Según cuenta Ovidio, el famoso (y quizás legendario) filósofo Pitágoras pensaba que la violencia entre humanos estaba directamente relacionada con la violencia que practicamos de forma sistemática hacia los demás animales.
Ésta es la cita:
Pero esto que dice Pitágoras, y que muchos animalistas comparten, simplemente no es cierto.
Las evidencias muestran que hay países son especistas y que explotan a los animales nohumanos pero que se caracterizan al mismo tiempo por una fuerte cohesión social y que registran un nivel muy bajo de violencia entre humanos. (Ejemplos: Dinamarca, Suiza, Canadá, Japón, Nueva Zelanda) con cifras casi anecdóticas si se comparan con las de los países más violentos. Además, no hay ninguna evidencia acerca de que aquellos que se dedican directamente a explotar y agredir a otros animales - los matarifes, los toreros, los ganaderos - tengan un mayor índice de criminalidad que el que tienen otros individuos que no trabajan en la industria de explotación animal.
Así que las pruebas demuestran que el especismo no es causa necesaria de la violencia entre humanos. Se puede perfectamente ser especista, explotar a los nohumanos, y al mismo tiempo ser muy respetuoso con los seres humanos. Ahí radica la peculiaridad de los prejuicios que discriminan entre individuos de acuerdo a alguna característica concreta (raza, sexo, especie, orientación sexual). Esos prejuicios permiten que tratemos a personas de forma radicalmente diferente por el mero hecho de diferenciarse en aspecto, tamaño o inteligencia. Esos prejuicios residen en nuestra mente - en nuestra forma de pensar - y para ser cuestionados y erradicados necesitamos confrontarlos mediante la reflexión racional.
Aparte del error empírico de enlazar la violencia entre humanos como directamente relacionada con nuestra violencia hacia los otros animales, este tipo de manifestaciones incurren también en un error moral. Porque, ya sea de forma explícita o implícita, dan a entender que lo que está mal en el hecho de agredir a otros animales no sería el daño que les causamos y la injusticia que cometemos sino que el problema está en que ese daño afecta, o puede afectar, a los seres humanos. Este enfoque refuerza aún más el antropocentrismo moral; en lugar de cuestionarlo.
Esto no es un paso adelante en la consideración acerca de la ética animal; sería un significativo paso hacia atrás. Este enfoque se aleja aún más de la noción del valor inherente de los animales y se aproxima a la noción de que los animales nohumanos tienen solo un valor extrínseco que depende principalmente de cómo su uso y tratamiento afecta a los humanos. [...]
C onectar el abuso sobre los animales nohumanos con la violencia hacia los humanos implica una muy estrecha definición de lo que constituye "abuso." Tendemos a concentrarnos en los actos extremos de un número pequeño de individuos y a no reconocer que nuestro uso de los animales nohumanos en los aceptados contextos institucionalizados también representa "abuso."
Mientras no cuestionemos y desafiemos (en nosotros mismos y en los demás) la idea, el prejuicio, de que los demás animales son medios para fines humanos, entonces las consecuencias de esa creencia - la violencia - se seguirán produciendo sin cesar.