El mencionado viernes, el primer ministro Viktor Orbán anunció que el impuesto no puede ser introducido en los términos actualmente propuestos debido a la falta de consenso y el rechazo popular, y añadió que "nosotros no somos comunistas, no gobernamos contra el pueblo, sino con el pueblo", y que a mediados de Enero del año que viene se lanzará una consulta popular para debatir el asunto de internet, incluida la parte tributaria.
Lo cierto es que desde el primer momento nadie entendió el sentido de este impuesto, que gravaba con 150 forint el gigabyte de tráfico generado, con un límite de 700 forint mensuales para las conexiones en domicilios particulares y de 5000 para las empresas. Algunos acusaron al gobierno de querer poner barreras a la libertad de información, algo que esta tasa no perjudicaría en particular debido al poco tráfico que generan este tipo de webs. Otros dijeron que castigaba la piratería, pero no tiene sentido tampoco poner entonces el tope de 700 forints (es decir, a partit de 5 gigas al mes dejaría de contar). Entonces, ¿qué pretendía esta medida?
La razón oficial del gobierno es que los tiempos han cambiado, las ventas de periódicos o revistas han caído porque la gente ya no consume tanto papel y se informa a través de internet, con lo cual la recaudación ha caído y habría que "ajustarla" a los nuevos estándares.
Fuera de la versión oficial, otra opción posible sería la mera intención recaudatoria, y más teniendo en cuenta los disparatados impuestos (como el forint a los sms o al minuto de llamada, que por cierto también habrían caído en desgracia debido a los nuevos tiempos que menciona Orbán), y si bien el impacto de esta tasa en los presupuestos del Estado húngaro era muy pequeña, sí podría servir para financiar los planes que tiene el gobierno húngaro de llevar la conexión de banda ancha a todos los lugares del país.
Por muy raro que parezca, si nos detenemos a pensar, la medida en realidad ha contribuido a mejorar la imagen del gobierno. Desde el aspecto internacional, Orbán parece un primer ministro que escucha a su pueblo y retira las propuestas que no gustan a la gente, máxime en un momento en el que la calidad de la democracia húngara estaba siendo cuestionada y recibía palos de muchos países (especialmente de Estados Unidos, que ha vetado la entrada a varias personalidades húngaras acusándolas de corrupción, sin hacer públicos sus nombres). Dentro de la propia Hungría la confusión es mayor: por un lado, el primer ministro consiguió poner por primera vez a toda la oposición de acuerdo, incluso a parte de sus propios votantes en contra, y dañar su imagen para después rectificar.
Las voces más críticas han planteado que todo esto ha podido ser ideado para "tapar" los escándalos de corrupción que han surgido en los últimos días, el mencionado de Estados Unidos, y también de la principal agencia nacional de estadística, Százazvég, que realiza estudios por encargo del gobierno, a raíz de la repentina dimisión de su anterior director, el economista Tamás Mellár, que denunció recientemente en una entrevista del diario nacional Népszabadság que la agencia Százazvég estaba corrupta hasta las cejas, que era una mero aparato de blanqueo de dinero y que recibía encargos de estudios que no eran de su competencia. Cuando él respondía que no podían hacerlos, la respuesta era que daba igual, que rellenase algo, firmase y así él y muchos consejeros y colaboradores cobrarían importantes sumas de dinero (muchos sin hacer nada o apenas nada).
También acusó a Viktor Orbán de ser un líder extremadamente autoritario, de los que no escuchan ninguna crítica ni se puede tener una discusión sensata con ellos, y de una vez haberle dicho a Orbán que estaba equivocado delante de todo su consejo y el ministro de economía haberle tirado del brazo varias veces, queriéndole decir que no se atreviese a cuestionar al primer ministro. Tamás Mellár ha sido denunciado por Százazvég por difamación y se encuentra en proceso judicial. La entrevista podéis leerla aquí en el húngaro original, o aquí traducida íntegramente al inglés.
Sea como fuere, lo cierto es que el impuesto parece tener difícil ver la luz, en cualquiera de sus formas. Si todo ha sido un error o si ha sido una jugada de inteligente estratega, solo el propio primer ministro húngaro lo sabe.