El editor de libros no abarca toda su vida, sino aquella parte que comienza con la relación con el editor jefe de la editorial Charles Scribner’s Sons, Maxwell Perkins, cuando lee el famoso inicio de su novela El ángel que nos mira: «una piedra, una hoja, una puerta ignota; de una piedra, una hoja, una puerta. Y de todas las caras olvidadas». En esa cadencia inicial ya va implícita la última intención del autor de la misma, que no es otra que la intención de atraparlo todo, como en el mejor de los microrrelatos, sin definir nada, pero sugiriéndolo todo. El mundo está en mis manos, parece decirnos Wolfeen el inicio de su novela. Sin embargo, la película de Michael Grandage tiene ese tono amargo del descubrimiento de la personalidad del autor, al que Jude Law intenta dotar de ese fatal entusiasmo y de una verborrea incontenible de la que no siempre sale bien parado. No obstante, y a pesar de que el film retrata la relación entre el escritor y su editor, el verdadero protagonista de la misma es Maxwell Perkins, interpretado por un Colin Flirthcontenido y que es el perfecto contrapunto de la balanza del universo un tanto alocado de Wolfe, sin duda, la luz entre las tinieblas delnarrador, pues gracias a él, hoy disfrutamos de la capacidad artística del escritor de Asheville en su justamedida, por mucho que en un momento de la película, Perkins se pregunte: «¿realmente mejoramos los libros o los hacemos diferentes?». En este sentido, la película está tratada con suma pulcritud en cuanto a su desarrollo, fotografía y concepción, muy en la línea de un director de teatro como Grandage, ya que la misma se desarrolla en muchas ocasiones en espacios cerrados y mediante escenas muy arquetípicas del mundo teatral (véase por ejemplo donde Nicole Kidman se despide de Jude Law), aunque también posee esos pequeños trazos más libres y poéticos cuando el director nos presenta a Wolfeen la playa, o cuando el escritor le enseña a su editor el primer piso en el que vivió en Nueva York mientras le relata las pulsiones que le producían la vista de la ciudad ysus rascacielos en plena noche desde la diminuta terraza del apartamento. Entre esa grandilocuencia de imágenes y palabras, vamos asistiendo a un proceso, en buena medida, destructivo del artista, que sólo es atemperado por un editor que sabe manejar a la perfección los desajustes líricos y personales de un Wolfe aislado del mundo y perdido en sus propias conjeturas y demonios. Aquí, Maxwell se alza como el perfecto editor, pero también como el leal amigo y el incansable padre que necesita de un hijo con quien compartir sus más íntimos pensamientos. Ese es el punto fuerte de una película muy literaria si se quiere, pero tremendamente esclarecedora respecto de los límites a los que se enfrentanlos creadores, y las consecuencias que sobre éstos conlleva traspasarlos sin ningún tipo demedida. Alguien que no conoce más reglas que las suyas propias, puede ser inmensamente generoso, pero también cruelmente injusto, y esa faceta queda muy bien reflejada en una película que nos muestra muchos de los aspectos que nunca se tocan dentro del ámbito literario. En contraposición a ellos, sobresale la difícil situación de la persona amada,que esta vez, encarna una inconmensurable Nicole Kidman, muy superior en cuanto a su actuación respecto de sus dos compañeros principales del reparto, pues escenifica como nadie esa nítida contención de la derrota y de la pasión por el alma del artista que se pierde en la persona. Un matiz que también entra en conflicto cuando la narración acoge la relación de Thomas Wolfe con Fitzgerald
El editor de libros es de ese tipo de películas que dejan la huella de todo aquello que rodea al artista y que no se ve. Es una película de interiores, de detalles, de afrentas y reencuentros, y como no, de reconocimientos, aunqueéstos sean tardíos, como el que el propio Wolfe hizo con su editor en la carta que le escribió poco antes de morir, sin duda, en ese último claro del cielo del que disfrutó entre la tormenta que se cernía sobre sí mismo, igual que hace la luz entre las tinieblas.
Ángel Silvelo Gabriel