Estamos ante una buena película del género all in one day (todo en un solo día), con sus hitos dramáticos mínimos, sus resoluciones de última hora, su final necesariamente abierto, su falta de contexto en el retrato de los personajes, su ausencia de planteamiento y perspectiva ante el problema que se intuye pero nunca se menciona. El filme narra el día normal de una joven que trabaja como asistente en la oficina de un importante productor cinematográfico (trasunto clarísimo del condenado Harvey Weinstein, personaje al que, como a todo buen monstruo del género, nunca conseguimos ver cara a cara). Explotación, jornadas interminables, ausencia de derechos, complicidad, miradas hacia otro lado... Nada que los tópicos sobre el medio no hayan mostrado en infinidad de filmes; la diferencia es que ahora el #MeToo ha puesto en evidencia el back office de una industria que vive del brillo y se ha negado a enfrentar sus miserias. Con la excusa de la creatividad y de las apuestas de riesgo parece que todo vale, cuando resulta que muchas víctimas se quedan por el camino, y no me refiero a intérpretes, autores o cineastas, sino a técnicos, ayudantes y meritorios.
No es el egoísmo, ni el abuso, ni el machismo; es un ambiente de trabajo absolutamente despiadado naturalizado durante décadas en todos los estratos implicados, hasta el punto de que, quienes lo sufren en primera persona, lo consideran una fase necesaria para adquirir experiencia y hacerse ver/valer. Por eso The assistant no va más allá de un día de trabajo de una chica que hace de todo y aguanta de todo por un (im)probable reconocimiento laboral. No es sólo que a las pantallas lleguen únicamente el 1% de las películas, es que el 99,97% de las personas que trabajan en ellas no consiguen mantenerse en el negocio/gremio. Más allá del tópico estadounidense de la jovencita ingenua e inocente que llega a la gran ciudad para triunfar en el cine --como retrata en toda su crudeza Girl lost: a Hollywood story (2020)-- se abre un abismo de ausencia de derechos laborales, injusticias, abuso y acoso...
Después de ver The assistant hay que descartar de una vez por todas ese otro tópico rancio, pasado de moda y peligroso: que a los artistas se les aplica otra ética, que su desordenada y caótica vida es la condición necesaria para su genio y por eso se les debe perdonar todo. Que gilipollas como Weinstein hayan producido con buen ojo grandes filmes que hemos adorado y defenderemos ante terceros no significa que no exista otra manera mejor de hacerlos.