El Corazón de las Emociones

Por Dlemus

Sentimos las emociones en el cuerpo, no en la cabeza: eso al menos parece que está claro.

Ya en 1890, William James, profesor de Harvard y padre de la psicología estadounidense, escribió que una emoción era ante todo un estado corporal, y sólo después una percepción en el cerebro. Basaba sus conclusiones en la experiencia ordinaria de nuestras emociones.

Mira también El Amor es una Decisión

Efectivamente, ¿no decimos que tenemos «el miedo en el cuerpo», o que sentimos «el corazón ligero», entre otras expresiones? Haríamos mal en ver en esas frases sólo expresiones retóricas. Son representaciones muy precisas de lo que sentimos cuando nos hallamos en diversos estados emocionales. De hecho, desde hace poco se sabe que el intestino y el corazón cuentan con sus propios circuitos de algunas decenas de miles de neuronas que son como “pequeños cerebros” en el interior del cuerpo.

Estos cerebros locales son capaces de tener sus propias percepciones, de modificar su comportamiento en función de éstas, e incluso de transformarse a raíz de sus experiencias. Es decir, de alguna manera, de formar sus propios recuerdos.

EI corazón y la razón

Además de disponer de su propio sistema de neuronas semiautónomo, el corazón también es una pequeña fábrica de hormonas. Secreta su propia reserva de adrenalina, que libera cuando tiene necesidad de funcionar al máximo de sus capacidades. También segrega y controla la liberación de otra hormona, el ANF, que regula la tensión arterial. Y, finalmente, secreta su propia reserva de oxitocina, la hormona del amor. Ésta se libera en la sangre, por ejemplo, cuando una madre amamanta a su bebé, cuando dos seres se hacen la corte, y en el transcurso del orgasmo.

Mira también La Oxitocina, la Hormona del Amor 

Todas estas hormonas actúan directamente sobre el cerebro. Al final, el corazón hace participar a todo el organismo de las variaciones de su vasto campo electromagnético, que se puede detectar a varios metros del cuerpo, pero del que todavía se desconoce el significado.

Así pues, está claro que la importancia del corazón en el lenguaje de las emociones no es sólo una imagen. El corazón percibe y siente. Y cuando se expresa, su influencia alcanza toda la fisiología de nuestro organismo, empezando por el cerebro.

Para Mane estas consideraciones estaban lejos de ser puramente teóricas. A los 50 años, sufría desde hacía tiempo de ataques repentinos de ansiedad que podían sorprenderla en cualquier lugar y momento. En primer lugar, su corazón empezaba a latir con demasiada rapidez. Un día, en el transcurso de una recepción, se le aceleró súbitamente el corazón y tuvo que apoyarse en el brazo de un hombre al que no conocía, pues no sentía las piernas.

Esta incertidumbre constante sobre el comportamiento de su corazón la tenía muy preocupada. Empezó por reducir sus actividades. Tras el episodio del cóctel no salía más que acompañada de amistades seguras o de su hija. Dejó de conducir sola hasta su casa de campo por miedo a que su corazón la “abandonase” -como ella decía- en la carretera. Marie no tenía ni idea de qué era lo que desencadenaba esos ataques. Era como si su corazón decidiese, de repente, que estaba aterrado por algo de lo que ella no tenía conciencia; sus pensamientos se tornaban entonces confusos, inquietos, y el resto del cuerpo empezaba a vacilar

El cardiólogo le diagnosticó un «prolapso de la válvula mitral», una afección benigna de una de las válvulas del corazón que, le dijo, no debía inquietarla. Le sugirió que tomase medicamentos contra la hipertensión para superar los acelerones del corazón, pero éstos la fatigaban y provocaban mareos. Dejó de tomarlos por iniciativa propia.

Cuando la recibí en la consulta, yo acababa de leer un artículo en el American Journal ofPsychiatry, según el cual el corazón de algunos de esos pacientes respondía muy bien a los antidepresivos, como si las aceleraciones intempestivas tuviesen su origen en el cerebro en lugar de al nivel de la válvula. Así pues, mi tratamiento no resultó mucho más eficaz que el de mi colega cardiólogo, y, además, Marie se hallaba muy disgustada a causa de los kilos que había ganado por el medicamento que le receté.

El corazón de Marie sólo se calmó cuando aprendió a domesticarlo directamente. Me dan ganas de decir: «Hasta que aprendió a hablarle».

La relación entre el cerebro emocional y el “cerebrito” del corazón es una de las claves de la inteligencia emocional. Al aprender -literalmente- a controlar nuestro corazón, podremos domesticar nuestro cerebro emocional, y viceversa. Pues la relación más fuerte entre el corazón y el cerebro emocional es la que establece lo que se denomina el «sistema nervioso perifé- rico autónomo», es decir, la parte del sistema nervioso que regula el funcionamiento de todos nuestros órganos, que escapa, a la vez, a nuestra voluntad y a nuestra conciencia.

Mira también 

Construyendo un Cuerpo

Las Personas Melancólicas son Mejores Amantes . Receta Jarabe 

Fibromialgia , un Dolor Remediable

Gracias por compartir 

 

David Servan-Schreiber CURACIÓN EMOCIONAL