Madama Butterfly es una ópera que esconde varias trampas mortales. La obra es presa de su propio pasado, que pesa como una losa sobre los miembros que deben levantar cada producción. La soprano tiene que sacudirse las adherencias de las grandes Cio-Cio-San de épocas pretéritas; y la lista es larga e intimidatoria: Callas, De los Ángeles, Scotto o, en disco, Freni. Con el tenor ocurre otro tanto. Y la dirección orquestal ha de pelear por salir del lugar común, de las lecturas rutinarias y efectistas. Alguien que se atreva a estudiar bien esta partitura se dará cuenta de su dificultad, en sus inextinguibles posibilidades de expresión: refinamiento, fraseo, contraste.
La dirección de escena no asume un reto menor. La historia de la bella geisha parece lineal, pero hay algo oculto, velado, que invita a la exploración. La directora danesa Kirsten Dehlholm, al frente de su compañía Hotel Pro Forma, exploró en la intimidad de la protagonista y en esa larga espera que le hace enloquecer, ayudada por la bella escenografía del noruego Jon R. Skulberg. La idea resulta interesante: Cio-Cio-San es un fantasma que cuenta su historia una y otra vez, aquella que le empujó al seppuku por desesperación, y parece condenada a volver a contarla una y otra vez al público del teatro, de todos los teatros del mundo, hasta el fin de los tiempos.
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