El joven había recibido una formación muy escasa, pero tenía una inteligencia muy despierta y un instinto certero, y era más listo que los ratones coloraos. Las pillaba al vuelo, y en seguida se dio cuenta de que su tierra natal le ahogaba y de que como arquitecto de pueblo no iba a llegar a nada. Y se fue a París. Quería estar en el ojo del huracán, codearse con lo que fuera que había allí.
Se sumergió con avidez en la vanguardia como se podría haber sumergido en cualquier otra cosa: en lo que hubiera de mayor excelencia. La vanguardia artística era lo más de lo más en una sociedad que era lo más de lo más. Es decir: los más cultos y modernos de entre la gente más culta y más moderna estaban enfrascados en el arte de vanguardia, y él se metió allí de cabeza. Y destacó en ese mundo. Dentro del Movimiento Moderno llegó a ser el más moderno de todos los arquitectos, su sumo pontífice, su capitoste.
Glosar su ingente labor en la vanguardia de la arquitectura rebasa la capacidad de este blog. Sus consecuciones iluminan a la humanidad. Le Corbusier no es sólo uno de los más grandes arquitectos del siglo XX: es uno de los más grandes de toda la Historia de la Humanidad.
Como arquitecto insertado en las vanguardias artísticas del siglo XX su obra icónica, su fetiche, es la Villa Saboya, en Poissy (Francia).
En esa época realizó las obras más canónicas del Movimiento Moderno. Acuñó el famoso eslogan "la casa es una máquina de habitar" y también sus famosos "cinco puntos de la arquitectura".
Sin embargo yo sostengo que la Villa Saboya (como el resto de su obra) no es funcionalista en absoluto. Basta estudiar la planta de la vivienda para apreciar la tosca distribución, las circulaciones confusas y la relación incómoda entre las diferentes piezas. Por otra parte, sistematiza las ventanas sin importar la orientación de cada fachada ni los usos de las distintas piezas. Monta la vivienda sobre pilotes sin demasiada justificación (la del recorrido del coche y el acceso al garaje, con ese parcelón, no me parece suficiente). La remata con un solarium que ni tiene en cuenta el soleamiento ni puede funcionar adecuadamente. (¿Alguien tomó el sol ahí alguna vez?). Y cierra el patio terraza con una falsa fachada que tampoco se justifica ni funcional ni racionalmente.
Pero todo ello tiene una riqueza plástica innegable.
Porque Le Corbusier es, ante todo, un artista plástico.
La escalera de "semicaracol" que arranca desde abajo en un tubo-sacacorchos es fascinante, la doble circulación (innecesaria) en la que desemboca esa escalera da un riquísimo juego de espacios. La salida a la terraza y su recorrido hasta la cubierta es delicioso. La falsa fachada de la terraza enmarca la vista desde dentro hacia el paisaje, y desde fuera cierra el paralelepípedo. Y el muro curvo del solarium es como una vela que hace avanzar al barco varado en la hierba.
Ninguna de esas decisiones es funcionalista ni racionalista. Todas ellas son plásticas; hacen un bellísimo objeto, y, sobre todo, cualifican unos espacios muy apetecibles y excitantes. Porque para Le Corbusier, como para todos los arquitectos verdaderamente grandes, la arquitectura es, antes que nada, espacio.
(Y el espacio ni es "sitio" ni es "volumen", sino muchas otras cosas. Cosas logradas por esa insensata circulación ambigua y confusa, esa disfuncional tumbona de gresite entre el baño y el dormitorio, esa rampa promenadesca y todo lo demás).
Le Corbusier escribía y hablaba de soleamiento, de ventilación, de orientación, de distribución... También hablaba de modulación y seriación...
Estoy seguro de que todo eso sólo eran excusas. Ni en sus villas ni en sus unidades de habitación le importan un pimiento ni las orientaciones ni el soleamiento. (Tiene distribuciones y disposiciones idénticas dando a fachadas opuestas).
Le Corbusier encontró ese chiringuito. Todos necesitamos uno, y quien lo encuentra ha encontrado un tesoro. El chiringuito de Le Corbusier era la racionalidad, la funcionalidad, la modernidad, la técnica... En realidad excusas para hacer plástica.
Le Corbusier es uno de los más pasmosos artistas plásticos de la historia.
El citado velo curvado de la Villa Saboya quiere parecer como de hormigón, pero es de ladrillo. Cuando Le Corbusier descubre las verdaderas posibilidades plásticas del hormigón le dice adiós definitivamente al racionalismo y a todo lo demás.
Casi ya con la edad "estándar" de jubilación se lanza a construir el convento de La Tourette. Que no os engañen su forma rectangular, sus ventanas, la distribución de sus celdas. Sí, claro, el programa de residencia es muy estricto y se resuelve de manera muy cartesiana. Pero esos lucernarios, esos vacíos, esa implantación en el terreno... Le Corbusier está jugando con el hormigón como un niño con juguetes nuevos.
Igual pasa con los edificios de Chandigarh. Esa orgía de hormigón en pantallas, cubiertas, bóvedas invertidas, óculos gigantescos, hiperboloides... Verdaderos orgasmos de artista plástico.
Pero la explosión más nítida, perfecta y emocionante es la de la capilla de Ronchamp.
En cierto sentido, la capilla de Notre Dame du Haut, en Ronchamp (Francia) es la obra maestra de Le Corbusier. Para muchos (arquitectos y no arquitectos) es su obra más admirable. Pero otros piensan justo lo contrario: que es su peor obra, la obra en la que traiciona todos los principios que defendió en su vida.
¿Qué queda en Ronchamp de los famosos "cinco puntos"? Nada. ¿Qué tiene Ronchamp de racionalismo, de funcionalismo? Nada. Pero, sobre todo, ¿qué hay en Ronchamp de arquitectura del Movimiento Moderno? Nada.
Yo sostengo que Le Corbusier llevaba buscando Ronchamp toda su vida. Ronchamp es la conclusión lógica de un artista plástico tan potente como él, pero no es en absoluto la conclusión de un arquitecto moderno.
Ergo...
Ergo Le Corbusier no era un "arquitecto moderno". Se estuvo haciendo el moderno durante casi toda su vida. Pero era un impostor.
Le Corbusier viene de su pueblo a París buscando algo; ni él mismo sabe qué. Y lo que tocaba era conocer a Ozenfant y ser purista. Podría haber sido otra cosa, caer en otro ambiente. Le Corbusier se encuentra en París como un pulpo en un garaje. Pero es un gran pulpo, el mejor de los pulpos, y no sólo se adapta al garaje, sino que se hace el rey del garaje. Es un pulpo que se disfraza de coche deportivo.
Por aquí, además de ese dicho de "como un pulpo en un garaje" para indicar que alguien no está en su ambiente, se empleaba (hace años que no la oigo) la expresión "ser un pulpo" para los hombres que toqueteaban a las chicas como al descuido. (Qué cosa más asquerosa, por favor). Vamos, que tenían demasiadas manos y demasiado largas y ágiles.
Pues en eso Le Corbusier también era el gran pulpo. Capaz de meter mano a Stalin y a Mussolini al mismo tiempo, y a Nehru unos años después; capaz de defender el soleamiento, el "aire exacto", la calefacción, el vidrio y el hormigón magmático al mismo tiempo, las cubiertas planas y las curvadas, tanto convexas como cóncavas, los planos y las superficies alabeadas, la separación de los edificios respecto al terreno mediante "pilotis" y su empotramiento tectónico salvaje en él, lo blanco puro y lo colorido, y lo gris, y lo negro, la carne y el pescado, la chicha y la limoná, esto y lo otro, más es más y todavía más, y me llevo una, moros y cristianos, indios y vaqueros, café y té, sin cebolla y con cebolla.
-¿Cómo quiere la leche, Señor Corbu?
-Con dos docenas de porras.
Sí, señor: El gran pulpo.
El gran pulpo que se pasó la vida siendo un impostor, un agente doble, el estandarte de un movimiento arquitectónico y artístico que no era el suyo, y que tuvo la gran suerte de, ya en el tramo final de su vida, realizar una pequeña capilla que, acaso parcialmente, le reconcilió con la verdad. Con su verdad, si es que alguna vez tuvo alguna.
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