El gran Gatsby de Baz Luhrmann es el exceso visual, sonoro y onírico, de una gran tragedia americana, donde todo ocurre por un sueño, siendo este leitmotiv el que se convierte en el auténtico y único salvavidas de una gran historia que surge como una forma de terapia. Asistir y salir vivo de esta gran fiesta del desenfreno y la opulencia no debió ser tarea fácil; una empresa en la que el propio autor de la obra también sucumbió, y a la que Luhrmann ahora dota de un sinfín de imágenes impactantes y efectos sonoros y especiales destinados a no dejarnos indiferentes. Sin embargo, no es sino cuando la acción se detiene y se fija en sus protagonistas, cuando el verdadero destello de la historia y la película alcanza sus mejores momentos y su zenit, aunque nuestros sentidos todavía estén aturdidos de tanto efecto pirotécnico, al que por no faltarle, no le falta ni una gran banda sonora, en la que incluso Lana del Rey sale reforzada al mostrarnos su mejor faceta de cantante de ecos infinitos y estremecedoramente profundos, lo que sin duda, convierte a este apartado sonoro en uno de los grandes aciertos del film, que va desarrollándose como el final de un carnaval donde a última hora nada es lo que en apariencia representa. De ahí, esa necesidad persistente en toda la obra, de buscar más allá de los simples reflejos.
Baz Luhrmann ha cuidado hasta la extenuación cada uno de los detalles de la producción. Nada está fuera de su alcance, desde el vestuario hasta la música, pasando por la fidelidad del guión de una historia salpicada de brillantes y poéticos y atormentados momentos, bajo cuyos enigmas transitan la esencia del ser humano: la búsqueda de la felicidad, el encontronazo con la desgracia, el afán de ser reconocido, la necesidad de pertenencia a una determinada clase social, el ascenso en la vida… todo camina de una forma rutilante bajo los renglones de una gran novela que en este caso tenemos la fortuna de ver convertida en imágenes que nos sumergen en un sueño; un sueño dorado, al fin y al cabo, que se esconde tras el destello rutilante de la mirada de un hipnotizador Leonardo diCaprio en el papel de Gatsby, y de la dulzura ensoñadora de una frágil y temerosa Daisy Buchanan. El bien y el mal, la sobreexposición y la intimidad, la opulencia y la pobreza más absolutas, se dan la mano con suma naturalidad en este relato de las más grandes penurias del ser humano, en la que una vez más, cada personaje busca una puerta, pero no una cualquiera, sino aquella que le sirva como salida para dar rienda suelta a sus más íntimos deseos, donde además del dinero, la pasión y el amor sean la vía que les lleve a culminar su última esperanza; una esperanza de la que no quedará ninguna huella, como en los sueños más profundos.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.