Todos nacieron en el siglo anterior, el XIX, pero todos ellos vivieron y crearon luego con sus vidas y su Arte en lo que fuera el siglo siguiente. Ellos establecieron ya cultural y socialmente casi todo lo que el despiadado, ambivalente, esquizofrénico y maravilloso siglo XX supuso. Con sus vidas y con sus diversas artes. Fueron herederos, sin embargo, de aquel Romanticismo que había surgido ya un siglo antes de cuando ellos nacieron. Pero que, ahora, a principios del siglo XX, ya no podría llamarse así. Fue por entonces llamado Modernismo. Era entonces lo moderno, y ellos querían ser modernos... pero no sabrían hacer otra cosa que aquello mismo que Turner, Delacroix, Byron o Chopin habrían hecho mucho antes.
Pero algunos de esos modernistas nacieron además en uno de los lugares más complejos de aquella Europa. El continente europeo había vivido ya una revolución francesa y un liberalismo post-napoleónico que habría cambiado así el occidente de Europa. Sin embargo, la parte más oriental del continente no se dejaría mucho influenciar por esos cambios tan radicales. Aún quedarían vestigios del antiguo régimen, ideologías que sobrevivieron a las revoluciones burguesas del siglo XIX, y el Imperio Austro-Húngaro fue uno de ellos, el más importante vestigio de entonces. Políticamente muy rígido, socialmente medio abierto y culturalmente muy innovador. Una mezcla imposible de prosperar sin desestabilizar ya a mente alguna. Y así nacieron, en este caldero tan propicio y contradictorio, gran parte de las diversas figuras culturales y sociales que más cambiaron el siglo XX.
Una de ellas nacería en el difícil entorno social de una Viena suburbial, una ciudad por entonces de muy grandes diferencias sociales y económicas. Emil Schindler (1842-1892) debía haber tomado la carrera militar, una salida entonces viable para familias muy pequeño burguesas que deseaban prosperar en un mundo tan jerarquizado y elitista. Pero, sin embargo, él quiso pintar. Debía hacerlo bien. En aquellos años, pintar bien era un motivo para triunfar en sociedad; otra cosa era triunfar en el Arte, algo que precisaba ya mucho más que sólo pintar bien. Únicamente a partir de los cuarenta años pudo Emil vivir bien gracias al Arte. Su correcto impresionismo gustaba a las clases adineradas de Viena, y, además, la monarquía austrohúngara le contrataría en 1887 para retratar parte de su vasto, diverso y complejo imperio. Pero, antes de todo esto, antes nacería su hija Alma, una de las mujeres que más influirían en la vida y en la cultura de ese inclasificable, perdido y fascinante siglo.
Su padre, curiosamente, no la motivaría hacia la Pintura, no, Emil Schindler trataría que su hija Alma se aficionase a la Literatura y a la Música. Tal vez vio que la Pintura no era exactamente lo mejor que a ella se le diese. O, tal vez, comprendió que la Pintura por entonces, finales del siglo XIX, dejaría de ser aquel Arte extraordinario para sufrir, como lo hizo, uno de los cambios más radicales que arte alguno pudiera padecer. Pero, no así con la Música o con la Literatura, artes con los que no se percibirían tanto, y tan pronto, los cambios de la vida, los gustos y sus tendencias decisivas. Y es cierto, la Pintura es a veces el lienzo más expresivo y evidente de los cambios sociales y culturales producidos en el mundo, algo que no siempre es condicionado tanto por los gustos y los deseos tradicionales de la gente. Y tanto entendería Alma a su padre que se convirtió en compositora y se acabaría casando con uno de los mayores genios musicales, nacidos también en la órbita de aquel imperio -en Bohemia-, el gran músico y compositor Gustav Mahler (1860-1911), alguien que revolucionaría ya por completo la música clásica y a los músicos del siglo XX.
Pero, es difícil que las personalidades tan grandes oculten a otras que quieren también serlo. Para Alma Mahler (1879-1964) la música habría sido luego su pasión frustrada. Alguien le dijo una vez que o se dedicaba a la composicion por completo, y de modo decidido, o se dedicase entonces a la vida social... Y que mejor hiciera esto último, algo que habría demostrado ella ya que podría hacerlo muy bien. Gustav Mahler no pudo seguir seduciendo a Alma como sí lo haría, a cambio, con su sublime música. Apasionada y frustrada a la vez, Alma se envolvería en una adúltera pasajera relación en 1910 con el arquitecto alemán Gropius -aquel que crearía la famosa escuela de diseño, arte y arquitectura Bauhaus años después en Alemania-. Gustav Mahler fallecería muy pronto, y ella tratará de terminar las sinfonías inacabadas de su esposo. En aquella Viena aún grandiosa ella se convertirá en una muy deseada mujer, una viuda hermosa, joven y de talento que ambicionará conciliar desde entonces dos cosas muy difíciles: la pasión y la vida.
Un año después de la muerte de Mahler, Alma contrataría a uno de los nuevos pintores de aquel Modernismo vienés de principios del siglo XX, Oskar Kokoschka (1886-1980), para que la retratase ahora con uno de esos nuevos estilos del momento. Ella le tocaría luego al piano una balada romántica de Wagner y comenzarían así una muy atormentada relación. Años después, en uno de sus escritos, Alma escribiría: Un día Oskar se levantó contrariado, tomó las fotografías de Mahler y las besaría una por una, fue como una magia blanca para tratar así de sosegar los oscuros impulsos celosos de su interior. Estaba claro que el pintor no pudo soportar ya la feroz rivalidad -no sólo artística sino sobre todo emocional- del genio muerto. Kokoschka por entonces entró en una pasión enfermiza, ahora por el acostumbrado desdén de Alma hacia sus absorbentes y opresivos, casi expresionistas, fuertes deseos. Él solo pudo calmarse con su obra, desde entonces aún más expresiva, más emotiva, más apasionadamente obsesiva también. Como ejemplo de aquella inútil pasión crearía ya su obra La novia del viento en 1913, donde describiría así a ellos dos, unidos ahora, pero una dormida y el otro despierto.
Sin embargo, ella volvería a dejar de nuevo -metafóricamente- el Arte pictórico, asustada ahora de esta forma tan enfermiza de representar así él tanto la vida como sus propias pasiones. Algo que ella no soportaría en el pintor expresionista. No podría dominar ella ahora una pasión tan fuerte, acostumbrada como estaba y estaría luego a tratar ya con hombres menos fuertes o más débiles, sensibles o necesitados. Alma volvería con Walter Gropius (1883-1969) con quien se casaría desesperada en 1915. Pero, nunca funcionaría ya la relación, y ella se divorciaría del arquitecto alemán en 1920. Antes incluso de esto, habría llegado, por fin, a sucumbir en los brazos de aquella otra tendencia cultural que su padre le aleccionara, la Literatura. Con el poeta y novelista austríaco Franz Werfel (1890-1945) comenzaría así un flirteo que acabaría ya en matrimonio en 1929. Este escritor, a diferencia de Gropius, dispondría de una muy convencida pasión por la Música, a pesar de ser él judío y mucho menos atractivo. Pero esto acabaría ya por convencer a Alma, además de su desesperado nuevo mayor temor al paso del tiempo... y a la de su propia belleza. Sin embargo, esto a él no le importaría nada, ella seguiría siendo aquella mujer tan esplendorosa, aquella belleza subyugante que arrebatase ya de pasión a otros muchos antes.
Pero llegó pronto entonces el gran exorcismo del siglo, la cruel guerra mundial y sus desastres. Pocos años antes, la Viena liberal y democrática posterior al desmembramiento de aquel antiguo imperio austro-húngaro, caería en la influencia alemana del nazismo. Tuvieron Alma y Franz que marchar a Francia en 1938. Sin embargo, pronto, en 1940, el país galo también acabaría ocupado ya por tropas alemanas. Pudieron refugiarse entonces en el sur de Francia, lejos del fragor belicista y opresivo del norte. Y allí, en una pequeña población de los Pirineos franceses, fueron acogidos muy amablemente por las monjas católicas de un santuario milagroso. Así que entonces la curiosidad y el agradecimiento del poeta llegaron a provocar en su mente judía una promesa. Si saliesen vivos de Francia, llevaría a cabo una gran obra literaria para dar a conocer al mundo la historia de aquel santuario. Así concebiría Franz Werfel su novela La canción de Bernadette en 1941, cuando por entonces llegase a Nueva York, antes de pasar ya por España y Portugal, camino ahora de su propia salvación y la de Alma.
(Óleo expresionista de Oskar Kokoschka, La novia del viento, 1913, Basilea, Suiza; Óleo impresionista del padre de Alma, Emil Schindler, La canción de la Tierra, 1890; Retrato fotográfico del compositor Gustav Mahler, 1900; Retrato fotográfico de Alma Mahler, 1902; Fotografía del arquitecto alemán Walter Gropius, 1922; Autorretrato, del pintor Oskar Kokoschka, 1919, Leopold Museum, Viena, Austria; Obra expresionista de Oskar Kokoschka, Amantes con un gato, 1917, donde el pintor compuso a Alma y a él como una alegoría de lo imposible; Imagen fotográfica del pintor Kokoschka ante su obra, 1943; Fotografía del pintor Oskar Kokoschka con su esposa Olda Palkovská en Londres en 1939; Cuadro de Oskar Kokoschka, Londres y el Támesis, 1959, Tate Gallery, Fundación Oskar Kokoschka; Imagen fotográfica de Alma Mahler y Franz Werfel, 1941, Nueva York; Imágenes fotográficas de Alma Mahler Werfel en Nueva York, 1960.)