No hay nada como un par de trámites administrativos para avanzar en las lecturas pendientes.
Me tocó ir a Tráfico por líos varios. Llegué puntual a mi cita con el papeleo con el libro en el bolso. La pantallita que anunciaba los turnos me confirmó enseguida que todo iba con retraso. Si lo piensas, en un mundo en permanente transformación, donde todo va tan rápido, saber que la Administración sigue a su ritmo pausado tiene un aspecto reconfortante. Sin inmutarme, busqué el hueco menos inconfortable de la sala y me puse a leer. No era un sitio especialmente agradable: la silla era incómoda, olía un poco mal, pero al menos yo sabía que nadie vendría a interrumpirme. El caso es que avancé bastante hasta que llegó mi turno. El funcionario fue muy atento. Tan atento, tan atento que debió darse cuenta de que yo tenía mucha lectura atrasada y me volvió a citar para el día siguiente. Intuición. Sentido y sensibilidad. Llámenlo como quieran, pero no me nieguen que algún don tiene esta gente. La excusa que puso el señor fue que me faltaba un papel, pero yo supe enseguida que el supo nada más verme que yo necesitaba más tiempo para leer. Le dí las gracias y repetí la jugada al día siguiente. Está claro: la burocracia hace más por la lectura que cualquier reforma educativa.
El caso es que entre mis dos visitas a Tráfico y algo de tiempo arañado al sueño estos días, he terminado Nosotras que lo quisimos todo, de Sonsoles Ónega. La verdad es que se lee bastante rápido, sobre todo si vives en tus carnes la estafa del siglo, y no me refiero al caso Madoff. Sospecho que a mi marido, por ejemplo, le costaría más avanzar. Probablemente lo dejaría al pensar que la protagonista se come demasiado la cabeza por algo tan sencillo de resolver.
El libro habla de nosotras, las grandes estafadas, o más bien las que nos hemos dejado timar. Porque, tal y como está diseñada nuestra sociedad, había que ser bastante ingenua para tragarse eso de que el trabajo fuera del hogar iba a suponer una gran liberación para la mujer. El libro habla también de ellos, de su manera de ver (o, en el caso de algunos, de no ver) nuestro dilema cotidiano. Ellos son los maridos, los jefes. Ellos a vecen son otras mujeres.
El libro nace de eso que entra en ti en el mismo momento en el que sacan al bebé de tu cuerpo: el sentimiento de culpa. A lo largo de sus páginas, recopila diferentes ideas y visiones de por qué nos hemos metido (¿o nos han metido? ¿o sólo nos han empujado y nosotras nos hemos caído?) en este lío y de cómo podemos intentar salir. El final del libro lo dice bien claro: la respuesta final está en cada una de nosotras.