El Clasicismo acabó con el Arte. Las formas perfectas del equilibrio perfecto y del rigor más calculado -lo que fue el Clasicismo puro- fueron las singladuras por donde caminaron los pintores del Renacimiento para conseguir la imagen perfecta. Y lo consiguieron. Pero algunos creadores de entonces, sin embargo, intuyeron ya que el Arte no podría ser eso... Por eso el Manierismo tuvo luego tanto éxito y, a la vez, fue tan incomprendido. ¿Cómo admirar algo que no estaba correctamente pintado, que no reflejaba la realidad tal y como ésta era en ninguna de sus manifestaciones, estéticas o éticas o de cualquier otro sentido? Se quiso luego volver a lo correcto, regresar a lo de antes, pero, de pronto, surgió poderoso el Barroco para calmar ambas contradicciones: pintar bien según la Naturaleza era..., y, a la vez, dejar de pintar tan rigurosamente perfecto todo, el trazo, el gesto, la proporción, todo, menos el sentido...
Pero el Neoclasicismo volvió, de nuevo, en el siglo XVIII y en el XIX. Nada, que el ser humano no podría dejar de reproducir la Naturaleza tal y como es..., verla así fielmente fijada en un lienzo para verse el ser humano a sí mismo así: perfecto, correcto, terminado, sintetizado en todas sus clásicas formas. Y lo primero que se cambió entonces fue el sentido... Las obras de Arte muy pronto -en la segunda mitad del siglo XIX- perdieron aquel sentido de lo que se representaba de la vida como cosa merecedora de serlo siempre. Es decir, como los eternos principios, ideas, valores, etc... Las costumbres, las sencillas cosas ahora de la vida del hombre, sustituyeron así a los grandes sentidos. Y además por entonces llegaría pronto la revolución industrial de la propia imagen al mundo. La Fotografía vino a ocupar el objeto y el medio por el cual antes se trataba de reflejar a la Naturaleza compulsivamente.
Ahora, a finales del siglo XIX, el ser humano normal, el existencial, aquel que vivía y sufría y padecía y moría en el mundo sofocante, tomaba el relevo de los grandes personajes..., aquellos que, antes, con sus gestos heroicos o míticos o elegíacos inspiraban las escenas mostradas en las bellas, impactantes y sugestivas obras de Arte. Porque podía cambiar el paisaje -de las campiñas rocosas de Da Vinci a los acantilados románticos-, podía cambiar el ropaje -de las faldas drapeadas a los corpiños neoclásicos-, podía cambiar la virtud -de la muerte por la patria a la muerte por amor-, pero lo que no podría cambiar era el sentido, el único sentido que ya tuvo, que tiene y tendrá el Arte. Y todo cambió. Y todo terminó, definitivamente, para el Arte.
Cuando le encargaron en 1528, para una capilla de una iglesia de Florencia, un descendimiento de Cristo al pintor manierista Portormo (1494-1557), realizó por entonces una obra muy diferente, absolutamente distinta a lo que se había hecho -y probablemente se haría después- de una escena tan icónicamente sagrada. ¿Qué gestos, rostros y colores son esos para reflejar así una tan delicada y piadosa representación? ¿Qué hace ese apóstol agachado así -y mirando así al espectador, tan irrespetuosamente- cargando ahora el sagrado cadáver de Cristo? Sin embargo, es uno de los descendimientos más geniales y artísticos que se hayan hecho jamás. Cuando el pintor italiano Vittorio Matteo Corcos (1859-1933) se instaló en París en 1880, crearía doce años después su obra realista Conversación en el Jardín de Luxemburgo. En ella el pintor retrató una escena -llamada de género por ser una escena normal y corriente de la vida- donde, ahora, dos mujeres parisinas están sentadas en un grandioso jardín parisino y conversan tranquilamente. La perfecta silueta del rostro de una de ellas competirá, entonces aún, con las blanquecinas y tan desmejoradas todavía imágenes fotográficas.
Sin embargo, cuando en 1881 el pintor de género español Miguel Carbonell Selva (1855-1896) quiso representar una obra de Arte según ahora sus ideales poéticos, compuso por entonces una genial y arrebatadora obra de Arte: Musa calmando la tempestad o Safo arrojándose al mar. Aquí el pintor español vuelve a retomar aquel sentido del Arte, aquel que defendía lo ideal, lo esencial, lo inspirado en grandes metáforas que puedan hacer ahora pensar, reaccionar o sentir emociones elevadas... La pintura, aún teniendo cierto tono clasicista, utilizará ahora técnicas innovadoras en los trazos de, por ejemplo, unas rocas doloridas o en las singladuras, tan acogedoramente curvadas, de unas olas encrispadas ya por un arrojo tan romántico...
El gran pintor del Barroco que fuera Francesco Furini (1603-1646) combinó siempre belleza con originalidad, sentido con sorpresa o erotismo con finura... Aquí, como en todas las iconografías de esta mitología clásica, se presentarán a las tres musas que, en el mundo greco-latino, acompañaban por ejemplo a Venus o a cualquier otra divinidad. Dos mirarán siempre al espectador de frente o de perfil, la otra de espaldas. Y es precisamente la espalda lo que mejor pintará siempre este curioso -y clérigo- pintor. Nos viene a decir el sutil creador italiano: la espalda de una mujer contiene más secretos y belleza misteriosa que toda su evidente identidad... Contrastará este lienzo, trescientos años después, con la obra correcta del desesperado -por no poder encontrar aquel sentido- y delicado pintor americano John Singer Sargent (1856-1925). En su obra de 1882 Calle en Venecia, nos muestra el encuentro de dos amantes que, con un gesto displicente ambos, no representarán ahora mucho apasionamiento. Tan sólo la estrecha perspectiva de la calle conseguirá, aquí, una cierta fuerza compositiva y misteriosa.
Cuando el pintor realista ruso Vasili Perov (1834-1892) quiso plasmar su mundo ruso tan desolador, tan injusto y tan cruel, utilizaría por entonces su virtuosismo clásico y perfecto para retratar las escenas cotidianas, normales y corrientes, de su conocido y realista mundo ruso. Porque, ¿cómo alcanzar a denunciar la vida existencialista de unos seres tan poco afortunados, tan maltratados, con aquellas grandes ideas..., ahora no muy conocidas, incluso? Donde lo único, tal vez, que se consideraba por entonces en su mundo de valor, ahora ya decadente, eran sus famosos iconos bizantinos... Así que, desde mediados de aquel siglo XIX, el mundo, ahora ya convulsionado, descreído, industrializado, desamparado, desolado y profusamente clásico, dejaría para siempre de crear Arte como había sido creado hasta entonces. Y nunca más volvería. Y solo ahora, tímidamente, se volverá tan solo a mirar, con distancia, con anhelo pasajero, con ligera incomprensión, o con un profundo fervor especial todas aquellas extraordinarias, bellas y profundas imágenes de antaño.
(Óleo del pintor Vittorio Matteo Corcos, 1892, Conversación en el Jardín de Luxemburgo; Obra Musa calmando la tempestad o Safo arrojándose al mar, 1881, Miguel Carbonell Selva, Museo del Prado, Madrid; Lienzo Las tres Gracias, c.a. 1630, del pintor Francesco Furini; Cuadro Calle en Venecia, 1882, del pintor John Singer Sargent; Obra del pintor realista ruso Vasili Perov, Pajarero, 1870; Detalle del cuadro manierista Descendimiento de la Cruz, 1528, Jacopo Carrucci, conocido como Pontormo, iglesia de Santa Felecita, Florencia; Óleo Descendimiento de la Cruz, 1528, Pontormo, Florencia.)