La escuela Soto Zen nació de la rama Mahayana del budismo. Parte de nuestra práctica es estudiar el camino del bosatsu (bodhisattva) para ayudar a todos los seres vivos a salir de dukkha (sufrimiento). La Gratitud, Compasión y Generosidad están grabadas en lo más profundo de todo lo que hacemos.
Un bostasu es un practicante que decide liberarse de su beneficio personal, incluido su ego, para enfocar sus esfuerzos en el beneficio de otros. Al mismo tiempo, nos auto-vigilamos para no llegar a extremos que resulten dañinos para uno y para los demás seres. Este es nuestro ideal y requiere un entrenamiento constante, cotidiano, porque si somos laxos, el ego vuelve a ganar terreno. A veces es en forma de egoísmo, a veces en forma de apegos o deseo; pero hay una forma sutil que se cuela por todos lados sin que nos demos cuenta. El ego nos gana cuando convierte en opinión.
Escribo esto porque hace unos días una persona me dijo algo como:
Desde hace varios años tengo el proyecto de rescatar a perros y gatos callejeros. Pero no lo hago porque tendría que comprar alimento de origen animal y no quiero generar mal karma (paráfrasis).
Entiendo el punto de vista de esta persona, pero me pareció muy curioso cómo el ego nos ata de manos cuando se abraza a una opinión. Ella está dispuesta a no hacer nada por ayudar mientras su ego esté limpio de culpa. Y mientras tanto, la ayuda a los animales callejeros no llega.
Desde la óptica del Budismo Zen tenemos que estar revisando siempre la calidad de nuestras opiniones. Si es una opinión que nos ata, que nos causa dukkha o que causa dukkha a otros seres; hay que dejarla volar porque solo nos inhabilita y nos pone lejos de nuestro trabajo de bodhisattvas.
Está perfecto tener opiniones sobre el origen del alimento para animales (o de lo que sea), pero esas opiniones solo existen en la cabeza de quien las piensa. Ahí es donde se deben quedar. Perros y gatos, animales carnívoros, necesitan carne para vivir. Al estar en condición de calle, no pueden cazar lo mínimo indispensable para estar bien y por eso necesitan ayuda extra.
Sin profundizar más en esta anécdota, me pregunto: ¿hasta dónde estamos dispuestos a abrazarnos a un juicio? Me he topado muchas veces con historias similares de personas que tienen la capacidad de ayudar pero no lo hacen porque se abrazan a sus propias formaciones mentales.
Me parece que vale la pena detenernos a analizar si es uno mismo el que impone las barreras. Por que es cuando las destruimos, que la vida comienza a beneficiarse.