Cuando leí la sinopsis de El juego, irremediablemente pensé en la serie televisiva El Internado. Sonaba similar: un grupo de jóvenes hormonados conviviendo entre cuatro paredes, asesinatos en medio del bosque y un algo que olía a paranormal. Debo confesar que me gustaron bastante las primeras temporadas de El Internado, que seguía con asiduidad hasta que el argumento empezó a tomar tintes surrealistas, por lo que me acerqué a este libro con ganas, temor y no grandes pretensiones. La primera mitad de la lectura fue algo decepcionante: lenta, demasiado introductoria y con una protagonista sosa que intenta mostrarse ante sus compañeros como “la chica primorosa”, según sus propias palabras. Sin embargo, en la segunda mitad el asunto remonta de una forma satisfactoria: el ritmo se acentúa, el misterio cobra más fuerza y Julia deja caer poco a poco su fachada para enseñar su verdadera personalidad, la que quiere ocultar para huir de su pasado. Porque uno de los hilos argumentales de esta novela, e intuyo que de toda la saga (sí, esta es sólo la primera parte), es el pasado de Julia y su hermano, que hasta las últimas páginas no descubrimos. Si la autora sabe tratarlo bien puede llegar a dar mucho juego, especialmente si lo combina con los misteriosos pasados de los compañeros de la protagonista, personajes que, todo hay que decirlo, en su mayoría son arquetipos poco esbozados. De los tres chicos, Chris, David y Benjamin, ninguno es reseñable; para colmo, justo aquel con quien Julia tiene algunas pequeñas escenas románticas al final del libro es el más incoherente del grupo y el típico chico soy-misterioso-y-ahora-te-persigo-pero-luego-te-ignoro. Esa incipiente relación chirría y no aporta gran cosa a El juego. Y en cuanto a las chicas, Debbie, Katie y Rose, es la coreana Katie la que más potencial tiene, la única que nos deja con ganas de saber más de ella, de su pasado y de las razones que la han llevado a tener una pequeña pistola en su habitación. Por último, poco he de decir de la parte de misterio y del asesinato; bien desarrollado y manteniendo el clímax final, aunque previsible en su resolución y algo peliculero.
La primera parte de la saga El valle se aleja de romances paranormales y es entretenida, a pesar de un arranque lento y de que arrastra consigo un elenco de secundarios poco atractivos. Lo mejor es que en sus últimas páginas deja intuir que esta primera novela, pasable, podría evolucionar a algo mayor y más interesante. ¿Será La catástrofe, su continuación, una redención de los fallos cometidos aquí? De momento confío en que no aparezcan nazis en Las Rocosas con un virus entre las manos para Julia Frost, cual serie de Antena 3 (¿os lo imagináis?). Aunque, bien pensado, eso podía resultar gracioso…