Cuando recibimos la mirada limpia de un niño sentimos una gran paz interior, nuestro corazón se abre y nos muestra nuestra propia pureza: estamos más allá de los juicios. Durante unos instantes habitamos un paraíso, lo más sorprendente es que lo sentimos como propio, comprendemos entonces que siempre hay una parte nuestra viviendo en él, es más, tenemos vagos recuerdos de haber sido sus creadores …
Cuando recibimos la mirada limpia de un niño sentimos una gran paz interior, nuestro corazón se abre y nos muestra nuestra propia pureza: estamos más allá de los juicios. Durante unos instantes habitamos un paraíso, lo más sorprendente es que lo sentimos como propio, comprendemos entonces que siempre hay una parte nuestra viviendo en él, es más, tenemos vagos recuerdos de haber sido sus creadores …