Es sintomático que las fotografías de casas que se exhiben habitualmente en los medios de comunicación y especialmente en aquellos dedicados a los profesionales de la construcción y el interiorismo, rara vez muestran a sus habitantes. Es muy probable que los que dictan las tendencias y la moda consideren la arquitectura como un mero juego estético entre las formas, los espacios y el mobiliario. Sin embargo, la casa considerada como hogar es una experiencia íntima. Decía Gaston Bachelard en su Poética del Espacio -aquella indagación profunda sobre las razones y fenómenos ligados a la arquitectura- que “La casa vivida no es una caja inerte. El espacio habitado trasciende el espacio geométrico”.
El espacio cotidiano del arquitecto Marrero regalado en su Vivienda Estudio de la calle de San Francisco. Santa Cruz de Tenerife, 1933Se me ocurrió que la adición de un tercer volumen idéntico solucionaría las demandas funcionales y al mismo tiempo permitiría expresar la conjunción entre lo antiguo y lo nuevo sin concesiones a una rememoración de un sensiblero pasado inexistente. Allí, la voluntad de contemporaneidad de los nuevos propietarios trataría de imponerse por encima de cualquier otra consideración. Así la composición que surgiría para el nuevo edificio reconstituido consistiría en tres cajas que se tratarían con acabados exteriores distintos. La caja central sería el alma de la casa que se expresaría esencialmente en un exterior metálico (que, finalmente fue pétreo) y un interior a doble altura, recubierto de aplacados de madera cálida. Ese estuche arquitectónico se destinaría a albergar la memorabilia de esa familia. Un conjunto de recuerdos y colecciones heredados de antepasados ilustres, como el arquitecto racionalista tinerfeño Marrero Regalado, del que mi amigo, el propietario, es sobrino.
Más tarde, prepararíamos una maqueta para el desarrollo de aquella idea primaria. Ese prototipo expresaría embrionariamente la composición tripartita y su inserción en una topografía muy pronunciada en la que la forma del lugar implicaría una arquitectura de masas incrustadas en la geografía y junto a la que habría que construir artificialmente los espacios exteriores necesarios sobre unos potentes basamentos. Se propondría también una pérgola exterior -que rodearía todas las fachadas situadas al sur, formada por una malla cuadriculada- como artificio metafórico, casi cartográfico, para la articulación de la obra en el paisaje y la geografía.
Aquella maqueta identificaría la posibilidad de integrar tres nuevas piezas acristaladas que actuarían como incrustaciones, casi un sello de unión espacial entre lo preexistente y lo añadido. Se establecía así un mecanismo de dualidades contrapuestas que iría enriqueciendo el escueto origen espacial del edificio: Un diálogo de lo antiguo frente a lo contemporáneo; luminosidad versus oscuridad; ortogonal frente a irregular; frialdad y calidez, etc. Esos nuevos prismas de cristal señalarían distintos espacios de transición significativos, el acceso, la escalera de enlace entre las plantas y un lucernario en el pasillo de la planta alta, y pautarían así visualmente el recorrido interior principal de comunicación entre los espacios de la casa en dirección a la mayor intimidad de los dormitorios. Las grandes piezas volumétricas previstas quedarían de esa manera engarzadas en una nueva unidad las formas cúbicas y los prismas distorsionados de cristal en una composición tripartita doble.
El desarrollo del proyecto quedó desde aquel momento en manos de mi compañera y colega, Cristina González que prepararía la documentación para su ejecución específica. Con el tiempo, sería ella también la que dedicaría su tiempo y esfuerzo a la materialización de la obra debido a otro hecho fortuito. Su condición de profesora asistente temporal en la Escuela de Arquitectura de aquella isla la obligaba a un desplazamiento constante que le permitiría visitar y seguir con regularidad la obra. Los proyectos que se sitúan en otros lugares distintos al de tu residencia habitual originan algunas fricciones. Es necesario comprender que se necesita el apoyo y conocimiento de aquellos que ya están sobre el lugar, porque multitud de cuestiones se te escapan. En especial, aquellas derivadas de prácticas y costumbres locales en relación con la construcción y las formas tradicionales del trabajo artesanal.
La proyectación y dirección de las obras de pequeño tamaño son casi una prolongación del diseño de interiores. En ellas, es conveniente contar con artesanos de mucha confianza, que sepan interpretar correctamente las ideas del proyectista y ejecutarlas con la precisión puntual requerida. La intervención en la pequeña escala de múltiples oficios, carpinteros, fontaneros, electricistas, albañiles, etc. en un espacio reducido requiere de un esfuerzo extraordinario de coordinación artesanal de la arquitectura que no se suele producir y genera fricciones de todo tipo. Por eso, cuando observamos una obra bien terminada, y que además puede transmitir esa relación empática que es la emoción poética, no somos conscientes que casi estamos asistiendo a un pequeño milagro. Generalmente, esa sensación se produce debido a una intensificación de energía estética, que no se es capaz implícitamente de reconocer. Ese sentimiento de identificación personal se deriva, probablemente, del propio esfuerzo colectivo que se ha derrochado para que se pueda producir.Los hogares de cada cual y, especialmente, aquellos que aspiran a una concepción artística e integradora de la arquitectura, acaban siendo unas maquinarias delicadas y muy sofisticadas para el disfrute familiar. Una joya más que añadir a la colección de nuestras experiencias personales.
Interior con obra del pintor Fernando ÁlamoUna pequeña casa supone siempre la concentración de un gran esfuerzo de supervisión y la coordinación participada de numerosos oficios constructivos. Por ello, permiten una expresión más ajustada al deseo de los futuros habitantes, pero también una dedicación muy alta para lograr transmitir y conseguir producir los resultados y acabados formales que se buscan con un grado de calidad aceptable. El arquitecto y sus colaboradores se convierten en estos casos casi en unos asesores permanentes que ofrecen su experiencia al cliente y, en caso contrario, es muy fácil que la obra fracase. Son numerosísimas las cuestiones a considerar, en la selección final de los materiales; en el remate específico; en la discusión con el artesano que construye y ejecuta las piezas concretas; y, finalmente, en la defensa económica del producto acabado.