Elena F. Guiral
Al fin pude encontrar unos minutos para leer el último artículo de uno de nuestros columnistas, comentaristas y divulgadores favoritos, JM Mulet, titulado Glifosato y toxicidad fetal, el en que rebatía los datos publicados por un reciente estudio en el que se afirmaba que este herbicida producía daños fetales.
Reconozco que no soy entendida en la materia, siempre me he dejado llevar en este tema por la opinión de expertos por los que siento mucha admiración y respeto. Desde Jaime Costa, Director de Regulación en Monsanto, hasta científicos de la talla de José Ignacio Cubero ,Francisco García Olmedo, Mertxe de Renobales… Y me dejo a muchos otros. Incluido JM Mulet, por supuesto. Todos llevan años contándome que el gran valor de las plantas transgénicas tolerantes glifosato es que utilizan un compuesto químico, el protagonista de nuestra historia, mucho más saludable y medioambientalmente sostenible que otros herbicidas. Y yo sigo tan convencida de esta premisa como el primer día, porque para un periodista, tan importante o más que lo que te cuentan es quién te cuenta lo que te cuenta, aunque suene a trabalenguas.
Y los que estamos en el ajo agrobiotec seguimos sin encontrar los argumentos definitivos que hagan entender a la gente de la calle que sin plaguicidas ni herbicidas nuestra agricultura es insostenible, y que tenemos que dedicar nuestros esfuerzos a desarrollar aquellos más beneficiosos para el medio ambiente, como nuestro amigo el glifosato. JM Mulet comparaba la mínima toxicidad con este compuesto con el alcohol, que es probadamente más dañino, y el tabaco… Pero nos dirán los aficionados al gin tonic “Soy yo quien elijo meterme alcohol en vena, no eligen otros por mí”. Cierto. Por ello creo que hay que intentar que el consumidor perciba la necesidad real de los productos fitosanitarios, y también que se está trabajando duro para producir aquellos más respetuosos con el medio ambiente.
En cuanto al asunto monopolio que también se trasluce en este tema, no hay nada más cool que presumir del I Pad de Apple, o nada más cómodo que enviar una tabla Excel a nuestro socio que vive en Pekín. Por no hablar del gigante Google, que acapara el 85% de las búsquedas mundiales y que ha basado su riqueza en la gestión y el manejo de la información… ajena. O de Facebook, que se ha convertido en la nueva biblioteca de Alejandría atesorando nuestros recuerdos, nuestros pensamientos, en resumen, nuestra vida entera.
¿La diferencia? Estas aplicaciones nos dan un beneficio palpable e inmediato, y a nadie le importa vender su alma al diablo con tal de no perder el tren de la tecnología. En cambio el “glifo ¿qué?” sólo sirve, según sus detractores, para beneficiar a una multinacional agroquímica, a los agricultores que cultivan los transgénicos tolerantes a este producto y poco más. ¿Cómo subir a los ciudadanos al barco de un futuro sostenible? Éste es el reto. Ésta es la historia.