Como una bomba, el diagnóstico de una demencia cae sobre la familia, dejando a todos sus miembros desconcertados y asustados.
En ocasiones, el diagnóstico es una crónica anunciada. Lo veíamos venir, estaba claro.
Esperado o no, implica un cambio en la vida familiar y en las perspectivas y proyectos vitales de sus miembros.
El diagnóstico tiene dos planos diferenciados: el emocional, por un lado, y todas las dudas que genera su llegada, por otro.
La incertidumbre, el miedo, la tristeza y la culpa son las emociones que suelen aflorar en los seres queridos de la persona enferma.
La incertidumbre ante lo que va a pasar, cómo se va a desarrollar la enfermedad y cómo deben actuar. A su vez, todo esto les genera miedo a no saber manejarlo y ante lo que va a ocurrir.
La tristeza surge ante el visible deterioro de su ser querido. A la par, surgen sentimientos de culpa por no haberlo visto antes, no haber actuado con antelación...
La llega del diagnóstico genera multitud de dudas: ¿qué es una demencia?, ¿de qué tipo es?, ¿qué significa?, ¿qué implicaciones tiene?...
Existen diferentes tipos de demencias, cuyos síntomas variarán notablemente, y con una evolución diferente.
Por tanto, ante el diagnóstico de una demencia, la familia también debe ser objetivo de atención e intervención.
Por un lado, resulta importante la formación a las familias en cuanto a lo que indicaba: qué es una demencia, qué tipo de demencia afecta a su familiar, cuáles son sus características y cuál su previsible evolución. También es muy importante que las personas que conviven con el enfermo sepan cómo acondicionar el hogar, cómo actuar ante determinados comportamientos de la persona enferma y cómo estimularle para contribuir a decelerar la enfermedad y ralentizar la dependencia.
Pero no solo la formación es importante para la familia, si no también el apoyo emocional. Sobre todo, trabajar a nivel psicoterapéutico emociones limitantes como la culpa.
Si el familiar ejerce como cuidador, conviene trabajar otros aspectos, dentro de lo que se llama cuidar al cuidador. Por ejemplo, cuidar su propia salud física y emocional, reservar tiempos para dedicarse a uno mismo, compartir tareas, realizar actividades agradables, etc.
En definitiva, el diagnóstico de una demencia no afecta únicamente a la persona enferma, si no también a su familia. Ambos deben ser objetivo de atención y de programas de intervención con objetivos específicos.