El Fantasma De La Ópera, Revisión De Un Musical Icónico.

Por Jonathan Fernández

Si hay un musical icónico ese es El Fantasma de la Ópera, no hablo de si es mejor o peor que 
otros, pero sí que sin duda es el más popular y posiblemente el que mayor número de espectadores ha tenido a lo largo de su historia. Ciento cincuenta millones de personas han visto la función desde su estreno, por tanto se me antoja muy apropiada aquella máxima que dice “Algo tendrá el agua cuando la bendicen”. Esta temporada venía con premio, ya que después de veinte años sin representarse en España, se anunció a bombo y platillo la vuelta de El Fantasma a nuestras carteleras con el aval de Antonio Banderas y del propio Webber, con una premisa interesante y peligrosa a la vez… este Fantasma viene completamente renovado, y la producción canónica que todos conocemos ya vista en 2004, no vendría a Madrid. Todo lo que sea nuevas propuestas me interesa por aquello de ventilar los clásicos, y porque siempre se pueden sacar nuevas lecturas del material original. El peligro viene cuando una producción tan incrustada en la memoria colectiva como la original se ve revisada, ya que es difícil luchar contra el prejuicio del espectador ante un musical con una serie de momentos muy queridos y unos cuantos momentos míticos dentro de la historia del teatro musical. Sentía curiosidad por ver la nueva producción y también un poco de miedo ante lo que me iba a encontrar por tanto iba retrasando el visionado de la nueva producción, y finalmente el pasado sábado me animé a acercarme al Albéniz para ver por dónde iban los tiros y que sabor de boca me dejaba este Fantasma de la Ópera.

El Fantasma de la Ópera, musical con música de Andrew Lloyd Webber, letras de Charles Hart y Richard Stilgoe, y libreto de Andrew Lloyd Webber y Richard Stilgoe, tuvo su estreno en Octubre de 1986 en Londres, considerándose esa fecha histórica dada la trascendencia que tuvo y lo que supuso la obra posteriormente. El salto a Broadway era inevitable, repitiéndose el éxito de Londres, siendo la obra que ostenta el récord a la permanencia en cartel en Nueva York, treinta y cinco años nada menos. El Fantasma de la Ópera es uno de los musicales más astutos compuestos jamás, y creo que más allá de sus virtudes y sus defectos sería interesante analizar la clave de su éxito. Tres factores son determinantes a mi entender, el primero su atractiva premisa, el terror siempre llama la atención, y sobre todo la espectacularidad escénica que se le presupone a una historia representada en diferentes formatos infinidad de veces. Por tanto el aparataje escénico en esta función es indispensable como reclamo, y por supuesto como apoyo al drama. Después nos encontramos con una partitura, es justo decirlo, que consigue que se nos incruste en el cerebro y que ya no se nos vaya jamás. ¿Cuál es el secreto? La repetición y diferentes variaciones de cuatro o cinco temas principales, que son los que arman el musical, y por último lo bien que representa los Años 80 y su cultura musical, de ahí su éxito en su fecha de estreno y su perdurabilidad como ejercicio nostálgico en el espectador. La partitura de Webber, de gran espectacularidad, bebe de diferentes estilos operísticos, pasando por Verdi y Puccini, mucho más el segundo que el primero, fusionando la lírica más pura con el New Age y el Rock en algunos momentos, y unas más que notables gotas de opereta. Si hay algo que caracteriza a la obra es el uso de la melodía, inspirada y bella en la mayoría de los casos, así como un gran uso del efecto teatral en la partitura, impactante y con gran carga dramática, ya que si bien es cierto, nos encontramos ante una historia de terror, El Fantasma es un gran melodrama de tintes operísticos, y no solo en lo musical, que se ve muy bien reflejado en una partitura inteligente y de gran lirismo.

El libreto igual de efectista que la partitura, maneja al espectador a su antojo, con giros y efectos dramáticos de interés, y que además consigue mantener la intriga hasta prácticamente el último cuarto de la función, en el que ya tenemos todos los datos sobre la misteriosa figura de el fantasma. Es también interesante la progresión dramática de los dos personajes principales, muy bien perfilados en el libreto. No me puedo aventurar a decir que El Fantasma sea una obra maestra del género, pero de lo que si que lo es, es de la carpintería teatral, de el sentido de la espectacularidad, y del uso de la música como catártico a la hora de plantear un drama.


 

Vayamos con el elenco, muy numeroso y acertado en las pequeñas partes, desde un energético Alejandro Rull, hasta Laura Martín, como Meg sólida y sensible en todas las disciplinas, se puede entender que hablamos de un elenco solvente, implicado, y de extraordinaria calidad musical, en una partitura comprometida para el coro, brillantísimos en el final de el Carnaval, donde el volumen fue realmente imponente y el sonido de gran espectacularidad. 

Silvia Luchetti, como Madame Giry, perfecta en su papel, sobria y sabiendo estar, que es lo que más precisa un personaje difícil y desagradecido, que siempre parece que va a ir a más, y acaba un poco diluído en la trama. Correctísima en los cantables, de perfecto agudo, voz grande de técnica mixta, sin pasar desapercibida en los números de conjunto. Luchetti ofreció solidez y oficio, llevando a cabo su labor con aparente facilidad y buen desplante escénico. 

Enrique R. Del Portal y Omar Calicchio, como André y Firmin respectivamente. Los dos empresarios de la ficticia Ópera Populaire de París, son dos de los personajes más queridos del musical, ya que sirven para aligerar la obra, que a ratos se vuelve densa, por eso siempre funcionan como un respiro al respetable entre momentos intensos varios. Encontre muy acertados a los dos intérpretes con un enfoque ligeramente queer de los personajes, elegante y discreto que los enriquece mucho. A este respecto hay cierto momento en una escalera de caracol, que Del Portal parece disfrutar mucho y que es oro molido por los matices que en ese momento subyacen. Muy compenetrados, con gran química en escena, y enormemente sólidos en todas las disciplinas, estuvieron a la altura de la obra sin el menor problema. En lo musical brillan mucho, pero es quizás en el célebre "Prima Donna", donde más se pudo disfrutar de sus facultades canoras, en un número que me supo a gloria, por su espléndido remate vocal, y espectacular acabado. 

Francisco Ortiz como Piangi y Marta Pineda como Carlotta, un tanto descompensados, aunque es cierto que es así en el material original, siendo uno de los bombones de la fución La Carlotta, y pareciendo Piangi un simple acompañante suyo. Ortiz sirvió una buena velada en lo musical, con voz de tenor bien trabajada, agudo correcto y notas interesantes, estando en la actoral un poco por detrás de su interpretación musical, ya que pasa muy desapercibido. Caso aparte es Marta Pineda, absolutamente inconmensurable en su papel, deliciosa en su mezquindad, con sus vicios de diva operística antigua, manera ridícula de actuar en una ópera basándose en los clichés que todos conocemos, y de rotunda e imponente presencia escénica. La Carlotta de Marta Pineda se me antojó uno de los mejores trabajos de la noche, de comicidad indudable, gran efecto teatral, sólida, y en el perfecto sitio que el papel pide. 

Guido Balzaretti como Raoul de Chagny, perfecto para el personaje, tanto por el tipo de voz como por sus carácterísticas físicas. Balzaretti tenor con facilidad en la zona aguda y buen uso de los recursos estilísticos, luce mucho en las partes más sentimentales de la partitura, especialmente en el gran dúo con su enamorada que finaliza el primer acto, sin caer nunca en lo melífluo pero sí dando el toque exacto de héroe romántico que el personaje pide. Nuestro actor sirvió una interpretación sensible y entregada del enamorado de Christine que casa a la perfección con lo que Raoul representa, siendo el resultado de su trabajo equilibrado y eficaz. 

Laura Enrech, como Christine Daaé, sirvió una gran velada a todos los niveles, siendo la voz muy adecuada para la a veces farragosa vocalidad del personaje, y que no se adecúa siempre a cualquier cantante aunque se encuentre en la tesitura correcta. Buen uso del filado, muy bien servidos los agudos, timbre grato y homogéneo, quizás flaquee un poco en el paso, pero sin molestar en ningún momento, su trabajo resultó muy placentero al oído y dio momentos de indudable intensidad lírica. Quizás su mejor momento fue en su gran canción del segundo acto "Wishing you were somehow here again", de gran capacidad emotiva, y enorme calidad musical. Actoralmente perfecta, da la perfecta nota de ingeniudad que el personaje desprende, así como todos los resortes dramáticos que ofrece. 

Gerónimo Rauch como El Fantasma. Inconmensurable, no hay discusión. Rauch ofrece un Fantasma canónico en el que cada inflexión musical está perfectamente medida, y refleja la partitura de Webber con precisión milimétrica. De ecos clásicos en su composición del personaje, resulta apasionado, temible o nos compadecemos de él cuando el papel lo requiere, todo gracias a una enorme expresividad, un inteligentísimo uso del instrumento y por supuesto unas insuperables facultades. Escuchar y ver a Gerónimo Rauch como Fantasma es disfrutar de un artista en la plenitud de su arte, una interpretación imprescindible y realmente notable de uno de los personajes más míticos de todo el repertorio de el género musical y un auténtico gustazo, que a fin de cuentas es de lo que se trata.


 Julio Awad al frente de la orquesta, realmente se luce, en una lectura opulenta, de dramático y espectacular acabado, cargada de matices, y gran espectacularidad en el sonido. Awad sabe muy bien el material con el que cuenta aprovechando cada nota hasta la extenuación, sacando un sonido compacto y muy operístico desde el foso y que refleja de maravilla lo que ocurre en escena, algo absolutamente indispensable en un obra de características tan descriptivas como es El Fantasma de la Ópera. Hay que remarcar que no se escatiman medios en cuanto a músicos, y que se agradece enormemente ya que engrandece la propuesta, gracias al inestimable acompañamiento musical.
 

Vayamos con la propuesta escénica.

Federico Bellone firma la producción que viene de Italia, y varias cosas son remarcables en ella. Esta es la quinta vez que veo El Fantasma de La Ópera, dos en Londres y tres en Madrid, y ya la última vez que la vi en la capital de Reino Unido, reconozco que me pareció que olía un poco a naftalina, por tanto concuerdo en la idea de que había que darle una vuelta al concepto original, adaptándolo a los medios escénicos actuales y al público de ahora, no se nos olvide que la producción original se estrenó hace casi cuarenta años, y la verdad es que eso pesa. La versión de Bellone tiene múltiples virtudes, y algún defecto, siendo el resultado global altamente positivo, y acertado, especialmente tanto en cuanto al respeto hacia la obra original que así como a la presencia de casi todos los momentos icónicos de la producción original. Si bien es cierto estamos ante una producción más modesta en líneas generales, nos encontramos ante un espectáculo cuidado que sortea con soltura los desafíos escénicos que la obra ofrece, siendo el resultado impactante e inteligente a partes iguales. Solamente dos momentos de la función quedan un tanto deslucidos por la relativa parquedad de medios. La escena inicial con la representación de la ópera ficticia Aníbal, que se ve un tanto pobretona en su acabado, y sobre todo el Carnaval, que si bien se concluye de manera brillante, unos desafortunados maniquíes no redondean la escena de la manera más idónea. Vayamos con lo positivo que es mucho. Lo primero que hay que decir es el enorme encanto teatral que tiene la función, con unos preciosos telones pintados de regusto decimonónico que dotan al espectáculo de un gran poder evocador y nostálgico. Otro punto a tener en cuenta es el inteligente uso del giratorio, parte principal de la escenografía, muy bien pensada, práctica y funcional, firmada por el propio Bellone y que sirve de manera ejemplar para plasmar diferentes planos escénicos así como para dotar de un empaque considerable a la famosísima obertura de la obra. Otra cosa a tener en cuenta son las espléndidas luces de Valerio Tiberi, que consiguen momentos de una insuperable plasticidad, así como un atmosférico acabado en total consonancia con el gótico transfondo de la historia. Es destacable también el cuidado tratamiento actoral de la función, con un elenco que Bellone mima y lleva por unos interesantes vericuetos de verdad actoral y sobre todo una re-lectura que enriquece algunospersonajes, especialmente en el enfoque queer de André y Firmin como ya comenté más arriba, así como las aristas de el propio fantasma, que adquiere mayor profundidad dramática en esta producción, alejándolode cualquier acartonamiento. Buen trabajo en las coreografías por parte de Gillian Bruce, inspiradas y en total consonancia con el espíritu de la obra original. 

En resumen, este Fantasma es una buena revisión de un clásico, que suple su a veces, parquedad de medios con ingenio y buen gusto, siendo el acabado el de una producción esmerada y realizada con un gran cariño y respeto por la obra de Webber. ALTAMENTE RECOMENDABLE.