En la revista New Yorker, Peter Schjeldahl comparaba brevemente la labor de un artista radical, Robert Ryman, que pinta siempre variaciones de un mismo cuadro blanco, con el ejercicio de Scheherezada en Las mil y una noches.
La princesa intenta frenar la ronda vindicativa de un sultán que, despechado ante la infidelidad de su primera mujer, desposa cada día a una virgen que decapita al amanecer siguiente. Scheherezada se ofrece para frenar el feminicidio de un cornudo que suma tres mil muertes: en la noche le cuenta una historia que deja inconclusa al alba. El mandatario entusiasmado espera hasta la próxima noche, lo mismo sucede por mil y una noches en las que Scheherezada además de hacer una trenza de historias concibe tres hijos del sultán y da un final edulcorado al cuento que comienza esa saga.
Según el escritor neoyorquino, Ryman forma parte de una cohorte de pintores abstractos que en los sesenta simplificó la pintura para salvarla de la muerte a manos del etéreo conceptualismo, del solipsismo expresivo o del simple mercantilismo. Ryman navega la crisis pictórica con un vasto arsenal de ingenios que van desde el uso de diferentes tipos de pigmentos, aglutinantes y soportes, hasta el análisis sistemático de los anclajes que amarran sus cuadros a la pared.
Sin embargo, señala Schjeldahl, estos artilugios parecen “un cuento contado por Scheherezada para ganar otra noche de indulgencia, sin importar que el sultán que debe ser complacido ya está muerto”. El escritor no se refiere al rumor histérico de que la “pintura está muerta” sino al espejismo histórico que puso a la pintura abstracta como epígono cultural de una sociedad autosatisfecha. Hoy el anhelo del sultanato del progreso ha dejado de existir: la pintura es un medio más entre otros posibles, la abstracción es solo un ismo.
Pero el símil de Schjeldahl puede extenderse a todo el arte —plástico por llamarlo de alguna forma— que se hace hoy en día: un cuento contado por los artistas para ganar otra noche de indulgencia. Porque ahora basta una conexión a Internet o un recorrido atento por cualquier ciudad mediana y mediatizada para tener una flujo constante de experiencias estéticas que nada tienen que envidiarle a lo que hacen los artistas plásticos, y hasta lo superan en afecto y en efectos, en impacto político y masivo, en concreción y en imaginación, desde el arte que hace el columnista de opinión cuando escoge un detalle preciso para evidenciar una injusticia, hasta el sueño colectivo del cine que despierta en el espectador a un crítico en potencia.
Solo una vez Scheherezada se refiere a sí misma, pero esta puesta en abismo se limita a una sola noche, en cambio la tabla de salvación de los artistas ha sido hacer un arte sobre el arte, un ejercicio de autoreferencialidad que extiende a una noche eterna lo que en Las mil y una noches fue solo un guiño, esta es una pesadilla cifrada que les gana adeptos dentro del califato discursivo de los “iniciados” pero los descabeza ante la audiencia y los desconecta del mundo.
(Publicado en Revista Arcadia # 45)