Vitaminas, jalea real, ginseng y otros compuestos. En primavera (igual que en otoño) cobran protagonismo en las estanterías de farmacias y otros comercios. Aprovechan la fama de que el cambio de estación hace que nos sintamos decaídos y necesitemos la ayuda de estimulantes. Pero los especialistas coinciden: ni la astenia primaveral está respaldada por ninguna evidencia científica, ni atiborrarse de vitaminas resulta necesario a no ser que el médico lo indique. De hecho, la mayoría de médicos duda de la existencia de la astenia primaveral. "No es una enfermedad, no hay que ir al médico ni tomar nada. Hay gente que dice sentirse algo fatigada y desmotivada, pero no hay ningún estudio científico que demuestre su relación con la primavera", afirma Víctor Navarro, psiquiatra del hospital Clínico de Barcelona. Coincide con él Francisco Camaralles, médico de familia en Madrid y miembro de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (SEMFyC): "Dudo de que exista como entidad clínica, igual que también dudo de que exista el síndrome posvacacional. Cierto que uno puede sentirse decaído, pero en todo caso no se trataría de una enfermedad; como mucho, un trastorno temporal por el cambio de horario o el aumento de la temperatura", afirma Camarelles. Los síntomas de la astenia son fatiga generalizada, somnolencia diurna, desmotivación, dificultad de concentración, aturdimiento, irritabilidad, falta de apetito y disminución de la libido. "La astenia es un motivo de consulta durante todo el año. Y se puede deber a muchas cosas: a una anemia, al efecto de un medicamento o a temas más graves. En primavera no se tiene más", añade. De existir tal apatía, ¿a qué podría achacarse? Algunos explican la astenia por una disminución de las endorfinas, la llamada hormona de la felicidad, aunque no hay estudios que demuestren una correlación. Lo más viable es que la fatiga se deba a que nuestro cuerpo debe adaptarse a las nuevas condiciones de luminosidad y de temperatura, a lo que hay que añadir cambios en la humedad y la presión atmosférica. Contribuye también el cambio horario, que supone dormir una hora menos, desplazar la hora de las comidas, del trabajo y otras actividades. Quienes más notan el cambio de hora son los niños y los ancianos. Pero en todo caso, la fatiga que conlleva y el malestar anímico asociado sería un trastorno temporal que no duraría un máximo de dos semanas. Hay personas que se adaptan más rápidamente que otras. El aumento de la temperatura en una época en la que aún no se ha realizado el cambio de armario y se llevan atuendos invernales también puede sumar. Pero de ahí a relacionar esa sensación general con alguna patología hay una distancia enorme. "La percepción sobre la propia salud depende de cada persona", afirma Camarelles. Hay quien se siente francamente débil ante la somnolencia ocasionada por el cambio horario. Hay quien se siente estimulado ante la luminosidad de las mañanas primaverales. Nuestro reloj biológico está programado para funcionar según estímulos que recibe del exterior. La luz es uno de los elementos básicos, y los cambios en las horas en que un individuo disfruta de más luz natural influyen en su salud. En los países con pocas horas de luz la incidencia de la depresión es mayor. Hay personas especialmente sensibles a las que la llegada del otoño y la reducción de las horas de luz les influye. Es el llamado síndrome estacional, que afecta a un 15% de la población en mayor o menor intensidad. En países con cambios muy marcados entre los periodos largos y cortos de luz, como ocurre en Finlandia e Islandia, la prevalencia es aún más elevada. El tratamiento más efectivo consiste en una hora y media diaria ante una lámpara especial a unos 40 centímetros. La luz inhibe la producción de la melatonina, la hormona que nos hace dormir, y así alivia el estado letárgico. En muchos casos este tratamiento es suficiente. Habitualmente, el aumento estacional de las horas de luz se traduce en mayor bienestar. "La luz nos estimula; en muchas especies animales y plantas está relacionada con un aumento de la vitalidad, necesaria para la reproducción, el acopio de comida, etcétera", explica Juan Antonio Madrid, especialista en cronobiología de la Universidad de Murcia. De hecho, la luz es un auténtico sincronizador de todos los ciclos que ocurren en nuestro cuerpo. Unas células especializadas que están en la retina se encargan de enviar información a una zona del cerebro que alberga el reloj que pone en hora los procesos que ocurren en nuestro cuerpo. Es el núcleo supraquiasmático, que se encuentra en el hipotálamo. Así se desencadena una serie de cambios químicos que afectan sobre todo a la glándula pineal, que hacen que se libere serotonina, conocida como la hormona de la felicidad, mientras que se suprime la producción de melatonina, la hormona que controla la duración y el ritmo del sueño. --¿Quién la sufre? La combinación de la llegada de la primavera con otras patologías sí que puede llegar a ser un cóctel que conduzca al desánimo. La que más, la alergia al polen. Entre un 20% y un 25% de la población sufre rinitis alérgica, según datos de la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (SEAIC). La inflamación que provoca no solo se traduce en un malestar general que puede hacer que se duerma mal, que se esté más irritable y, en definitiva, que se sienta más fatiga y desmotivación. Algunas investigaciones apuntan a que la propia reacción alérgica y el proceso inflamatorio que implica podrían incidir al mismo tiempo en la producción de algunos neurotransmisores. "Algunas hipótesis indican una relación entre el sistema inmune y la producción de la serotonina", explica José María Martínez Selva, catedrático de psicobiología de la Universidad de Murcia. Las alteraciones ocurrirían en personas predispuestas, indica Selva. "También es cierto que algunos tratamientos contra la alergia podrían reforzar los sentimientos depresivos", añade. Algunas enfermedades mentales tienen también un componente estacional, aunque los estudios que se han realizado hasta ahora tampoco dejan muy clara la relación causa-efecto, apunta Selva. En los trastornos afectivos, como el trastorno bipolar o las depresiones, la alteración de los ritmos biológicos por el incremento de las horas de luz no siempre funciona como un estímulo. Si bien el buen tiempo supone una mejora para muchas personas con depresión, en algunos individuos el tránsito entre el invierno y el verano y las alteraciones que conlleva en la producción de neurotransmisores podrían empeorar su condición. Algunos estudios indican que al final de la primavera es cuando más suicidios se dan entre estos enfermos. "Se ha podido ver que, a pesar del estímulo que puede suponer el incremento de la luz, en estos casos sus niveles de serotonina eran bajos", explica Selva. En cuanto a la aparición de la depresión durante la primavera, este especialista afirma que el cambio estacional también puede ser un precipitante, pero no la causa. También pueden acusar a la primavera quienes padecen soriasis o úlcera de estómago. Así pues, los especialistas coinciden en que la astenia primaveral, como mucho, debe ser considerada un trastorno transitorio ante el que tampoco sería necesario tratamiento. "Hay personas que toman vitaminas porque en cierta manera ejercen un efecto placebo y les ayudan a sentirse mejor", explica Camarelles. "Yo les digo que si siguen una dieta variada no las necesitan, pero si quieren tomarlas no se lo niego; que las tomen, pero sin abusar", afirma. Bien al contrario, tomar más vitaminas de la cuenta también tiene un precio. "La hipervitaminosis también provoca problemas", añade. Mantener unos hábitos de vida saludables contribuye a resituarse. Aunque el buen tiempo anime a alargar las horas, se aconseja llevar un horario regular de sueño y de comidas. Para adaptarse al calor, se recomienda no dejarse llevar por la apatía y fomentar actividades suaves y ejercicio moderado que motiven y estimulen. Una dieta sana y equilibrada, rica en verduras, frutas y cereales, hace innecesarias las vitaminas, a no ser que se padezca alguna otra patología, como puede ser una anemia. Se aconseja empezar el día con un buen desayuno y acabarlo con una cena ligera. **Publicado en "EL PAIS"