A lo largo de la historia de la Psiquiatría se han hecho muchos intentos por mejorar la salud y controlar las conductas problemáticas de los pacientes. Algunos de estos intentos han dado como resultado prácticas que hoy nos parecen aberrantes. Algunas de ellas son, por ejemplo, las inyecciones de “aguarrás”, los electroshocks o la inducción del coma mediante la inyección de insulina (coma insulínico). Pero una de las más llamativas ha sido la lobotomía.
Un poco de historia sobre la lobotomía
En 1935, en Londres, se celebró un Congreso Internacional de Psicología. En él, el neurocirujano estadounidense J. F. Fulton (1899-1960) y su colaborador C. Jacobsen presentaron los resultados de sus investigaciones con dos chimpancés, Becky y Lucy. La pareja de investigadores habían extirpado parte del lóbulo frontal a los primates, los cuales, como resultado, se habían vuelto dóciles y sin agresividad. El portugués A. Egas Moniz (1874-1955), asistente al congreso, fue el responsable de llevar a cabo la posterior intervención en humanos, por lo que recibió un Premio Nobel en 1949. Él la llamó “leucotomía”.
La divulgación de esta cirugía fuera de Europa y el nombre de “lobotomía” se debe al americano W. Freeman (1895-1972), gran admirador de Moniz. Freeman, en 1946, desarrolló la conocida como “lobotomía transorbital o con picahielo”, debido a la semejanza del instrumento utilizado (el orbitoclasto) con un picahielo. Esta se transforma, entonces, en una práctica ambulatoria y rápida, la cual prescinde de quirófano y anestesia general. En vez de perforar el cráneo, se introducía el instrumento por la cuenca ocular y se ayudaba de un martillo. Freeman recomendó la técnica para una amplia gama de trastornos como la psicosis, la depresión o la criminalidad.
Freeman realizando una lobotomía
Algunas de las dificultades observadas con esta técnica fueron crisis epilépticas, apatía, dificultad en la atención, trastornos en el comportamiento y disminución en la capacidad para experimentar emociones. Incluso se han producido estados de catatonia y la muerte. Todo debido al gran daño que producía dicha intervención en el cerebro.
Cuando el “boom de las lobotomías” termina en 1960 debido a su ilegalización, se habían realizado sólo en Estados Unidos unas 100.000 lobotomías. Una de ellas la de Rosemary Kennedy (1918-2005) en 1941, hija de Joseph Patrick Kennedy y Rose Elizabeth Kennedy. Según su padre, Rosemary tenía un retraso mental leve y continuos cambios de humor, aunque era una joven muy atrevida a la que le encantaban las fiestas y era muy sociable. Éste estaba convencido de que mediante la lobotomía conseguirían aumentar el cociente intelectual de su hija al nivel de sus hermanos, pero muy lejos de lo que esperaban la intervención la dejó incapacitada físicamente y con una edad mental de un niño de 3 años, a la edad de 23.
Rosemary Kennedy
La última lobotomía practicada por Freeman fue realizada en 1967 a Helen Mortensen (1915-1967) que ya había sido sometida a dos intervenciones similares en 1946 y 1956. Durante esta última, cortó uno de los vasos sanguíneos del cerebro y la paciente murió debido a la hemorragia. Como consecuencia, se le impidió practicar más lobotomías. Freeman nunca había tenido licencia como cirujano.
Freeman recibió críticas por parte de algunos colegas y reaccionó doblando su trabajo con el fin de “beneficiar” a un mayor número de pacientes. Así que decidió recorrer EE. UU. en su coche, al que llamaba “El lobotomóvil” (“Lobotomobile”), cobrando sólo 25 dólares por lobotomía y enseñando la técnica a otros médicos.
Aunque a día de hoy esto nos parezca horrible, es importante valorar los eventos en su contexto temporal. Desde la perspectiva científica actual, seccionar el cerebro para volver a las personas dóciles, sumisas y manejables no es en absoluto ético, pero en las décadas de 1940 y 1950 esto era visto socialmente como un éxito terapéutico debido a la ausencia de otros remedios.
Como curiosidades, añadir que cuando Egas Moniz contaba con 63 años, quedó paralítico debido a que un paciente psiquiátrico le disparó ocho tiros. El paciente afirma que no le estaba dando las drogas adecuadas para su enfermedad. Por otro lado, hace unos años, Christine Johnson, nieta de una mujer lobotomizada en 1954, creó un movimiento cuyo principal objetivo era la anulación del Premio Nobel concedido a Egas Moniz. En cambio, la Fundación Nobel negó a retractarse y mantiene su reconocimiento.
De izquierda a derecha.: Fulton, Freeman y Egas Moniz.
¿Qué piensan nuestros lectores sobre la lobotomía? ¿Se trata de una aberración sin excusa o está justificada por las circunstancias históricas?
Laura Sánchez
Bibliografía
Duro, A., Sánchez, L., Núñez, J.M., Benito, R. & Celorio, G.A. Tratamientos en la Psiquiatría del Siglo XX.
Hernández, D., Manuel, Z. D. J., & Roberto, R. Historia de la psicocirugía. Lobotomía: del Premio Nobel al oprobio.