Puesto porJCP on Sep 6, 2014 in Autores
Los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, mediante Decreto, expulsaba de suelo español al elemento hebraico a petición unánime y con el clamor de todos los españoles que veían en los judíos una semilla de cizaña antisocial. Fue un acto de consenso, una sanción real que recogía el sentido común del pueblo. Ni una voz se alzó contra el Decreto de Expulsión de los judíos que estaba plenamente justificado, que obedecía a razones de Estado y que, por otra parte, se redactaba en méritos de un sentimiento popular y colectivo, mayoritario y respaldado democráticamente, permítasenos la expresión, por todo el pueblo español.
No hay que olvidar lo que eran y representaban los judíos en 1492. Don Claudio Sánchez de Albornoz insigne historiador, dedica un capítulo de su obra “España un enigma histórico” a estudiar la cuestión, concluyendo que “aún están vivas las señas hebraicas contra España, matizando que la contribución de los judíos españoles a la acuñación de lo hispánico fue siempre de carácter negativo, que no transmitió calidades sino que provocó reacciones, siendo más fácil unir el agua con el fuego que hallar vínculos de parentesco entra la hispánico y la hebraico.
La convivencia entro los judíos y cristianos fue siempre difícil y llegó a ser imposible cuando los hebreos intentaron dominar, y lograron a lo menos explotar al pueblo que les había dado asilo. Nos dice el que fuera Presidente del Gobierno de la República en el exilio de 1959 a 1970, que las “empresas mercantiles de los judíos en España no fueron muy escrupulosas y que ellas les acarrearon la enemistad del pueblo. En la España goda y en la musulmana se habían dedicado al tráfico de esclavos. El Concilio X de Toledo les prohibía ejercerlo, pero después de la conquista árabe se dedicaron a él en gran escala”.
Tampoco pudo ser muy grato a la población su actuación como revendedores, encarecedores de los alimentos y el vestido, ni su aprovechamiento para hacer subir las provisiones, mientras los cristianos peleaban contra los moros. Por el Fuero de Usagre sabemos que se dedicaban a acaparar pescados los viernes, época de vigilia, para elevar su precio y las Cortes de Burgos de 1367 dan la noticia de la compra por los tenderos judíos a los mercaderes cristianos de diversos productos “para revender a ganar con ello”.
Nos matiza Sánchez Albornoz que “fueron sin embargo su creciente y desaforado enriquecimiento y su rápido y continuado trepar a cargos de confianza en la Administración Pública, los que encendieron el fuego popular contra los hebreos. Porque se enriquecieron a costa de la miseria del pueblo y por añadidura lo trataron con altivez y orgullo”.
Los judíos se convirtieron en los agentes fiscales explotando por duplicado a los cristianos tomándolos con creces los tributos que recaudaban para el erario y aumentando los intereses usurarios. Así el pueblo se vela atropellado tanto por los hebreos recaudadores como por los hebreos prestamistas y comerciantes que, con apremios, exigencias, abusos y extorsiones se hicieron odiosos a la vista del pueblo llano, guerrero, hidalgo o trabajador, que veía crecer el contraste entra su inaudita pobreza y los inmensos caudales y riquezas de los hebreos, entre su humillación y el poderío de sus explotadores.
Los judíos practicaban y ejercían el “noble” oficio de la usura. Los judíos daban a usura a no menos del 100% anual y ya el Fuera de Cuenca prohíbe a los judíos prestar a más de tal interés y tal prohibición es señal evidente de que solían exigir réditos todavía mayores.
Para asegurarse el cobro de sus créditos las usureros judíos exigían prendas a o fiadores y solían usar, y aun abusar de aquellos, y comprar a precios reducidos los bienes que respondían del pago de las deudas, y cualquiera de los dos negocios les permitía acrecentar sus riquezas a costa de sus víctimas.
No puede sorprender que subiera deprisa la marea de las quejas populares contra la usura judía, ni que la propia Iglesia se alzara contra ella, cuando se detectó la práctica usual entro los judíos de obligar a sus deudoras a reconocer deudas superiores de las que en verdad habían contraído.
El historiador hebreo Salomon Ben Verga señalaba ya, con razón, a la usura entre las causas del odio popular de los cristianos contra los judíos, usura que les había llevado a detentar las tres cuartas partes de la tierra y heredades españolas merced a su oneroso oficio de esquilmadores.
En esta ciudad de Valladolid, Doña María de Molina envió al Consejo una carta fachada el 1 de noviembre de 1304 denunciando las abusos en los préstamos de los hebreos y más tarde, también, las Cortes reunidas en la ciudad en 1305 se quejarán de que los judíos llegaban a exigir el reconocimiento de deudas tres veces superiores a la suma recibida y se negaban a devolver, so pretextos diversos, las prendas que garantizaban sus préstamos. Más tarde y también en esta Ciudad de la Cancillería, en 1405, Enrique III dictó un Ordenamiento muy minucioso contra la plaga de la usura “en tal manera que muchos de los dichos cristianos son destroydos e enpobrecidos”.
Los judíos tenían la que podíamos denominar, en el argot económico actual, el casi total monopolio de las tareas fiscales que cumplían con tal celo que las Cortes obtuvieron del rey Alfonso X el Sabio en 1253 y 1268 la Orden de que no pudieran “ser prendados los bueyes y los aperos de labranza de los campesinos, ni destejadas sus casas, ni arrancadas las puertas de las mismas, a fin de evitar que los recaudadores de los impuestos – judíos los tomaran en prenda para cobrarse en ello sus cuotas tributarias”.
A todo ello se añadían los constantes ataques que los judíos proferían contra la religión cristiana, sus blasfemias como la de Açaç Bençalema que escarneció a Cristo e irritó a las cristianos diciendo “adorades e tenedes por fillo de Dios como concevido e feyto en adulterio”, o el caso que nos relata Ortiz de Zuñiga en los “Anales de Sevilla” cuando un conciliábulo de judaizantes, el Jueves Santo de 1478, blasfemaban de la fe católica, e incluso el asesinato, perpetrado por los judíos de D. Pedro de Arbues en 1485 en el interior de una iglesia. Piensesé que incluso hasta 1486 los recaudadores judíos de Castilla se negaban a firmar las escrituras de liquidación de rentas si los escribanos las fechaban consignando mal “el año de Nuestra Señor Jesucristo” en que se redactaban. Las crónicas nos ilustran, según Fernández y González en sus “Instituciones Jurídicas del pueblo de Israel en la Península Ibérica publicado en 1881 que “en 1335 el célebre converso Alfonso de Valladolid se dirigió al rey Alfonso XI, acusando a los hebreos de emplear una oración contra el Dios de los cristianos”.
El pueblo estaba exaltado contra los judíos por la explotación usuraria, por las extorsiones fiscales, por los arrendamientos, las alcabalas y por las humillaciones y agravios que los habían hecho padecer.
Fue por ello que los Soberanos Católicos, respetuosos de la voluntad popular, se hicieron eco de los sentimientos del país. Los Reyes comprendieron el peligro judío, amenazador tanto de la Religión como de la Patria y quisieran conjurarlo de una vez. La gran unidad religiosa necesitaba consumarse y afianzarse en España, escribe el historiador Ricardo Albanés, y “los judíos, que en otro tiempo habían ayudado a las conquistas africanas, no dejarían de hacerla otra vez, en odio al cristianismo, cuando la ocasión se presentase. La perfidia de la raza judía, constantemente se estaba manifestando en la infidelidad de los judaizantes, que seguían siendo judíos con capa de cristianos. Los españoles, corrían un grave peligro conviviendo con una raza que odiaba a su religión y que favorecía las revueltas. Eran, según todos los testimonios de la época seres insidiosos y antisociales.
En la introducción del libro de Carlos Marchan Fernández “Los Judíos de Valladolid” subtitulado “Estudio histórico de una minoría influyente”, editado en 1976 por la Diputación Provincial de esta ciudad, se puede leer que “este pueblo el judío, parece llevar consigo, dondequiera que se encuentra, la “bola de la discordia”, relatándonos su presencia en esta urbe y diciéndonos que aparecen los hebreos de Valladolid en problemas relacionados con la usura en unas casos y con una espacio de tendencia a monopolizar la posesión de las propiedades inmuebles de otra, dado que “los judíos de Valladolid se habían adueñado de gran parte de las propiedades inmuebles de la ciudad, bien por compra directa, bien en pago de deudas de cristianos”.
En las calles de Valladolid, los judíos se mofaban del Viático y no respetaban las fiestas de guardar, lo que impulsó a Doña María, la mujer de Sancho IV, a despachar un mandamiento dirigido a los alcaldes y merinos de Valladolid para que se les obligase a no trabajar en los días festivos y que se escondiesen al paso del Viático para no provocar, con su actitud, el escándalo de los cristianos.
En la Revista Sefarad, Millas Vallicrosa escribía en relación a los problemas de convivencia religiosa que planteaban los hebreos, que “el alma judaica se desborda en suplicas y quejas y se deshace en improperios contra sus enemigos, los pueblos cristianos y musulmanes”.
Son reiteradas las refriegas y enfrentamientos que con su actitud causan los judíos aquí, en Valladolid, entre otros, vemos como en el otoño de 1367, los habitantes de la ciudad adoptan una actitud de repulsa hacia los hebreos y se producen incidentes de cierta consideración. Así mismo, el 2 de enero de 1412, quizá por la influencia de San Vicente Ferrer que por aquel año se encontraba predicando por estos pagos se firman en esta ciudad el “Ordenamiento sobra el encerramiento de los judíos” conteniendo 24 normas legales para separar al pueblo sano de los elementos antisociales de la época.
De nuevo en 1464 se reproducen las controversias del pueblo de Pucela contra los hebreos que se repiten en 1470, en esta ocasión abarcando la irritación y la ira contenida de la ciudadanía, también a los “cristianos nuevos” muchos de ellos falsa y farisaicamente convertidos por conveniencia, de derecho pero no de hecho, que habían profesado la fe cristiana y tomado sus aguas bautismales sin convicción y por puro y egoísta interés. En esta ocasión, ante la gravedad de los acontecimientos y la indignación de la mayoría frente a la minaría judaica opresora y atenazadora, tuvieron que intervenir los Reyes Católicos que acudieron desde la localidad de Dueñas, donde se encontraban para imponer con su autoridad el fin de la contienda.
Se imponía, por ser un deseo popular y fundado, la expulsión de los judíos, circunstancias que se repiten con frecuencia en sitios diferentes, en épocas diversas, en países distantes y en culturas inconexas, donde los judíos han sido el blanco de los pueblos y así se constata que este repudio brota en razas dispares, en regiones alejadas unas de otras, en sociedades regidas por leyes, tradiciones y principios incluso opuestos por la que se puede llegar a la conclusión que la causa de la prevención de los pueblos contra los judíos reside en el comportamiento insociable de Israel, en su egoísmo exclusivista, en su perfidia en lenguaje eclesiástico en su insolidaridad hacia los pueblos que los aceptan y en su hostilidad hacia las ideas cristianas. Así se explican las expulsiones y deportaciones de judíos realizadas por alejandrinos, romanos, persas, árabes, turcos o cristianos. No es en ese mosaico de pueblos donde reside el malestar hacia el elemento extraño que forman las comunicaciones judías, son en estas donde radica, por su avaricia y deslealtad hacia los explotados, la raíz de la cuestión.
En aquellos momentos judío era sinónimo de bribón, usurero, embustero y acaudalado. Sus calles y los barrios que ocupan son cerrados, se autoexcluyen, donde esta minoría se solidifica y se organiza con sus leyes y tribunales propios, formando un clan hermético que lanza, contra quien se aparte de su esquema talmúdico, el anatema Herem ha Cahal o excomunión de su comunidad, lo que significa el desprecio y el odio eterno de los hasta entonces sus hermanos.
En los aledaños de la expulsión de España, los judíos son expulsados de Colonia en 1424, de Augsburgo en 1439, de Estrasburgo el año antes, de Erfurt en 1458, de Nuremberg en 1495, de Ratisbona en 1519, de Sicilia en el propio 1492, de Nápoles en el 1540, de Génova y Venecia en la década siguiente. Los ingleses, incluso, se adelantaron al siglo XIII, en 1290, bajo el reinado de Eduardo I, para proceder a su expulsión. En esa era la tónica no cabe pensar que era un capricho de los pueblos o los gobernantes; razones poderosas habría, argumentos esgrimirían, y, sobre todo, cuando se hacían merecedores del desprecio colectivo era porque darían lugar a ello con su comportamiento mezquino.
Algunas autores han querido ver en esta actitud de los pueblos que reaccionan contra los judíos su amor apasionado hacia el dinero, su adoración el becerra de oro, que sobra ponen como la más elevada de su existencia, en la conducta muchas veces fraudulenta en los negocios, en el engaño que practican en su búsqueda ilimitada y desenfrenada de beneficios, a en la oposición sistemática al derecho tradicional, a las costumbres ancestrales a la moral mercantil de donde se asientan y son huéspedes incómodos por su apego a los bienes terrenales y por su carencia de la que se entendía por nobleza caballeresca a hidalguía en los mores de la época.
La expulsión fue un hecho irreversible, loable e inevitable. Y es curioso constatar que cuando el pueblo español se vio libre de los que suponía elementos antisociales hebreos, cuando se vio libre de los logreros que le atenazaban y oprimían cuando sintió alivio, con el Decreto de Expulsión, es cuando comienza en España limpia de elementos judíos e indeseables para la población lo que se conoce en el mundo de las letras, la cultura y las artes como el siglo de oro español que tiene lugar cuando los judíos están fuera y no dentro, cuando el espíritu judaico no pesa sobra la sociedad.
Serán circunstancias de la Historia, pero las cosas son como son y hay que expresarlas con claridad y sin ambigüedades, El “siglo de oro español”, la centuria áurea de la inspiración y de la aportación máxima española a la cultura occidental y cristiana, se da en una atmósfera no enriquecida por el problema judío, es decir después de su expulsión de España y ello a pesar de la leyenda negra que propalan por doquier los emigrados por la real voluntad popular.
Cinco siglos más tarde los judíos vuelven allá donde solían, y en España acaparan poder a influencia en la política (Mugica, Benegas, Castellanos, Anguita… ) en los medios (la TV, las editoriales, la prensa, el cine, etc.) en sectores vitales de la economía (alimentación, sistemas informáticos, etc.) en compañías de seguridad (ISDS, ICTS, ARC PSI, MYDAS, SA…) e incluso las redes de espionaje y sus servicios de Inteligencia, el Mossad firmó con los servicios españoles, el Cesid, un acuerdo de cooperación en 1989, con quien los servicios judíos Avshalom Megiddon, mantiene entrevistas semanales.
Hoy en 2014 los que copan el Poder en España vuelven a firmar acuerdos con los judíos de espalda a los españoles, a quienes dan el mismo trato que los judíos les dieron y por el que fueron expulsados. Tal vez haya que poner fuera de nuestras fronteras no solo a los judíos, sino a los traidores a España y su Historia que hoy rapiñan y secan nuestra vacías arcas. Empezando por los borbones y acabando por los sustitutos de los judíos, la Iglesia Católica, otros rapiñeros sin escrúpulos.
Mal nacidos todos.