Me gustaría empezar a escribir mi post agradeciendo al equipo de Hogarismo la oportunidad que me dan en su espacio para mostrar un poco no sé si sobre mi trabajo, estilo de vida, filosofía o pensamientos con el hilo conductor del jardín aunque al fin y al cabo viene a ser todo lo mismo. Jardines que al fin y al cabo es a lo que me dedico desde la especialidad del césped artificial, especialidad que trato de humanizar.
Me congratula ver en este blog artículos que hablan del jardín como medio para expresar personalidades, post que defiende que lo importante no es quizás la belleza de este sino la pureza. Al ver este post me animé a escribir sobre lo que os presento ahora, y aunque estoy seguro que muchos conocéis este movimiento, siempre es bueno e interesante dialogar sobre él. Mi post va dedicado al Movimiento Slow.
Una breve historia
Hagamos un poco de memoria y remontémonos a los orígenes de este particular movimiento. En 1986 en el corazón de Roma, Plaza de España precisamente, tras la apertura de un “fast food”, un periodista llamado Carlo Petrini sintió que este establecimiento violaba un espacio y una cultura donde el gusto por lo diferente y lo manual prevalecía. Sintió que su vieja Europa era un abuelo que permitía todo a su nieta Norteamérica, incluso subírsele a las barbas en algo tan nuestro como es el estilo de vida y el gusto por la quietud y la tranquilidad así como por la buena comida. “Inmediatamente” fundó el Slow Food un movimiento que promovía los productos autóctonos, frescos y sostenibles. Un movimiento que se diversificó en otros aspectos de la vida como el trabajo, la educación, las ciudades e incluso el sexo. Un movimiento que hoy vengo humildemente a resaltar.
Rompiendo las horas en momentos
El tiempo nos ha comido parte de nuestra libertad, vivimos en un mundo en el que la economización del tiempo (de la economía se encargan otros) se ha convertido en ley. Vivimos pendiente del reloj y renegando de la tardanza. ¿Habéis pensado como el tiempo puede llegar a cabrearnos? Parece una pregunta tonta pero pensad detenidamente en ella. Vivir a toda velocidad no nos hace vivir, más bien nos hace perdernos cosas que pasan a nuestro alrededor.
No se trata de vivir más rápido o más lento se trata de vivir; tampoco de hacer más de una cosa a la vez, se trata de hacerla y disfrutar mientras se hace, disfrutar el camino y no solo la meta. Alejarse de la prisa o abstraerse del cortoplacismo que rige nuestras vidas y lo conduce a un futuro incierto. No me refiero a ser lento o vago, hablo de un ejercicio de contemplación previo a la acción, me refiero no a pararnos solo hablo de desacelerarnos.
El jardín como punto de inflexión.
Esta idea queda muy bonita aunque habrá muchos de nosotros que nos diremos que esto es genial en un mundo de piruletas y golosinas, que en nuestra vida real de ciudad, trabajo, familia y casa no hay carril de frenado sino de aceleración. Vivir en un continuo mar de prisas es realmente humano y difícil de evitarlo, seamos realistas. A lo único que aspiramos es a que aunque el mundo se vuelva loco en la cola del metro, nosotros seamos un punto de cordura.
No es una idea tan descabellada conseguir esto, si lo miramos con perspectiva el jardín responde a la esencia de este movimiento slow. El jardín como un punto donde la calma y el silencio se imponen al caos.
Es aquí donde radica mi defensa de este como una parte fundamental de la casa por aquellos que sin tener apego ni conocimiento de la jardinería sí lo tienen al descanso. Sea ornamental o de recreo, dedicado a los más pequeños de la casa o no; un jardín nos da este punto contemplativo en nuestra vida que nos hace pararnos y disfrutar de otras cosas que son difíciles de ver y sentir.