Anoche se emitió en España el último capítulo de la octava temporada de la serie "House", que pone punto final a la serie. Desde hace un par de temporadas el actor británico Hugh Laurie, quien a lo largo de estos años ha encarnado al inclasificable médico, había anunciado el final de esta debido a su cansancio personal y al agotamiento de la propuesta de contenidos que presentaba la serie.
Ciertamente en las últimas temporadas "House" se ha mostrado repetitiva, llena de trampas y hasta por momentos adocenada. No es raro que terminara aburriendo a Laurie y a muchos de sus seguidores. El progresivo recurso al incremento de los conflictos amorosos y personales es la señal más inequívoca en las series norteamericanas de que su final esta cerca, y en House hace temporadas que se usaba hasta la saciedad. Paralelamente los golpes de genio de House en sus diagnósticos eran cada vez más previsibles y forzados, y el personaje empezaba a resultar inverosímil y un punto patético, algo mortal de necesidad para Greg House.
Con todo las historias de este médico que huye de pasar consulta, se niega a hablar con sus pacientes y considera que todo el mundo menos él miente, dejarán una profunda huella en los telespectadores inteligentes ya que demuestran que es posible hacer series de televisión fuera de los sobados patrones convencionales, y sin necesidad de que en pantalla haya continuamente un polizonte o un marine salvando al mundo o un grupo de adolescentes descerebrados felices de ser "born in the USA". Las primeras temporadas de "House", la segunda y la tercera especialmente, son televisión de alta calidad, y repasar sus capítulos es una verdadera gozada para espíritus acostumbrados a mirar la pequeña pantalla y la vida en general con ojos críticos.
El capítulo final es un buen intento aunque en parte fallido, de recuperar ese espíritu a fin de despedir la serie de un modo contundente, irrevocable y lleno de guiños al público fiel. House dice adiós a su estilo, largándose del hospital para vivir con Wilson -su único amigo- los últimos meses de este, afectado por un cáncer terminal. En realidad es House quien de alguna manera muere, pues ya sabemos que James Wilson es en realidad el reverso "bueno" de House, el chico amable, educado, paciente y disciplinado profesional que a House le gustaría desesperadamente ser; y viceversa, House es el lado oscuro de Wilson, el "chico malo" que este quisiera ser alguna vez en su vida.
Para despedirse House se rodea de los espectros de su primer equipo, el mejor con mucho de la serie. Al final vemos que las profecías que House lanzó hace años sobre sus ayudantes se han cumplido inexorablemente: Foreman, el antiguo adolescente pandillero negro convertido en médico como parte del proceso de redención personal, es ahora director del hospital en vez de la doctora Cuddy, que ha desaparecido de la vida de House para siempre; la antaño brillante Cameron, se ha convertido en una médico del montón con una vida del montón, incapaz de superar sus fantasmas; Chase, el vivalavirgen insensible pero eficiente médico, hereda el despacho de House y de algún modo se transmuta en House, en la escena más impresionante del capítulo; los demás, Tau, la chica coreana, etc simplemente desaparecen: nunca han sido la verdadera banda de House, solo eran unos suplentes de ocasión.
El primer capítulo de la serie, el que presentaba a House y su mundo, se llamaba "Todo el mundo miente", el último, "Todo el mundo muere". Este guiño terminal debe ser sin duda obra de Hug Laurie, convertido en productor y factótum de la serie en las últimas temporadas. Laurie es un excelente actor y una persona culta, refinada y progresista, al que por cierto le reventaba tener que residir casi todo el año en EEUU, lejos de su entorno familiar y cultural europeo. Uno de sus primeros trabajos televisivos fue un breve papel de reparto en algunos capítulos de la segunda temporada de la serie humorística británica "Blackadder", que en la televisión catalana se llamó "L'escurçó negre", creada por Rowan Atkinson ("Mr. Bean"). De aquello hace casi treinta años, pero entre el desternillante Príncipe Indestructible y el salvaje Greg House hay tanta continuidad, que uno no puede menos que descubrirse ante una carrera tan coherente como prolongada, y ello a pesar de que Hugh Laurie solo tiene 53 años.
Larga vida pues al recuerdo de "House". Y por cierto, para la antología de frases de su protagonista, brutalmente sincero como siempre, queda la última: "El cáncer es aburrido". Un genio, Greg House.