A los relatos en invierno les atenaza un dramático destino del que nadie sabe librarlos. Un destino al que los demás dotan de altas dosis trágicas, y donde aquello que se quiere se acaba perdiendo. Si alguien los conociera de verdad, sabría que ellos se resisten a tener un final de estilo gótico, lleno de color negro hasta las entrañas. Sí, ellos poseen un final, pero en nada se parece a terminar como un muerto en un ataúd.
El final de los relatos en invierno anhela mayores dosis de luz y de color, como nosotros anhelamos más paz interior y más felicidad. Todos anhelamos lo que no tenemos y ellos también lo hacen.
Los relatos del invierno están llenos de una blancura atormentada que nos quiere decir lo mal que se sienten. Su falta de expresividad está llena de signos que no nos atrevemos a descifrar. Sueñan con encuentros imposibles que sólo pertenecen al más profundo de sus deseos.
A veces, en invierno, el final de los relatos cae en un negro sin matices, donde todo es lo que parece. Donde nadie escapa a la fuerza que le arrastra hacia el abismo. Pero peor que el fracaso es la soledad y, en el fondo, nadie quiere quedarse solo.
El final de los relatos en invierno no es dueño de sí mismo. Algo le impide detener su final. Un final que le da miedo, porque igual que un tesoro, sabe que un día será desvelado.Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel