Afortunadamente, existe un consenso global sobre la necesidad de atender las demandas actuales sin hipotecar las de las generaciones futuras. Este principio, que forma la esencia del desarrollo sostenible (Hajian y Kashani, 2021), impulsa, aunque con lentitud, la transformación de los sistemas alimentarios a todos los niveles. La sostenibilidad en la alimentación ha dejado de ser una opción para convertirse en la única forma de mantener la balanza en equilibrio.
Desafíos y barreras en la sostenibilidad
Al mirar hacia el futuro, la demanda mundial de alimentos para una población que podría llegar a 9,800 millones en 2050 (Fondo de Población de las Naciones Unidas, 2023) presenta poco margen de maniobra. Como ocurre con cualquier problema complejo, aquí las variables son muchas y las soluciones deben explorar todas las posibilidades y escenarios. Afortunadamente, la colaboración entre la academia y la sociedad genera conocimiento constante. Se desarrollan y ajustan estrategias para optimizar la producción, transformación, distribución, venta, consumo y reducción de desperdicios, tanto a nivel nacional (Gaceta unam, 2023) como global (fao, 2022b).
La mayoría de los estudios se enfocan en las fuentes de alimento terrestres, reconociendo el papel clave de sistemas agropecuarios que producen cereales, frutas, verduras y alimentos de origen animal (Wang, 2022). Sin embargo, frente a amenazas como la crisis climática y la escasez de agua, y a pesar de avances tecnológicos y reformas políticas, el potencial para aumentar la producción en tierra es limitado. En contraste, los ecosistemas oceánicos ofrecen una capacidad mayor para crecer de manera sostenible (Costello et al., 2020).
Los océanos cubren más del 70% de la superficie terrestre, y se estima que aportan el 17% de la alimentación global (fao, 2022b). Pero, a diferencia de la agricultura o ganadería, en el mar no podemos aumentar la productividad simplemente añadiendo insumos o cambiando prácticas; dependemos primero de la productividad natural y, después, de cómo capturamos. Por eso, la gestión responsable de los recursos marinos, basada en datos confiables, es indispensable. Esto implica conservar hábitats, proteger poblaciones silvestres, recuperar ecosistemas degradados y respetar vedas, tallas mínimas y tiempos de recuperación de las especies.
Según la fao (2019), cerca de 40 millones de personas se dedican a la pesca a nivel mundial, la mayoría en países en desarrollo, que representan el 75% del sector pesquero global. En México, más de 300 mil familias dependen directamente de esta actividad, y más de dos millones participan indirectamente en actividades relacionadas con la pesca (Salas et al., 2023), incluyendo hasta 10 personas por cada pescador o pescadora.
Con más de 15 mil kilómetros de costa y una plataforma continental de más de 400 mil km², México es el décimo tercer productor mundial, con alrededor de 1.73 millones de toneladas anuales de productos marinos. De sus casi 76 mil embarcaciones, el 97% son artesanales y aportan el 54% de la producción nacional (conapesca, 2024).
Un océano de oportunidades y soluciones
Entre los obstáculos para la sostenibilidad pesquera están la degradación ambiental, la sobrepesca, la pesca ilegal, la introducción de especies exóticas, la falta de regulación y el bajo valor de los productos (Costello et al., 2020). Para superar estos retos, es vital generar, recopilar y aplicar información sobre las poblaciones, ecosistemas e impactos. También es crucial contar con criterios robustos para guiar prácticas de pesca y consumo responsables.
Otra herramienta importante es el etiquetado que asegura la trazabilidad de productos pesqueros diferenciados. Certificaciones como la Certified Sustainable Seafood de Inglaterra juegan un papel clave al identificar y promover productos de pesca responsable.
Esto beneficia directamente a los pescadores sostenibles, que pueden distinguir sus productos y obtener mejores precios, y empodera a consumidores conscientes, al brindarles información para elegir responsablemente y contribuir a la conservación.
En México, cerca del 25% del volumen pesquero, es decir, unas 430 mil toneladas, están certificadas bajo los estándares del Marine Stewardship Council (msc) (Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural, 2018).
El msc establece criterios e indicadores para medir la sostenibilidad. La pesca de langosta mexicana fue la primera en América Latina en obtener esta certificación. La Cooperativa Pesquera Vigía Chico, en Quintana Roo, por ejemplo, respeta vedas y tallas mínimas, favoreciendo la reproducción y fortaleciendo poblaciones y ecosistemas marinos.
Actualmente, otros productos como el atún, el camarón del Pacífico y el pulpo de Yucatán están bajo evaluación para esta certificación, un paso importante hacia una pesca más sostenible en México.
El rumbo hacia la pesca responsable
Es urgente valorar y priorizar los sistemas productivos comprometidos con la sostenibilidad, como la pesca artesanal. En la unam, programas y líneas de investigación abordan estos sistemas, mientras que gobiernos y organizaciones deben fortalecer la gobernanza y crear esquemas que garanticen su viabilidad. Los consumidores también tienen un rol clave: informarse, apoyar certificaciones responsables y elegir opciones de consumo que respeten lo económico, social y ambiental. Así, la balanza entre desarrollo y naturaleza puede mantenerse firme para las generaciones que vienen.