El enfoque biopsicosocial hacia el clínico

Por Jagonzalez

Desde hace años venimos hablando y escuchando mucho sobre el modelo biopsicosocial como marco más adecuado a la hora de afrontar la atención de los pacientes de las distintas disciplinas sanitarias. Aunque dependiendo del entorno se incide más o menos en cada una de las facetas que componen el modelo, parece incuestionable la necesidad de contemplar los aspectos biológicos, psicológicos y sociales de manera integrada.

Cuando hablamos este enfoque holístico, total, nos solemos referir a indagar sobre las implicaciones que el problema puede ocasionar en esas tres dimensiones que completan la visión del paciente. Superamos así las limitaciones impuestas por una observación parcial, localizada, que pueda despistarnos sobre las conexiones que las diferentes vertientes de la persona tienen. Cada profesional abordará el aspecto para el que está preparado y considerará la posibilidad de derivar aquello que supere sus competencias.

En la Fisioterapia parece que tenemos clara la necesidad de este enfoque. Hay compañeros que tratan estas cuestiones de manera específica, como José Miguel Aguililla (@jmaguililla) en su bitácora Enfoque biopsicosocial Fisioterapia. Nos encontramos con colegas que incluso sobrevaloran su capacidad de acción sobre el enfoque psicológico o inciden en la parcela psicológica como participante en el proceso, aún más que en la biológica, más naturalmente relacionada con nuestra profesión.

Pero sobre lo que queremos insistir ahora es en este enfoque observando al terapeuta. Los aspectos psicológicos (y sociales) del mismo también influyen en el tratamiento. Para nosotros es así intuitivamente pero, además, otros se han molestado en estudiarlo. Las emociones, procesos psicológicos de orden superior, que influyen e inundan el resto de procesos, afectan a la solución de problemas y la toma de decisiones, presentes ambos en el abordaje de nuestros pacientes. El ánimo positivo hace a nuestro razonamiento más flexible, más dúctil, menos fijo, facilita la conexión entre conceptos, facilita soluciones novedosas, integra ideas, acelera y simplifica el proceso de deliberación , “sin detrimento de un procesamiento esmerado de las alternativas de elección” (1).

Por tanto, nuestros pensamientos y emociones, como los de nuestros pacientes, influyen en el proceso de valoración y tratamiento. Si nos encontramos con un estado de ánimo atribulado, pesarosos, preocupados, irascibles, tristes, podemos condicionar nuestros resultados directamente e influir en las creencias que el paciente pueda forjarse cuando nos observa, dentro de esa comunicación bidireccional. Igualmente sucede cuando nos encontramos y nos encuentran alegres, optimistas, felices, empáticos o afectuosos. Cuando nos enfrentamos a nuestros pacientes hemos, al menos, recordarlo, tratar de que no afecte negativamente a la interacción y retirarnos si pensamos que es así, temporal o definitivamente. De la misma forma que un estado de ánimo positivo puede mejorar nuestro rendimiento y hacernos más eficaces.  Ya lo sabíamos, ¿verdad?

Referencias:

1. Domínguez Sánchez FJ, García Rodríguez B. Emoción y procesamiento cognitivo. En Fernández Abascal E, García Rodríguez B, Jiménez Sánchez MP, Martín Díaz MD, Domínguez Sánchez FJ. Psicología de la Emoción. Ed. Centro de Estudios Ramón Areces. Madrid 2011.