Sodoma es un biopic que, al tratar de ser ambicioso tanto el metraje (ciento veinte minutos) como en el alcance de la vida del poeta, peca en ocasiones de demasiado naif, sobre todo, en la parte final del film, donde parece que la proximidad a la época actual sea menos interesante o retratable por la cercanía de la vida de los personajes y los acontecimientos. Aunque por encima de ese matiz, hay que resaltar la valentía de Monleón a la hora de retratar esa doble vida del poeta impregnada de luces y sombras, aciertos y contradicciones, a los que añade esos tics, altamente recomendables, de sus poemas que, como transiciones de ánimo y de vida, son memorables, y donde quizá una vez vistos los documentales sobre Gil de Biedma y habiendo escuchado su potente voz, se nos haga un tanto extraño oír la voz más suave de Jordi Mollá que, sin embargo, a medida que avanza la película, eso sí, se apodera del personaje ya sin fisuras, y no nos podemos imaginar a otro Gil de Biedma que no sea él, con esa mirada de ojos azules perdida en el infinito de la nada, a lo que sin duda ayuda la banda sonora y el acierto en la elección de los diálogos y los retazos de la vida del poeta que, en la mayoría de las ocasiones, están muy bien traídos, a pesar de su sutilidad, pues aquellos que conozcan un poco los acontecimientos biográficos de Jaime, sabrán apreciar e interpretar la importancia de esas elecciones.
Jaime Gil de Biedma, como él mismo dijo, quizá fue el último de los románticos, pues desde siempre afrontó su vida con el riesgo de aquel que es prisionero de las más grandes de las temeridades, esa que busca a cada instante apoderarse de la esencia de la vida, como si cada minuto de la misma fuese el último de su existencia, sin importarle lo que le deparase el nuevo día. En esa temeridad consciente fue donde se sumergió para vivir el amor, entender y componer la poesía, y en definitiva, su vida.
Ángel Silvelo Gabriel.