El índice de externalidades

Por Jorgeandr3s @andresdelgadoec

David Graeber, el (ir)respetado antropólogo, abrió mis ojos a una nueva realidad. Contar es malo. Sé que es lo primero que uno aprende en la escuela, y tal vez es la base de toda ciencia actual y de las herramientas que usamos para que nuestra vida sea mejor, pero Graeber no se refería a ese tipo de contabilidad matemática, sino específicamente a ponerle el precio a las cosas que intercambiamos.

No siempre fue así, inicialmente las comunidades humanas eran de unas pocas personas, donde todas se conocían entre sí. No existía tal cosa como la especialización ni un mercado, sino que la gente se ayudaba entre sí, en una especie de economía del regalo. No engañamos a nadie, evidentemente cuando dabas algo a alguien, esperabas que eventualmente esa persona te devuelva ‘algo’. La falta de exactitud de ese ‘algo’ nos permitía ser flexibles, llevarnos bien con el amigo.

Sin embargo, hubo un punto en la historia donde se empezó a introducir la moneda, en diversas formas de contabilidad, casi siempre por parte del estado como una especie de impuesto/imposición. Lo que empezó a ocurrir entonces es que emergieron ciertas fricciones, no era lo mismo devolver una dádiva que contaba por 3 pescados si tú habías dado 15. Una versión moderna de esto diría: no mezcles dinero con amor. El poner un número exacto a una deuda te incita a ejercer violencia[1]. Es el pretexto que usa tu banco para arrebatarte tu casa, y en algunos casos, el sicario para ser contratado. Tal vez esto también contribuya a la relación directa que existe entre la desigualdad económica y el nivel de violencia que existe en una determinada región[2].

¿Por qué traigo esto a colación? Pues porque pienso que deberíamos aprovechar esta situación…

Imagina que entras a una gran cadena comercial, con una gran diversidad de productos y sí, tienen los precios marcados en dólares como siempre, pero además de ello muestran una segunda cifra: su precio en tiempo (Pt). Así pues, una computadora sería muy costosa si los materiales que utiliza para su producción demoraron miles, sino millones de años en formarse. Una funda de papas producidas localmente tendría un Pt muy bajo si comparamos con unas papas importadas (puesto que el petróleo que se utiliza para su transporte, que demoró muchos años en producirse, incrementaría el precio desmedidamente).

Las artesanías empiezan a mostrar el tiempo dedicado y claro, en función de la calidad habrá unos que logren maravillas en menor tiempo. Y si alguien compra una máquina, pues de alguna manera tendrá que incluir el costo de fabricación de esa maquinaria dentro del Pt.

Cuando la gente llega a Ecuador y visita Quito, el patrimonio cultural de la humanidad, ve el precio de algunas instalaciones: siglos, pero también se le indica en su tour al Yasuní que la selva está avalada en unos cuantos millones de años.

Cuando te realizan la entrevista en una empresa, no sólo te dicen cuanto vas a ganar y qué puesto vas a tener, sino que además te dicen cuál será tu tiempo buen vivido TBV, es decir aquel que podrás dedicar al ocio, la contemplación, el deporte, el amor y la amistad, etc.[3]

En base a estas simples medidas, se empieza a evidenciar el descontento de la gente, quienes pronto exigen que se haga algo al respecto, varias instituciones estatales inician con la creación de un índice de externalidades, que permite hacer una comparativa entre el precio del mercado y el Pt. Eventualmente este empieza a desplegarse con colores verde, amarrillo y rojo. La gente que se acerca a estos percheros marcados empieza a ser mal vista, las empresas dejan de percibir ganancias, se establece una superintendencia de control de externalidades. Poco a poco se empieza a migrar los procesos para producir con menor coeficiente, las medidas se tornan más severas. Es el nuevo ISO.

Referencias
[1] Graber D., En deuda: Una historia alternativa de la economía, Grupo Planeta, 2012
[2] Wilkinson R., Pickett K., Desigualdad: Un análisis de la (in)felicidad colectiva, Turner Publicaciones, S.L., 2009
[3] Ramírez R., La vida (buena) como riqueza de los pueblos, Editorial IAEN, 2012