El daño de la soledad extrema en la mente

Por Datos Reales @datosreales1

Sarah Shourd comenzó a escuchar fantasmas y ver luces intermitentes, después de dos meses de encierro. Shourd, de 32 años, caminaba con dos amigos en las montañas de Kurdistán durante un verano cuando fueron arrestados por tropas iraníes después de desviarse a la frontera con ese país. Acusados de espionaje, fueron confinados en la prisión de Evin, en Teherán, cada uno encerrado en una pequeña celda.  Sarah aguantó estar sola 10 mil horas hasta su liberación. Sin embargo, tenía constantes alucinaciones.
“En la periferia de mi visión, empecé a ver destellos de luz, sólo para encontrar que no había nada ahí. En un momento, oí a alguien gritando y no fue hasta que sentí la mano de uno de los guardias en mi cara, tratando de revivirme que me di cuenta de que los gritos eran míos”, escribió  Shourd en el New York Times en 2011.

Todos queremos estar solos a veces para escapar de las demandas de nuestro trabajo o la molestia de multitudes. Para la mayoría de la gente, el aislamiento social prolongado es muy malo mentalmente hablando, escribe Michael Bond en BBC Future. Sabemos esto no sólo por los informes de gente como Shourd que lo han experimentado de primera mano, sino también a partir de experimentos psicológicos sobre los efectos del aislamiento y la privación sensorial (algunos de los cuales tuvieron que ser cancelados debido a las reacciones extremas y extrañas de los involucrados).

El aislamiento es malo físicamente. Las personas crónicamente solitarias tienen la presión arterial más alta, son más vulnerables a las infecciones y también, son más propensos a desarrollar Alzheimer y demencia. Asimismo, la soledad interfiere con los patrones de sueño, la atención y el razonamiento lógico y verbal. Aunque los mecanismos que subyacen a estos efectos no están claros aún, se sabe que el aislamiento social desencadena una respuesta inmunológica extrema: una cascada de hormonas de estrés e inflamación.

Sin embargo, algunos de los efectos más profundos de la soledad están en la mente, describe Bond. Para empezar, el aislamiento interfiere con nuestro sentido de tiempo. Uno de los efectos más extraños es el “time-shifting” o desaceleración del tiempo, efecto que sufren las personas que han pasado largas temporadas viviendo bajo tierra y sin la luz del día

En 1961, el geólogo francés Michel Siffre encabezó una expedición de dos semanas para estudiar un glaciar subterráneo debajo de los Alpes franceses. La experiencia fue tan fascinante para él que decidió quedarse dos meses en dicho lugar y “vivir como un animal.”  Posteriormente, durante pruebas a su salida de este aislamiento, se encontró que Siffre creyó que 5 minutos era 120 segundos (2 minutos).

Un patrón similar de “desaceleración de tiempo” fue reportado por Maurizio Montalbini, sociólogo y entusiasta de la espeleología. En 1993, Montalbini pasó 366 días en una caverna subterránea diseñada por la NASA para simular misiones espaciales, rompiendo su propio récord mundial debajo de la tierra. Cuando salió, estaba convencido de sólo habían pasado 219 días. Sus ciclos de sueño-vigilia casi se habían duplicado en longitud. Desde entonces, los investigadores han encontrado que la mayoría de la gente en la oscuridad se ajusta a un ciclo de 48 horas: 36 horas de actividad seguido de 12 horas de sueño, las razones aún no están claras.

Además del cambio en la percepción del tiempo, Siffre y Montalbini también tuvieron períodos de inestabilidad mental. Pero estas experiencias no se coparan con las reacciones extremas observadas en experimentos de privación sensorial realizados a mediados del siglo XX. Se rumora que entre 1950 y 1960 en China se utilizaba la incomunicación como un medio de tortura en los prisioneros estadounidenses capturados durante la Guerra de Corea. Los gobiernos de Estados Unidos y Canadá desestimaron la idea aunque sus departamentos de defensa crearon una serie de programas  de investigación al respecto.

La más amplia tuvo lugar en la Universidad de McGill Medical Center de Montreal y fue dirigida por el psicólogo Donald Hebb. Los investigadores de McGill les pagaron a los “voluntarios” – estudiantes universitarios- para pasar unos días o unas semanas en cubículos a prueba de sonido y privados de todo contacto humano significativo. Su objetivo era reducir la estimulación perceptual al mínimo con el fin de saber cómo los sujetos se comportan cuando casi no pasa nada, reduciendo al mínimo lo que podían sentir, ver, escuchar y tocar.

Después de sólo unas pocas horas, los individuos se comenzaron a inquietar, deseaban estimulación. Empezaron a hablar, cantar o recitar poemas para ellos mismos con tal de romper la monotonía. Más tarde, muchos de ellos se volvieron ansiosos o muy emocionales. Su rendimiento mental también sufrió. Pero los efectos más alarmantes fueron las alucinaciones. Ellos empezaron a ver puntos de luz, líneas o formas, que con el tiempo evolucionaron para convertirse en escenas extrañas, como ardillas con sacos caminando sobre sus hombros o procesiones de gafas oscuras que paseaban por las calle. Los sujetos no tenían ningún control sobre lo que veían; por ejemplo, un hombre sólo vio perros, y otros, bebés.

Algunos experimentaron alucinaciones sonoras: una caja de música o un coro. Otros imaginaron sensaciones de tacto: un hombre tenía la sensación de que había sido golpeado en el brazo por armas de fuego. Otro sintió una descarga eléctrica al tocar la perilla de la puerta.  Al finalizar el experimento, les costó trabajo a los participantes recobrar el sentido de la realidad, ya que estaban convencidos de que toda la habitación estaba en movimiento o que los objetos estaban cambiando de forma y tamaño constantemente.

Los investigadores querían observar a los sujetos durante varias semanas, pero el ensayo fue interrumpido debido a la gran angustia de los participantes, ninguno aguantó siquiera una semana.

En 2008, el psicólogo clínico Ian Robbins recreó este experimento en colaboración con la BBC, aislando a seis voluntarios durante 48 horas en habitaciones  a prueba de ruidos. Los resultados fueron similares. Los voluntarios sufrieron de ansiedad,emociones extremas, paranoia y deterioro significativo en su funcionamiento mental. También tuvieron alucinaciones.

Los psicólogos cognitivos creen que la parte del cerebro que se ocupa de las tareas en curso, como la percepción sensorial, está acostumbrada a tratar con una gran cantidad de información visual, auditiva y otros estímulos ambientales. Pero cuando hay una escasez de información, dice Robbins, “los diversos sistemas nerviosos que alimentan el procesador central del cerebro siguen disparándose, pero de una manera que no tiene sentido. Así que después de un rato, el cerebro comienza a tener sentido de ellos, para que sean en un patrón”.  En otras palabras, se trata de construir una realidad a partir de las señales escasas de las que se dispone, sin embargo, se construye un mundo de fantasía.