Aunque tengo mucho repetido me alegro de lo que hice. El tomo IV fue una novedad absoluta para mí, y no lo habría leído nunca si no hubiera sido por ese afán.
Era una colección de artículos cortos, reseñas, prólogos para otros libros y alguna conferencia.
Y, de entre todos ellos, y entre las varias referencias a muchos libros desconocidos para mí, había un elogiosísimo prólogo de El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati.
Era apenas media página (Borges era lacónico), apenas contaba algo, pero qué bien lo insinuaba y cuántas ganas daba de leer el libro.
Al menos a mí me dieron muchas ganas. Me fui a la biblioteca y lo saqué. Y lo devoré.
Me entusiasmó, ¿pero por qué?
Jamás había oído hablar de Dino Buzzati, y de pronto me había quedado fascinado. Busqué más obras suyas, pero había poco más: un libro de cuentos también de Alianza Editorial ("Los siete mensajeros y otros relatos") y, muchos años después y en una librería de viejo, un gran tomo de cuentos, con las páginas amarillas y quebradizas. Y nada más. Dino Buzzati, definitivamente, ha pasado de moda.
Y, sin embargo, El desierto de los tártaros es inmortal y eterno.
¿Por qué es tan grandísima esta novela? Porque no cuenta nada. No pasa nada.
Bueno, no es por eso. El mérito no es que no pase nada. El mérito es que te pasas toda la novela (y el protagonista toda su vida) esperando que pase algo. Y nada.
Es una novela alegórica, simbólica y tal, pero no os desaniméis: Es de una tensión tremenda. Juega con las expectativas que tenemos todos durante nuestra juventud, esperando una oportunidad para brillar, y nos muestra cómo va transcurriendo nuestra vida sin que surja nunca esa oportunidad, y cómo seguimos esperando tenazmente, heroicamente.
Me gusta escribir, y creo que me defiendo aceptablemente bien cuando tengo una historia con anécdotas, avatares, episodios... Vamos, cuando tengo algo que contar. Por eso me impresiona tanto cuando un escritor no tiene nada que contar y lo hace tan fantásticamente bien.
Miento. Claro que nos cuenta algo. Nos cuenta nuestra propia vida.
Me sorprende que Buzzati escribiera esta novela con sólo treinta y tres años. También me sorprende que me gustara tanto a mis treinta y ocho. Creo que es una novela de vejez, y supongo que a un lector joven no le da tantos matices como a uno ya mayor y desencantado.
Porque a lo que vamos es, como he dicho, a constatar que las expectativas vitales no se cumplen, y que nos pasamos la vida renunciando a cosas atractivas y remuneradoras por esperar otras trascendentes que nunca se van a dar.
La constatación evidente es que la vida es una estafa, pero que la pasión que conlleva siempre vale la pena. (¿O tal vez no?). En todo caso, la expectativa, el ansia, el afán, es lo que nos mueve. Y la falta de recompensa es sólo algo externo y casual. No es culpa nuestra. Nuestra culpa sería no esperar la excelencia y no aspirar a la gloria.
(Dedicado al comentarista anónimo de la anterior entrada, "De nuevo ARCO", de hoy, 7 de marzo de 2016).