El deseo, la curiosidad, los dioses y el destino.

Por Artepoesia

En la actual Turquía, en la Anatolia central, se situaría el antiguo reino de Frigia, coetáneo de la Grecia homérica de los dioses y las ninfas. Fue Frigia también cuna de dioses que tanto Grecia como Roma asimilarían a su cosmogonía mitológica. Entre ellos dos dioses significativos fueron los importados por Grecia desde Frigia: la diosa Cibeles y el dios Atis.
Cibeles era considerada como la Gran diosa madre, diosa de la fertilidad, y compartiría con Júpiter (el Zeus romano) el poder sobre la reproducción de todos los seres. Atis, sin embargo, era un dios-pastor frigio muy bello y por el que Cibeles concebiría un gran amor platónico. La diosa le encargó una vez proteger su culto, y para ello le ordenaría mantenerse casto y célibe. El apasionado dios frigio no pudo evitar luego sentir una atracción irresistible por una bella ninfa -Sagaritis- y acabaría uniéndose fatalmente a ella.
Afectada e indignada con tal afrenta, Cibeles mataría decidida a su rival Sagaritis, provocando en Atis una locura tal que éste se automutilaría en una crisis de fatal pasión. Otra leyenda de la diosa Cibeles cuenta cómo ésta, arrepentida ahora, resucitaría a Atis en forma de pino, hecho que en la mitología se relacionaría además con el origen de los misterios orgiásticos y órficos de la resurreción.
Atalanta fue una bella doncella mitológica que se oponía celosamente al matrimonio. Cuenta su leyenda que su padre, Yaso, sólo deseaba tener hijos varones, por lo que cuando ella nació decidió abandonarla. Atalanta fue amamantada entonces por una osa y recogida luego por unos cazadores, éstos la educaron en el arte cinegético consiguiendo que llegara a ser una certera manejadora del arco. Su belleza y castidad llegaron a enloquecer a los hombres, que desde entonces la acosarían sin cesar. Atalanta idearía una estratagema para evitarlos: los que la pretendieran deberían competir con ella en una carrera. Si uno de ellos resultaba ganador, obtendría su mano -cosa improbable ya que Atalanta era la criatura más veloz de toda la Tierra-. Si, por lo contrario, el audaz pretendiente fuera derrotado, moriría decapitado sin remisión.
Hipómenes -nieto del dios Poseidón- deseaba tanto a Atalanta que acudió a la diosa Afrodita para que le ayudase a conseguirla. La diosa estaba celosa y muy irritada por la belleza casta y pura de Atalanta. Entonces Afrodita le ofreció a Hipómenes tres manzanas de oro, y le aconsejó que las dispersara en la carrera sólo cuando estuviese compitiendo junto a ella. La veloz Atalanta, sorprendida e intrigada por esas manzanas, no tuvo más remedio que detenerse y mirarlas, perdiendo así definitivamente la carrera. Con este hábil engaño pudo Hipómenes conseguir, por fin, a su deseada amada.
Algún tiempo después, ambos amantes llegaron a profanar un santuario de la diosa Cibeles al dejarse llevar por sus pasionales impulsos amorosos. El gran dios Zeus enojado esta vez los transformaría en dos hermosos leones para siempre, uniéndolos luego al carro de Cibeles. En la mitología griega se creía que el león sólo se uniría a los leopardos, y es por esto que Atalanta y Hipómenes jamás volvieron a unirse. Con esto, después de todo, Atalanta terminó consiguiendo así aquel impertérrito, y peregrino, deseo inicial.
(Imagen del lienzo Hipómenes y Atalanta, 1612, del pintor Guido Reni (1575-1664), Museo del Prado, Madrid; fotografía de la fuente La Cibeles, plaza de la Cibeles, Madrid; imagen de un fresco procedente de Pompeya, Atis y las Ninfas, Museo Arqueológico Nacional, Nápoles, Italia.)